Duodécima familia. Virtudes perfectas.
Por la fe nos acercamos a la gracia. Rm. 5, 2.
Por la esperanza hemos sido salvos. Rm. 8, 24.
Nos encarece Dios su caridad. Rm. 5, 8.
Fe
La Fe es una virtud teologal que sólo Yo que la produzco, sé medir su hermosura y apreciar su valor.
Es una luz obscura que arrastra al hombre hacia su Dios por medio de la humildad.
Se desarrolla en el alma por medio de la virtud de la Humildad y es indispensable para la salvación.
La Fe es la prueba que exige Dios al entendimiento humano, a la orgullosa inteligencia del hombre, el cual así correspondiendo a la fe, compra el cielo.
La Fe es el escollo en donde la soberbia cae; la Fe rinde a los pies del Omnipotente el juicio del hombre y hace meritorios sus actos; la fe es el farol luminoso que alumbra el camino obscuro del espíritu; la fe es un caos en donde el soberbio se hunde; la Fe es una roca inquebrantable donde el orgullo se estrella.
La Fe es Luz para los humildes y tinieblas para los soberbios; la Fe es el precio del cielo; la Fe desata las manos del Omnipotente; La Fe aplaca la justicia divina; la Fe arranca gracias al Eterno; la Fe santifica y salva; la Fe da valor a los actos más sencillos y los lleva, sobrenaturalizados a Dios; la Fe es madre de la confianza; la Fe es un lazo de luz que une el cielo con la tierra, es un lazo de unión que pone en comunicación al alma con Dios.
La Misión de esta virtud sublime es la de sobrenaturalizar los actos del hombre, esto es, al pasar los actos de la pobre criatura por sus manos imprime la Fe en ellos un carácter divino, transformándolos y embelleciéndolos.
Con esta comparación gráfica se entenderá: los actos que son de barro, la Fe los platea, los de plata los dora; los dorados los cerca de brillantes; y los de brillantes los enriquece de tal manera, que si los actos pudieran volver al hombre no los conocería.
La Fe es el fundamento de la Perfección; es una luz especial del cielo con que el alma ve a Dios en este mundo; es un rayo de luz que ilumina el rostro de Dios, haciéndolo visible al alma; es la vida, la fortaleza del espíritu, es el sol que lo calienta, lo ilumina haciéndolo crecer siempre en perfección y santidad.
Ama Dios tanto esta virtud que el alma que la posee dispone, por decirlo así, de la voluntad de Dios, inclinándolo a conceder lo que desea; es una virtud a la cual Dios no puede resistir, a la que tiene dado su poder pero, se entiende, la fe del alma humilde.
La Fe es una antorcha que ilumina con su luz las obscuridades del espíritu. Solamente con esta luz camina el alma firme en medio de las espinas de la vida de perfección. De manera que la fe espiritual perfecta es indispensable, y un punto capital del alma que se entrega a la vida interior.
Consiste esta fe espiritual perfecta en traspasar todo lo creado, todo lo natural, fijando su mirada en un solo punto: DIOS y jamás separándose de Él en ninguna circunstancia de la vida ni en la muerte.
Dios regala esta virtud a las almas, y es de tal fuerza la virtud de la fe, que el hombre en cierto modo no puede jamás arrancarla de su corazón; muchas almas la enlodan, la obscurecen, la pisan, pero en el fondo ella vive sin morir jamás, para tormento de los malos.
Ella les repite siempre que hay un Dios justo, y nunca pueden callar esta voz, dulce para los buenos y terrible para los pecadores obstinados.
Y si esta Fe derrama en otras almas su Luz e influencia divina, en las almas espirituales como que la afirma más y lleva todos sus actos y movimientos más allá de la tierra, a esas regiones del cielo donde ella se sustenta, haciéndolas adquirir grandes méritos.
La Fe, aunque es luz, vive en la obscuridad, se envuelve con sus sombras, se percibe dentro del alma haciéndola conocer o vislumbrar los escollos y las riquezas del espíritu, pero muy pocas veces se exterioriza.
Esta vida de oscuridad que purifica y da luz a las almas, es la que les hace adquirir el hermoso título de mártires de la fe.
La vida del espíritu es vida de martirio, es decir, vida de Cruz, aun en el ejercicio de las virtudes.
La Fe rasga el velo de los Misterios, y el alma que posee esta virtud, siente y a veces como que ve mi presencia real en la Eucaristía.
Este es Misterio de fe por excelencia, y Misterio de Amor. El alma pura se ve arrastrada por este misterio de fe, y si no contempla en él a Dios cara a cara, su esplendor, a lo menos, la deslumbra, su mismo ardor la consume y con la viveza de la Fe se anonada ante la grandeza de la Eucaristía, comprendiendo con luz sobrenatural, algo del amor de Dios.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com