Desprecio de los bienes mundanos

6.1.24

Bendición de la mesa durante las comidas



El que preside (o quien por turnos se encargue de encabezar la bendición) dice:

Gracias te damos, Divina Providencia, gracias te damos humildemente, porque a todos los seres dispensas el sustento cada día.

Ese sustento que también nosotros recibimos ahora de tu mano, te rogamos que tu santísima bendición le acompañe, manteniendo al espíritu y al cuerpo tan sano que no le dañe ningún mal.


Todos los presentes responden:

Amén.


Concluida la comida, quien la ha bendecido al principio dirá:

Repitamos humildes acciones de gracias al Señor, nuestro Dios, de quien todo bien procede.


Todos los presentes responden:

Bendito y alabado sea por los siglos de los siglos. Amén.


4.1.24

Plegaria ante calamidades, catástrofes o desastres



¡No más, no más, oh Dios, de tus enojos nos hagas sentir el potente rigor! Vuelve a tu pueblo tus paternales ojos, y oye su voz doliente. Templa ya la justicia, que harto y tremendamente brilló.

Pues aunque fue grande nuestra malicia, y nos adentramos por la senda del mal, Tú has prometido al pecador contrito y arrepentido que, de la penitencia a la eficacia, siempre que escuches de su ruego el grito le volverás tu gracia.

Depón, pues, el azote; mira la sangre de tu Cristo Santo, que corre unida a nuestro triste llanto sin que jamás se agote.

Por esa preciosa sangre tu pueblo implora tu compasión, y de la Virgen Madre bajo el manto carmelitano nos refugiamos, rogándola también actúe ante su Hijo, pues ella es la más poderosa intercesora.

¡Perdón, Señor, perdón! Con alma arrepentida confesamos, Dios y Padre nuestro, nuestras maldades. Haz lucir tus piedades sobre esta grey postrada y afligida, que de tal gracia guardará memoria ensalzando siempre tu benevolencia, y tu infinita gloria.

Amén.


[Ahora se rezan siete Avemarías, en honra de los Dolores de nuestra Señora del Carmen, para que se digne consolar nuestros dolores con su amorosa protección].


2.1.24

Oración ante alguna desgracia o hecho desafortunado



Oh buen Jesús, que hoy me veis llegar triste a vuestros pies; compadeced mi flaqueza y dad consuelo a mis ansias.

Vos sois mi Rey y mi dueño, Vos el esposo de mi alma y el salvador de mi vida; Vos sois el amigo que más me ama. ¿A qué otro, pues, recurrir pudiera con confianza mi indefenso corazón, cuando las inquietudes y los pesares le asaltan?

Vos, que en su fondo leéis y escucháis cómo os clama, venid Señor en su auxilio. Venid, Señor, sin tardanza.

1.1.24

Plegaria para pedirle a Dios acierto ante situaciones dudosas



Bien sabéis, mi Dios, que al engaño sujeto se halla el mortal, y que anhelando acierto puede, como ciego, llegar a errar.

Por eso se turba mi alma y siente perplejidad, recelando en su ignorancia pueda elegir por bien al mal.

Sin embargo Vos sois infalible, Vos solo sois la verdad. Venid, pues, a dirigirme, compadecido de mi afán.

Que según sea la vuestra, se incline así mi voluntad, y en honra tuya se cumpla lo que me convenga más.

Por nuestro Señor Jesucristo os lo pido, y a su Madre María pongo por intercesora, postrando ante Vos mi faz, suplicándoos encarecidamente que tu Santo Espíritu acuda a socorrerme y me venga a guiar.

Amén.


30.12.23

Preces en poética, para acción de gracias



Mi corazón, ¡oh Dios!, en tu presencia, bendice a tu Providencia por los dones que recibe de tu mano, reconociendo tus favores, mientras te rindo gracias de rodillas.

¡Oh, cuántas maravillas sabes obrar, Señor! ¡Cómo en provecho del hombre, lo enalteces o lo humillas, dándole júbilo o aflicción!

Yo lo confieso: siempre encontré tu patente bondad en los diversos sucesos de mi vida, y hoy que se siente mi alma fortalecida, y un nuevo beneficio viene a colmar su gratitud profunda, tu nombre glorioso me atrevo a celebrar, tributándole el gozo que me inunda.

¡Oh, quién tuviera en tan dichoso día las voces de los cielos y la tierra, para cantar en himnos, de alegría, los sentimientos que mi pecho encierra!

¡Quién pudiera, Señor, de tus piedades glorificar la mística dulzura, y difundir por todas las edades del fuego de tu amor la llama pura!

Pero no alcanza, ¡Bienhechor Divino!, no alcanza de mi pecho el pobre aliento (por más que agote su poder mezquino y le preste su afán atrevimiento) ni a balbucear tu nombre sacrosanto.

Permite, pues, que diga mi silencio lo que no puede decir el canto; y mientras tu alta gloria reverencio con muda admiración y tierno llanto, por mí te alaben los celestes coros, que envueltos de tu luz en resplandores, pulsan las liras de oro, donde eternamente suenan tus loores.

Concédeme además que, en el instante de abandonar el mundo, conforte tu bondad mi pecho amante, y te bendiga mi labio moribundo.

Concédeme, Señor, como corona de todas tus mercedes, el que -por aquella Divina Sangre que me colma y a quien negar ninguna gracia puedes-, después de la presente y frágil vida, en la eterna que guardas a tus hijos te cante mi alma agradecida, entre celestiales y amorosos regocijos.

Así sea.