- De la tentación de vanagloria. -
La tercera tentación es la vanagloria. Nada temas tanto, hija mía, como el dejarte inducir a la menor complacencia de ti misma y de tus obras. No te gloríes jamás sino en el Señor, y reconoce que todo el bien que hay en ti lo debes a los méritos de su vida y de su muerte. Conserva siempre, mientras te dure la vida, un gran odio y menosprecio de ti misma. Humíllate hasta el polvo con la reflexión de tu miseria y nada, y rinde incesantemente a Dios acciones de gracias, como Autor de todas las buenas obras que hubieres hecho. Pídele que te socorra en este peligroso asalto; pero no mires jamás el socorro de su gracia como precio de tus merecimientos, aun cuando hubieres conseguido grandes victorias sobre ti misma. Permanece invariablemente en un temor santo, y confiesa ingenuamente que todos tus cuidados serían inútiles, si Dios, que es toda tu esperanza, no te asistiese y amparase con su protección (Psalm. XVI, 8).
Con estas advertencias, hija mía, si puntualmente las observares, triunfarás fácilmente de todos tus enemigos; y te abrirás el camino para pasar con alegría a la celestial Jerusalén.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario