Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.12.23

María en el Calvario



La Santa Madre del Salvador se halló presente en la crucifixión de su Hijo, y se mantuvo al pie de la cruz durante las tres horas de aquella amarga agonía.


Oración:
Todo fue consumado, ¡Reina de los mártires! Vuestros ojos vieron clavar en la cruz al suspirado por los siglos, al esperado por las naciones... Vuestros oídos oyeron los golpes del martillo caer sobre su santa carne, el crujido de los huesos que se le dislocaban... Vuestro rostro fue salpicado con la nocente sangre de la víctima sagrada.

Henos aquí, en el alma postrados ante ese santo madero, junto al cual os sostuvo de pie vuestra heroica fortaleza. Henos aquí, recibiendo con Vos el divino riego de esa sangre redentora, y rogándoos rendidamente se la presentéis a la justicia eterna como precio de nuestras almas.

Vos suministrásteis tan preciosa sangre a nuestro Redentor, ¡oh, María! Vos tenéis derecho a pedir por ella que no se malogre en estos servidores vuestros -aunque tan indignos de serlo- la inefable virtud de aquel sacrificio augusto. Hacedlo, ¡Madre dolorosísima!, hacedlo según vuestra inmensa caridad, y no solamente en favor de los presentes, sino también por todos los cristianos en todo tiempo y generaciones.

Señora, alcanzad consuelo para los afligidos, de aquel que os vió tan afligida al pie de su cruz.

Señora, rogad por los moribundos al que estuvo moribundo a vuestra vista, causando incomparables angustias a vuestro maternal corazón.

Señora, pedid perdón para los pecadores, al que murió por ellos para obtenerles el perdón

Señora, proteged a los desamparados, cerca del que os dejó tan desamparada en la tierra.

Señora, alcanzad misericordia para las ánimas del purgatorio, de aquel que con su sacrificio nos abrió las puertas celestiales.

Señora, sed la abogada de todos los hombres, pues por todos fue inmolado el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo.

Amén.


8.12.23

Oración del Papa a María Inmaculada


A ti, Virgen Inmaculada, predestinada por Dios por encima de toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, renuevo hoy de especial manera la confiada entrega de toda la Iglesia.

Sé tú quien guíe a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la Palabra de Dios.

Sé tú quien acompañe a cada cristiano en el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la belleza auténtica, que es siempre impronta y reflejo de la Belleza divina.

Se tú también quien alcance paz y salvación para todas las gentes. Que el eterno Padre, que te quiso Madre Inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por mediación tuya, los prodigios de su amor misericordioso. Amén.

7.12.23

El encuentro de María con Jesús camino al Calvario



Nuestra Señora se encontró con el Redentor cuando, con la cruz sobre sus hombros, coronado de espinas y con todo su cuerpo ensangrentado por la atroz flagelación que había sufrido, se dirigía al Calvario para ser crucificado.


Oración:
Mirando, Virgen de los Dolores, mirando con la vista de la fe aquella tristísima calle, llamada con razón de la Amargura, en la cual os encontrásteis a vuestro santo Hijo cubierto de llagas, coronado de espinas, cargado con la cruz y caminando al Calvario donde debía ser inmolado, nos postramos reverentes a vuestros sagrados pies, para tomar parte en el dolor inmenso de vuestra alma.

Nuestras culpas, Señora, pesaban sobre el leño de muerte que oprimía los divinos hombros de vuestro dulce Jesús. Para curar nuestras llagas, Él recibió todas esas de las que le vísteis cubierto. Con la corona de espinas que traspasaban sus sienes, nos conquistó a nosotros la corona del Cielo.

¡Oh, Señora! Dadle en nombre de estos pecadores ingratos, que no quieren serlo más, nuestras más emotivas gracias. Y pedidle, por todo lo que padeció y os hizo padecer en beneficio nuestro, que se digne prestarnos fuerzas para participar de su cruz, sobrellevando santamente nuestras penas, dolores y trabajos, mediante el consuelo de encontrarle siempre en el camino de nuestras amarguras y a ti, Madre, junto a Él.

Amén.


6.12.23

Oración en memoria de la huida a Egipto de la Sagrada Familia



La Virgen María huyó con San José, llevando en brazos a su divino Hijo, para salvarlo de los furores de Herodes que procuraba su muerte.


Oración:
No se hizo esperar mucho, Madre del Mesías, el inicio del cumplimiento de la profecía de Simeon. Os vemos con los ojos del alma huír a Egipto con vuestro santo esposo, llevando en brazos al divino Niño amenazado de muerte. Dejadnos contemplar con Vos ese misterio inefable, y alcanzadnos, Señora, la sencilla obediencia y respetuosa resignación con que emprendísteis y soportásteis tan dolorosa huida, aún llevando contigo a Aquel de cuya indignación no pueden huir las mismas Potestades del cielo.

Pedidle a vuestro amado Hijo, asimismo, que nos conceda la gracia, la inteligencia y la sabiduría, de saber huir nosotros de todos los caminos del mal, que llevan a la muerte.

Amén.


5.12.23

Oración a nuestra Señora, en recuerdo de la profecía de Simeon



El anciano Simeon anunció a la Santísima Virgen que el precioso Niño presentado por ella en el templo, y reconocido por él como el Mesías prometido, sería una espada de dolor para el corazón de su gloriosa Madre.


Oración:
¡Oh Vos, cuyas santas alegrías maternales fueron siempre seguidas de cruelísimos dolores! Vednos aquí a vuestros pies, recordando la triste profecía de Simeon, que puso delante de vuestros ojos, desde los primeros hermosos días de vuestra felicidad de Madre, la terrible espada que había de traspasaros.

Nuestros pecados, Señora, son nuestros pecados los que templaron ese acero y afilaron su punta; nuestros pecados fueron los que condenaron a vuestro inocentísimo Jesús a todos aquellos tormentos de su amarga pasión, que de angustiosa desolación os destrozaron el alma.

Nos pesa, María dulcísima, nos pesa nuestra iniquidad, reparada de manera tan cruenta y terrible. Pero dignaos acordaros también que esa miseria humana, que tan cara os costó, fue la que os atrajo a la dicha de encarnar al Verbo de Dios en vuestro seno purísimo. Vos fuisteis Madre por ser nosotros pecadores, y la espada de dolor que amenazó tan anticipadamente vuestra alma, era la misma que debía herir mortalmente y para siempre al enemigo que perdió a nuestros padres y esclavizaba a toda su descendencia.

Ante esta consideración recibid, Señora, benignamente el homenaje de nuestra reverencia, y alcanzadnos que esa espada de dolor que hirió vuestro santo corazón, hiera los nuestros criminales, con profundo arrepentimiento de las culpas cometidas.

Amén.