¿Quién me librará de esta desdicha,
quién me librará de este mal?
¿Quién me sacará de la codicia,
de la inmundicia infernal?
¿Quién me hará pasar las fronteras
de la esperanza fugaz?
¿Quién romperá mis cadenas,
quién me podrá liberar?
Tú sola, mi Virgen florida,
madre del Verbo Real,
mi apoyo en las horas de duelo,
mi salvoconducto a la eterna ciudad.
Tú, Virgen del Monte Carmelo,
Señora a la que me gozo cantar,
tú, de mi alma el consuelo,
pues poderoso es a Dios tu rogar.
Eres de los ángeles deleite,
del malvado enemigo terror infinito y sin par,
eres del cristiano defensa,
del que llora cohibido amoroso suspiro al orar.
Tu escapulario es mi seña,
mi logo, mi emblema,
mi signo a tu pertenencia
y mi identidad.
Mi pasaje, mi amurallado reducto,
mi salvoconducto;
tu escapulario es el más refinado producto
de ti, Reina Celeste, para la humanidad.
Ludobian de Bizance.