"Nada pedir, y nada reusar", así resumía San Francisco de Sales la santa indiferencia. Pues sí, en efecto, eso es. La "santa indiferencia" es el estado al que llega el alma que se abandona totalmente en las manos de Dios y, sumergida de tal forma, nada le causa desazón ni congoja.
Por supuesto, una persona en ese estado sigue siendo humana y, como tal, experimenta inicialmente un cierto pesar ante algunos acontecimientos de su vida que pueden ser dolorosos, alegrías, penas, tristezas, y obviamente dolor. Pero su abandono en la Providencia es de tal envergadura que lo asume todo, y se enfrenta a ello con un espíritu de apacible tranquilidad. Sabe que nada ocurre sin que Dios lo permita, y ante los acontecimientos más duros se muestra humilde, resignado, y benevolente.