- De algunos motivos para que el pecador se convierta prontamente a Dios. -
El primer motivo para que el pecador se convierta a Dios, es la consideración del mismo Dios, el cual, siendo el sumo bien, y la suma sabiduría, no debe ser ofendido por el hombre por ningún motivo.
No por prudencia, porque ya se ve qué gran locura y despropósito es ponerse en lucha con la Omnipotencia, y con el supremo juez que le ha de juzgar.
No por la vía de conveniencia ni de justicia, no siendo tolerable que la nada, el lodo y la criatura ofenda a su Creador, el esclavo a su señor, el hijo a su padre.
El segundo motivo es la obligación grande del pecador de volver luego a la casa de su padre, siendo la conversión del hijo, y su retorno a la casa paterna, honra del mismo padre, y alegría y fiesta para toda su casa, para la vecindad y para los Ángeles del cielo (Luc. XV, 10).
Porque así como antes, pecando el hijo ofendió a su padre y lo enojó, así volviendo arrepentido y llorando con lágrimas amargas la ofensa, con firme voluntad de obedecer en todo sus divinos preceptos, lo honra y lo alegra; y de tal suerte enternece su corazón y lo mueve a misericordia, que sin aguardar el padre a que llegue el hijo, sale a recibirlo, lo abraza, lo besa y lo viste de su gracia y de sus dones.
El tercer motivo es el interés propio; porque debe considerar el pecador que si no se convierte a tiempo, ciertamente llegando el invierno y el día del sábado (Matth. XXIV -ver nota al final-), no podrá convertirse y será castigado con el infierno.
Ni debe confiar el pecador en el propósito de convertirse en el fin de su vida, o después de algunos años o meses, porque semejante propósito no solamente es loco, sino lleno de impiedad y malicia.
Es locura pensar que se puede vencer una dificultad grande en el tiempo en que el hombre se halla más flaco y débil. Y en verdad que continuando en el pecado, cada día se inhabilita más para su conversión, ya por la costumbre que creciendo siempre va poco a poco convirtiéndose en naturaleza, ya por su mayor indisposición a recibir la gracia de la conversión. Porque menospreciando a Dios con impía malicia, y deleitándose cuanto puede con las criaturas, fiado en la vana esperanza de convertirse más tarde o a la hora de la muerte, viene a desobligar a Dios de suerte que le quita la voluntad de ayudarle eficazmente.
Es asimismo loco este consejo y propósito, porque aun cuando se conceda la posibilidad de convertirse y alcanzar la gracia eficaz a la última hora o en los últimos momentos, la seguridad de que en el interín ("mientras tanto") no muera el hombre de repente sin poderse reconciliar con Dios como ha sucedido a tantos, y sucede cada día, ¿quién se la ha dado o se la dará? Clama, pues, oh pecador que lees esto; clama y da voces a tu Señor, diciendo: "convertidme Señor, y me convertiré en Vos que sois mi dueño y mi Dios" (Jerem. XXXI); y no ceses en tus clamores, hasta tanto que lo hayas conseguido, llorando con amargura su ofensa, y resignándote a practicar todo cuanto conocieres que puede agradarle y satisfacerle.
Nota: En el invierno significa la frialdad de la culpa, y en el sábado la omisión de las buenas obras. Véase Ludolfo in Vita Christi, part. II, c. X. Y en este sentido N. P. S. Cayetano por su gran humildad, decía: "Rogad a Dios que mi partida de esta vida no suceda en invierno, ni en día de sábado".
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com