Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.11.23

Ofrecimiento de la comunión al Padre Eterno



Ahora es, ¡oh Eterna Justicia y Majestad!, cuando podemos ofreceros con confianza la verdadera víctima de propiciación; víctima pura, santa, sin mancha, que a Vos mismo os complació darnos, y de la que eran figuras todas las otras.

Sí, Gran Dios, nosotros osamos decíroslo: os presentamos un sacrificio infinitamente superior a los de Abel, de Abraham, de Melquisedec, el sólo que es digno de vuestro altar, nuestro Señor Jesucristo, vuestro Hijo, único objeto de nuestras eternas complacencias.




Concedednos el fruto que esperamos de ese holocausto eterno, y pues este indigno servidor vuestro ha participado de boca y de corazón de la sacratísima víctima, sea, Señor, santificado por su soberana virtud, y alcance de vuestra misericordia que aceptéis la oblación de su cuerpo y alma, que une al adorable cuerpo y santísima alma del Redentor, ofreciéndooslo todo humildemente en satisfacción de mis pecados, en acción de gracias por vuestro beneficios, y en impetración de nuevas bondades.

Mirad, Padre Celestial, mirad las llagas de mi Jesús, que son otras tantas bocas que claman perdón para los pecadores, y permitidme rogaros mediante ellas -pues me reconozco indigno de ser oído por mí mismo- la conversión de todos, especialmente la de aquellos parientes, amigos, cofrades del carmelo, y bienhechores míos, que se hallen apartados del camino de vuestra Santa Ley; así como también la perseverancia de los justos, y el feliz descanso de los fieles difuntos, especialmente ruego en esta súplica a los que sean de mayor agrado vuestro y obligación mía, a quienes aplico todas las indulgencias que haya ganado y gane con mis obras y preces.

Que este día, tan feliz para mí, os dignéis hacerlo igualmente para ellos, para toda vuestra Iglesia, y también, Padre Universal y benignísimo, para todo el género humano sin excepción, pues -cumpliendo vuestra voluntad y según me fue enseñado por el Divino Maestro-, os imploro en favor hasta de vuestros ciegos enemigos, y cuantos lo sean míos. Alumbrad a los primeros, y haced que todo el mal que los segundos me hayan hecho, o deseen hacerme, se convierta en bien, sirviendo de expiación a mis culpas, para que en atención a la justicia de esa pena que de ellos recibo, nos dispenséis Vos misericordia a todos.

Así os lo ruego en el sagrado nombre y por los merecimientos de Jesucristo, de cuya vivificante carne acabo de alimentarme, para que fortalecido en el bien me otorgueis la gracia de llegar a la patria celestial, donde espero glorificaros con el Hijo, y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

Amén.



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