Después de haberse entregado enteramente a Jesús, las almas víctimas por el acto de oblación propio de ellas, deben éstas permanecer tranquilamente en manos del divino sacrificador, y no admirarse de los cotidianos sacrificios que encontrarán en el camino de la vida.
Todos los días, al subir al altar santo, necesita el sacerdote una Hostia; así Jesucristo necesita cada día de sus queridas almas víctimas y continúa en ellas y por ellas místicamente la oblación de la Cruz, las ofrece a su eterno Padre unidas a su mismo sacrificio por la salvación y del mundo, y de alguna forma, ellas completan en sí los sufrimientos de la Pasión.