Desprecio de los bienes mundanos

4.11.23

Ofrecimiento de la comunión a nuestra Madre la Virgen del Carmen



¡Virgen incomparable, Eva gloriosa, que habéis reparado la ignominia de la primera! Venid a hollar en mi alma, con vuestras vencedoras plantas, los restos ponzoñosos de la serpiente. Venid, como Madre de la descendencia del nuevo Adán, a presentar mi amor y mi reconocimiento al Dios que por nosotros quiso ser vuestro Hijo.

En este día (en que nuestro Señor se sirve humillar su soberana majestad más que en la Encarnación, más que en el establo donde se sirvió nacer, más que en la Cruz donde se inmoló como víctima...), en este día en que lleva su bondad hasta el extremo de escoger por morada mi alma indignísima, desnuda de todo bien, tended, Señora, vuestro regio manto sobre esa desnudez mía, y alcanzadme alguna de vuestras preciosas virtudes, para que me embellezcan a los ojos de mi Divino Huésped.

3.11.23

Ofrecimiento de la comunión al Padre Eterno



Ahora es, ¡oh Eterna Justicia y Majestad!, cuando podemos ofreceros con confianza la verdadera víctima de propiciación; víctima pura, santa, sin mancha, que a Vos mismo os complació darnos, y de la que eran figuras todas las otras.

Sí, Gran Dios, nosotros osamos decíroslo: os presentamos un sacrificio infinitamente superior a los de Abel, de Abraham, de Melquisedec, el sólo que es digno de vuestro altar, nuestro Señor Jesucristo, vuestro Hijo, único objeto de nuestras eternas complacencias.

2.11.23

Oración a Cristo Crucificado, que libera almas del purgatorio



Con esta oración, hecha después de comulgar, se gana indulgencia plenaria y se libera una ánima del purgatorio. Es conveniente rezar después de ella cinco Padrenuestro, cinco Ave María, y cinco Gloria, en reverencia de las cinco llagas del Redentor, repitiendo después de cada Gloria:

Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar.

Con lo cual, además, se liberan cinco almas del purgatorio (Pablo V).

1.11.23

Oración a Cristo Redentor inmediatamente después de comulgar



Tras recibir a Cristo y adorarle durante algunos minutos de silencio, podemos decirle:

Vos sois ahora, ¡dulce Jesús!, el dueño de mi corazón, pues os habéis dignado tomar posesión de él, escogiéndolo para vuestra morada.

¡Bendita sea, Señor, tu gran misericordia!, y permitidme daros mil veces rendísimas gracias por la institución de este Divino Sacramento, banquete celeste preparado por vuestro amor para pobres desterrados como nosotros, que sólo debieran alimentarse con lágrimas.

31.10.23

Oración breve antes de comulgar



Creo, Redentor mío, en vuestra real presencia en el Sacramento augusto que voy a recibir, y espero de vuestra bondad divina que será para mí pan de salud y de vida eterna.

Soy, Señor, indignísimo y pecador, que reconociendo su miseria bien podría deciros como San Pedro: "Apartaos de mí, Santo de los Santos". Sin embargo, honrando la infinita misericordia que os hace descender hasta tanta bajeza, exclamo a vuestros pies a imitación de San Juan: "¡Venid, Jesús mío, venid!".

Yo os amo, y quisiera amaros como Vos merecéis. Supla vuestra bondad los defectos de mis disposiciones y "colmad hoy de alegría el alma de vuestro servidor" (Salmo LXXXV). Vos sois mi salud, mi esperanza, mi fuerza, mi felicidad y mi gloria. Venid, pues, Señor: venid a enriquecer mi pobreza y a tomar posesión de esta alma, que con vuestra sangre os adquirísteis, y que os adora humildemente en este sacramento inefable de vuestro divino amor.

Amén.


¡Santa Virgen María del Carmelo! ¡Ángeles y Santos todos del Señor! Alcanzadme la bendición de la Santísima Trinidad, y enseñadme a recibir, a adorar, y a amar a mi Jesús.