¡No más, no más, oh Dios, de tus enojos nos hagas sentir el potente rigor! Vuelve a tu pueblo tus paternales ojos, y oye su voz doliente. Templa ya la justicia, que harto y tremendamente brilló.
Pues aunque fue grande nuestra malicia, y nos adentramos por la senda del mal, Tú has prometido al pecador contrito y arrepentido que, de la penitencia a la eficacia, siempre que escuches de su ruego el grito le volverás tu gracia.
Depón, pues, el azote; mira la sangre de tu Cristo Santo, que corre unida a nuestro triste llanto sin que jamás se agote.
Por esa preciosa sangre tu pueblo implora tu compasión, y de la Virgen Madre bajo el manto carmelitano nos refugiamos, rogándola también actúe ante su Hijo, pues ella es la más poderosa intercesora.
¡Perdón, Señor, perdón! Con alma arrepentida confesamos, Dios y Padre nuestro, nuestras maldades. Haz lucir tus piedades sobre esta grey postrada y afligida, que de tal gracia guardará memoria ensalzando siempre tu benevolencia, y tu infinita gloria.
Amén.
[Ahora se rezan siete Avemarías, en honra de los Dolores de nuestra Señora del Carmen, para que se digne consolar nuestros dolores con su amorosa protección].
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