Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.10.18

De las virtudes y de los vicios: Ingratitud



La Ingratitud es hija de la Infidelidad y del Orgullo, y es uno de los vicios o males que más lastiman mi amantísimo Corazón. Y sin embargo, el mundo espiritual se encuentra lleno de Ingratitud.

La Ingratitud es un monstruo en el corazón del hombre, es un fenómeno que engendra el vicio y el pecado, es la esencia misma que Satanás inocula en las almas infieles. Satanás se compone en su mayor parte de la Soberbia e ingratitud, y trata de asimilar a sí a las almas, comunicándoles su ponzoña y veneno.




La Ingratitud es la definición del pecado; ella es el baldón del género humano; la Ingratitud me hizo bajar del cielo a la tierra y morir afrentosamente en la Cruz, dejando en ella hasta la última gota de mi Sangre para expiarla.

La Ingratitud desterró al hombre del Paraíso, derrocó el Ángel de su trono y aun existe en cada corazón. La Sangre de un Hombre-Dios no ha sido en cierto sentido suficiente para extinguirla; existe, repito, y está muy hondamente enraizada en las almas.

El hombre lleva en el primer pecado amasada la Ingratitud en su mismo ser. El hombre es ingrato, muy ingrato, para con su Dios y para con su Hermano.

La Ingratitud consiste en la correspondencia infame y dolorosa del alma por el bien; en el olvido de los beneficios, y en el desprecio de ellos y del mismo bienhechor.

Apenas es creíble que este odioso y desgarrador vicio se albergue en corazones cristianos, y sin embargo, es un hecho tristísimo por cierto. Es además una semilla fecunda que en todas partes germina y fructifica. No hay cosa que tanto duela como la Ingratitud, la cual es una finísima y delicada espada que con el más pequeño contacto hiere al alma.

La Ingratitud para Conmigo, como crece a medida de los beneficios recibidos, es en el hombre casi infinita; porque Yo soy quien ha muerto por el hombre y le ha conquistado el cielo que perdió por el pecado. La Redención es el precio que se dio por la Ingratitud humana. Sólo un Dios podía satisfacer por la Ingratitud, y la bebió a grandes sorbos.

La Ingratitud en las almas, después de mi Sacrificio continúa aun hoy todavía con más culpabilidad que entonces. Mis Leyes se desprecian, mi Sangre se pisotea, mi Doctrina causa rubor, los Respetos humanos llenan el mundo, aún espiritual, la Falsa piedad reina, la Sensualidad llena el mundo de polo a polo, se abandonan los altares, se persigue a mi Iglesia y sus Ministros, las Religiones se hunden por el Sensibilismo y la Disipación, y finalmente busco almas en donde posar mis plantas y no las encuentro. Yo les dí la vida y ellas cada vez que cometen una Ingratitud me dan la muerte. Yo me abajo a buscarlas como Buen Pastor, y ellas huyen de mis paternales brazos. Yo les brindo con la Pureza, y ellas me desprecian revolcándose en el fango e inmundo lodazal de sus pasiones. Yo les doy mis gracias, y ellas con su infidelidad las desprecian. ¡Ay, y cuán grande es la Ingratitud del hombre!

Mas tiempo vendrá en que cesará el de la Misericordia, y entonces haré sentir mi Presencia; levantaré el estandarte de mi Cruz y la humanidad entera temblará y caerá de rodillas adorándola. Ahora en estos tiempos viene el último esfuerzo de la Gracia a salvar al mundo: arderán los corazones con el fuego de mi Cruz, triunfando de la negra Ingratitud de los corazones. Las virtudes vienen a matar a la Ingratitud juntamente con los vicios. Un gran empuje celestial viene hoy a manifestar al hombre mi Bondad y su Ingratitud, muchos pechos quedarán heridos por mis gracias, muchas rodillas caerán al suelo adorándome y llorando las almas sus pecados y sus ingratitudes.

La Cruz con mi Corazón clavado en ella, expió la Ingratitud en el Calvario; y la Cruz con mi Corazón, vuelve hoy a presentarse ante un mundo infame y a recordarle su Ingratitud. Viene hoy a abrirse camino entre las almas, y a hacer que cesen las ingratitudes y los vicios, y reinen todas las virtudes.

El remedio contra la Ingratitud es la Cruz con mi Corazón divino clavado en ella.

Mi Corazón divino despertará a las almas muertas y adormecidas por los vicios y hará que se arrepientan, lloren sus infidelidades y se sacrifiquen en mi honor. La Cruz con mi Corazón hará prodigios, atraerá y arrastrará a millones de corazones bajo su bendita sombra; ella curará a las almas tibias, y hará que renazca el fervor en los espíritus.

Abajo Satanás con su negra Ingratitud y Perfidia. Reine la Cruz con el hermoso séquito de las virtudes que la acompañan. Con las virtudes se despertarán almas intrépidas que se ofrecerán en sacrificio para reparar las Ingratitudes humanas, y renacerá el fervor en los corazones, se caerá el velo que cubre a Satanás con sus horribles y detestables vicios, y los espíritus se santificarán, y el Espíritu Santo tendrá entonces almas puras en donde descansar.

El remedio, pues, para la Ingratitud, es el Amor divino por medio de la Cruz. El que me ama no puede ser ingrato; mas no se me ama sólo con palabras, sino en las obras, porque el amor sin obras no es amor. Mas, ¿cuáles son las obras del amor? La propia crucifixión y el sacrificio en la práctica purísima y constante de las virtudes. El alma que no derroca a los vicios no me ama, la que no se abraza y se clava en la práctica sólida de las virtudes, no me ama. El que ama se identifica con el Amado, lo estudia y lo copia en sí mismo. Mas como Yo soy Pureza, Santidad y Dolor, lo mismo debe ser el corazón dichoso que se entregue a amarme; y como en el amor hay solamente una voluntad, la Mía debe ser la que en toda ocasión domine y siempre prevalezca en las almas puras y amantes que se me consagren.

La Fidelidad, la Constancia y la Correspondencia, las cuales llevan consigo al Sacrificio, son las panaceas que curan a la Ingratitud, pues por su medio se alcanza el Amor purísimo y divino del Espíritu Santo. Estas virtudes son irresistibles para el Espíritu Santo, es decir, que cuando las encuentra en un alma pura, se complace en derramarse abundantemente en ella, encendiéndola en el fuego inextinguible de la Caridad. Con esta Caridad unida a la Cruz, o sea al Sacrificio, se expían las ingratitudes, se ama, y se da gloria a mi Eterno Padre. ¡Felices y mil veces dichosas son estas almas! Yo mismo seré su recompensa.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com