La Condescendencia procede de estos tres vicios: Debilidad, Fragilidad y Flaqueza; tiene todos los defectos que se derivan de ellos. Además la Condescendencia Culpable lleva consigo miles de pecados y causa la desgracia de muchas almas. La Debilidad con todos sus vicios campea en la Condescendencia, pues ésta consiste en la debilidad culpable del corazón.
La Condescendencia Propia lleva tras de sí a la Sensualidad. Por lo mismo aleja al Sacrificio, Penitencia y Mortificación.
¡En cuán raros casos se debe condescender con la naturaleza tan inclinada al mal! Apenas se afloja la rienda, esta bestia salta y quiere desbocarse. Ha conseguido el alma, por ejemplo, vencer a costa de muchos trabajos una pasión, viene la Condescendencia por pequeña que ésta sea y destruye el trabajo de tanto tiempo, y hace que la pasión de nuevo renazca con más vigor y fuerzas de las que antes tenía.
La Condescendencia es además un vicio insaciable. Apenas el hombre se conceda a sí mismo algo como una condescendencia, cuando vienen multiplicadas tentaciones y disfrazados pretextos a pedir su parte; ¡ay del alma que no tenga la fortaleza necesaria para rechazar sus instigadores dardos! En cuestiones de Impureza propia y ajena, la Condescendencia tiende innumerables redes; y de una pequeña Condescendencia el alma se lanza a más y mayores condescendencias, concluyendo, si no se detiene, hasta despeñarse en el infierno.
La Condescendencia es el veneno instantáneo y activo de la Pureza.
La Condescendencia en un abrir y cerrar de ojos mata a la Pureza, destruyendo y marchitando sus encantos. Un solo pensamiento culpable de Condescendencia, basta para ajar esta bellísima flor, inmaculada y pura. En cuestiones de impureza, el hálito de la Condescendencia culpable es fétido y corrompido: ¡ay del alma que dé el primer paso en esta pendiente resbaladiza de la Condescendencia!
En cuestiones de impureza existen también condescendencias interiores de pensamientos, con los cuales en muchas ecasiones se me ofrece más que con los actos exteriores a que inducen. Hasta con la idea maliciosamente detenida se lastima la delicada flor de la Santa Pureza.
Mira, sobre este punto no cabe la exageración. El daño que produce la Condescendencia es tan grande, que sólo Yo puedo medir la extensión. !Y el mundo se encuentra inundado de este vicio maldito, engendro de Satanás! La Condescendencia es el arma dorada y favorita del demonio. La Sensualidad, Molicie, Delicadeza y Comodidad conducen a la Condescendencia.
Todos los vicios andan acompañados de un demonio, de la Condescendencia son un escuadrón, la cual posee un ejército de ellos, teniendo cada uno su misión. Hay demonios de la Condescendencia, de la Lujuria, Pereza, Ira, Soberbia y Gula, y otros mil demonios para los derivados de estos vicios. Tan horrible es la Condescendencia, que si en el mundo espiritual no existiera, no habría pecados. Todos ellos vienen de la Condescendencia, porque si el alma no condescendiera con el mal jamás en ningún sentido se marcharía.
La Condescendencia es generalmente fruto del Amor propio y del cariño ajeno; es decir, del amor culpable que consigo lleva tantos y tan nefandos pecados. Horribles y espantosas culpas se registran sobre el particular, y sólo Yo sé los crímenes, los adulterios, los escándalos, las traiciones y las perfidias que acarrea este vicio, que está muy extendido y que aborrezco cuanto soy capaz. Por la Condescendencia entró el pecado en el mundo. Ella fue la puerta, el escalón, el medio para desterrar la gracia del corazón del hombre. La Condescendencia entró en el corazón antes que se ejecutara el pecado contra Mí en el Paraíso. La Soberbia tocó las puertas de aquellos corazones puros, mas la Condescendencia entró en el corazón antes de ejecutarse la Desobediencia. Desde aquel funesto instante, la Condescendencia reinó en el mundo, hasta el día de hoy, ¡cuán pocas son las almas que la han derrocado del todo!
La Cruz, sin embargo, y el Dolor, traen esta misión de echarla abajo, de destruir su reinado derrocando a los vicios y haciendo que triunfe en los corazones el campo de las virtudes.
Que reine ya el sacrificio amoroso y que se derroque toda corrompida Condescendencia por medio de la propia crucifixión. Aquí está el remedio contra toda culpable Condescendencia, es decir, el propio vencimiento, la propia humillación y la propia crucifixión. La práctica constante y generosa de las virtudes hará que el espíritu domine a la naturaleza, que vuelva el orden perdido al corazón y se destierre todo desorden y condescendencia culpable.
El corazón humano está siempre entre los campos. El uno es el campo del ángel bueno que no cesa de inspirarle santos pensamientos y saludables remordimientos; el otro es el del ángel malo que constantemente lo instiga a la Condescendencia culpable. De ambos campos el alma siempre tiene más o menos claro conocimiento, pero a lo menos siempre tiene el suficiente para poder con libertad acoger el uno o el otro, de lo cual le resulta el bien o el mal. Si escucha al espíritu bueno tendrá el premio de la santa Condescendencia, mas si da oídas a la serpiente infernal se hará digno con la culpable Condescendencia, del castigo que merece su elección.
En el campo espiritual reina también el espíritu de la Condescendencia culpable. ¡Cuánto hay de esto en las Religiones! Satanás trabaja muy finamente en las Religiones, y grandes son las cosechas de frutos que en ellas recoge. ¡Cuánta, cuánta Condescendencia Culpable hay en el quebrantamiento de las reglas! En el interior de los corazones, ¡cuántas Murmuraciones consentidas, cuánta Soberbia, Amor propio, Envidia, Celos, Hipocresía, Falsedades, Egoísmos, Comodidades y aun Odios y Rencores han llevado y lleva tras sí el abominable vicio de la Condescendencia Culpable! Inmenso es este campo en las Comunidades. En los Superiores hay mucho que lamentar sobre el particular no solamente faltan en las propias condescendencias, a las cuales falsamente se creen más merecedoras que los súbditos, sino a menudo caen quebrantando sus Reglas y ocasionando innumerables males a las almas que tienen a su cargo por las Condescendencias que provienen del Cariño, Sensualismo y Respeto humano. Que se fijen mucho los Superiores y Jefes sobre el particular, y para no errar, jamás condesciendan antes de haber orado, levantando el alma hacia su Dios y pidiéndole acierto y luz para bien obrar.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com