"Ecce venio! (¡Vedme aquí!)". (Salm., XXXIX, 8).
¡Oh, Jesús, mi dulcísimo Redentor!, permitid que uniéndome a las disposiciones con las que en Vuestra entrada en el mundo pronunciasteis Vuestro sublime "Ecce venio", os ofrezca hoy por manos de María Inmaculada el sacrificio pleno, entero, absoluto de todo mi ser. Deseo con este acto dar una íntima y dulce alegría a Vuestro Corazón y contribuir al aumento de Vuestra mayor gloria, al triunfo de la santa Iglesia, en reparación por las ánimas del purgatorio, y a la salvación de todos los hombres, mis hermanos.
Por estos sublimes fines y sagrados intereses, ¡oh Cordero de Dios!, dignaos aceptar mi humilde sacrificio. Os lo ofrezco con plena y entera voluntad y con júbilo de mi corazón. Aquí me tenéis: cuanto soy, tomadlo todo, dirigidlo todo, inmoladlo todo según Vuestro beneplácito.
¡Oh Dios Amor!, poned Vos mismo el fuego en el holocausto, que esta llama sagrada me purifique, me divinice y me transforme en Vos.