Creo, Redentor mío, en vuestra real presencia en el Sacramento augusto que voy a recibir, y espero de vuestra bondad divina que será para mí pan de salud y de vida eterna.
Soy, Señor, indignísimo y pecador, que reconociendo su miseria bien podría deciros como San Pedro: "Apartaos de mí, Santo de los Santos". Sin embargo, honrando la infinita misericordia que os hace descender hasta tanta bajeza, exclamo a vuestros pies a imitación de San Juan: "¡Venid, Jesús mío, venid!".
Yo os amo, y quisiera amaros como Vos merecéis. Supla vuestra bondad los defectos de mis disposiciones y "colmad hoy de alegría el alma de vuestro servidor" (Salmo LXXXV). Vos sois mi salud, mi esperanza, mi fuerza, mi felicidad y mi gloria. Venid, pues, Señor: venid a enriquecer mi pobreza y a tomar posesión de esta alma, que con vuestra sangre os adquirísteis, y que os adora humildemente en este sacramento inefable de vuestro divino amor.
Amén.
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