La Calumnia nace de la Murmuración y de la Soberbia.
El Orgullo o el Amor propio herido la produce alimentando a tan horrible monstruo la Murmuración, su madre.
La Calumnia no va solamente contra la Caridad, manchándola, sino que le da la muerte.
Es la Calumnia un lodo que mancha cuanto toca: es como el aceite, que aunque se limpie, queda la mancha.
Consiste la Calumnia en el falso denigramiento del prójimo, en cualquier forma que ésta sea. Podrá ser en materia más o menos grave: sobre honra y fama, pública o privada y aun podrá estar solamente dentro del corazón del hombre, pero siempre es Calumnia lo que falsamente denigra al prójimo.
De la Murmuración a la Calumnia hay un solo paso. La Murmuración consiste propiamente en criticar los hechos y dichos ajenos; mas tan fácil es el exagerarlos, y aun pasar a la Mentira, calumniando, que verdaderamente no ya un paso, sino solamente una línea separa la Calumnia de la Murmuración.
La Murmuración no solamente hace que el murmurador se exceda sino que, hiriendo los oídos de los otros, levanta en ellos tempestades horribles, y aun enciende el fuego de la cólera y de la Ira, resultando muchas veces de este desorden el desbordamiento de las pasiones y las calumnias contra el prójimo.
Jamás se debe descubrir al infamado la persona que lo infamó, a no ser en casos especiales de mayores daños, en que la Prudencia y la Caridad aconsejan lo contrario.
Este punto del amor al prójimo es muy delicado; y la Calumnia es un falso testimonio terrible que quebranta mis leyes atrayendo grandes castigos. ¡Ay del calumniador! ¡Ay del que esparza por el mundo la fama de su hermano denigrándola! ¡Ay del miserable que herido por alguna pasión, ya sea de Celos, de Envidia, de Odio, o de Ira, descargue su ruin venganza, echándose en la espantosa Calumnia!
La calumnia es un pecado tan grande, que para borrarse o para que se perdone, se necesita la restitución de la honra infamada, en todos los oídos y ante todas las personas delante de las cuales se haya pronunciado o esparcido. Ya verán si es difícil recoger el polvo que se lleva el viento, y sin embargo, necesario es e indispensable para obtener el perdón, restituir la fama y la honra, que es más preciosa y de más valor que todo el oro del mundo. Y si soy tan exigente para la restitución de los bienes materiales, que no se perdona el hurto si no se devuelve a su dueño lo robado, ¡cuánto más lo seré de la honra y de la fama denigrada, cuyo precio no es comparable con lo vil y material sino que es infinitamente mayor! ¡Ay!, sin embargo de ser un pecado de los mayores y que tanto me duelen, ofendiéndome, se cometen a millares en el mundo, y también a veces ¡horror!, se cometen por los que se llaman míos.
Este punto es delicadísimo, si las almas entendieran la grandeza de este crimen, se detendrían en sus rencorosas apreciaciones y odiosas venganzas. El torrente desbordado de los vicios que hoy inunda al mundo y también contamina el campo espiritual, estas pasiones desbordadas y sin freno, son las que producen tan grandes crímenes. Y digo crímenes, porque es un crimen quitar la fama del prójimo. Aún más: en muchos casos este homicidio moral, infame y espantoso, es más grande que privar de la vida del cuerpo. ¡Cuántas calumnias se registran diariamente en el mundo!
La Difamación, horrible vicio, hermano de la Calumnia, reina hoy en todas las clases sociales.
Esta pasión maldita que lleva en sí a otras muchas tan grandes y odiosas como ella misma, está desenfrenada.
La Calumnia y la Difamación se encuentran en las palabras, en los escritos, en los hogares, en las plazas y aun en la boca de los niños.
Terrible estrago hacen en el mundo espiritual, lo mismo que en el mundo de los teatros y de los bailes. Existen en todas las clases de la sociedad, y su ponzoña llega hasta babosear el sagrado recinto del matrimonio, de este Sacramento santo, instituido por Dios y protegido por la Iglesia.
A la Calumnia y a la Difamación no les importa cebarse en él, y sembrar las discordias, las dudas, en donde siempre debiera reinar la paz y la santa armonía. Desgraciado de aquél que por venganza, perversidad o malicia, manche la honra de los hogares con la vil Calumnia y cruel Difamación.
Yo lo prometo que su castigo será muy grande, y mi Justicia se descargará terrible sobre aquella que desdore a la inocencia.
La Calumnia y la Difamación son más que vicios. Su definición es: el estallido estridente de vicios y sofocadas pasiones.
¡Su remedio es tan arduo! ¡Su perdón es tan difícil! Sin embargo, el alma que arrepentida y dolorosamente contrita, se humille, llore su culpa, y ponga en juego todos sus medios posibles para repararla, alcanzará el perdón, aunque tenga que expiar en su muerte y aún, ¡cuántas en vida!, la enormidad de su pecado.
Este pecado es de los que generalmente también castigo en vida. Aun en este mundo hago sentir el peso de mi Justicia ofendida sobre el corazón que se ha manchado con tan terrible y nefando crimen.
La Murmuración es el camino que conduce a la Difamación y la Calumnia.
Que se detengan las almas, si no quieren precipitarse en sus espantosos abismos: que huyan de ella como del más contagioso mal, y se guarden dentro de los muros fortísimos de una inquebrantable Caridad.
¡Oh, si esto hicieran las almas, cuántos pecados se evitarían y cuánto perdería el Demonio!
Estas armas favoritas de Satanás, la Calumnia y la Difamación, se embotarían al topar con la blandísima cera de la Caridad cristiana.
La base o fundamento de la Religión Católica está concretada en la Caridad, o sea en el Amor de Dios y del prójimo.
En donde no existe esta Caridad, no existe el cristianismo. El hombre lleva de solo nombre este digno título de cristiano, si no practica la Caridad.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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