Oh buen Jesús, que hoy me veis llegar triste a vuestros pies; compadeced mi flaqueza y dad consuelo a mis ansias.
Vos sois mi Rey y mi dueño, Vos el esposo de mi alma y el salvador de mi vida; Vos sois el amigo que más me ama. ¿A qué otro, pues, recurrir pudiera con confianza mi indefenso corazón, cuando las inquietudes y los pesares le asaltan?
Vos, que en su fondo leéis y escucháis cómo os clama, venid Señor en su auxilio. Venid, Señor, sin tardanza.
No miréis la indignidad de mi alma, que ha sido ingrata ante vuestro infinito amor y de vuestras más sublimes gracias. Ved sólo que hoy me arrepiento de aquellas culpas pasadas, y que en la Cruz vuestra sangre se vertió para lavarlas.
¡Perdón, pues, mi buen Jesús! Perdón en esta hora amarga, que os ofrezco con aquella preciosa sangre por mí derramada.
Rogadle a vuestro Hijo, Virgen María del Carmelo, rogadle también vos, santo Patriarca José, y vos, mi amable patrón/a, así también vos, mi preciado ángel de mi guarda. Rogadle vosotros al Redentor, para que se apiade de mis lágrimas, y que en gloria de su nombre cumplir quiera mi esperanza.
Pero..., ¡oh gran Dios!, si es decreto de vuestra justicia santa que yo sufra sin alivio las penas que me amenazan y me maltratan, de mi vida disponed con libertad, vuestra voluntad siempre se haga. Sea también siempre bendita vuestra gloria soberana.
Amén.
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