Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

13.6.18

De las virtudes y de los vicios: Vicios opuestos a las virtudes de recogimiento. Curiosidad


La Curiosidad, es hija de la Imaginación loca y desordenada, y lleva en sí a muchas de las deformidades de su madre. Brota de ésta, y salta por todas partes, si a tiempo, y aun constantemente, no se le encadena.

La Curiosidad es un vicio muy odioso que a veces trae funestas consecuencias, y acarrea al alma muchísimos y grandes males.
¡Cuántos pecados, y de cuántas clases, atrae en el alma la Curiosidad!




Muchísimas veces, al satisfacerse, encuentra el veneno que causa al alma la muerte; otras, hondas puñaladas recibe, arrepintiéndose después de tiempo, de haberla tenido, y llorando su debilidad en consentirla.

Pasiones terribles despierta la Curiosidad y a crímenes grandes se llega por esa emponzoñada puerta.

En todos los estados, clases y condiciones existe este maldito vicio de la Curiosidad que, al satisfacerse, hiere y daña al alma que lo lleva consigo.

Es un vicio sobre todo mujeril, que llega a inocular con su veneno a miles de corazones.

Mucho cuesta a la mujer dominar a este natural instinto de la Curiosidad, que nace y crece con ella, desarrollándose en toda su extensión, cuando no se lo opone el valladar de las virtudes morales.

Sólo la virtud es capaz de moderar sus bríos; sólo la santidad llega a dominarla del todo: digo, a dominarla, no a matarla, porque la Curiosidad sólo muere cuando muere la criatura.

Se llega, sí, a debilitarla, por medio de constante guerra; adormecerla con la elevación interna del espíritu; a encadenarla a los pies, con el Dominio propio; pero, a matarla y destruirla del todo, eso nunca porque, a pesar de mil esfuerzos, ella levantará de cuando en cuando su cabeza, arrojando su hálito dañino sobre el alma. Gran triunfo habrá conseguido la mujer que así llegue a dominar a la Curiosidad; y crea, entonces, que ha dado un gran paso en la vida espiritual y ha subido un empinado escalón para llegar a ella, puesto que en donde reside la Curiosidad, es imposible que exista la Acción y santa Quietud del Espíritu Santo.

Consiste este vicio de la Curiosidad, en un instintivo deseo de conocer lo oculto y secreto de cualquier género, sintiéndose poderosamente instigada el alma hasta conseguirlo.

Basta que tenga el tinte del secreto y del ocultamiento una cosa, por insignificante que sea, (pues cuántas veces supera el apetito de la Curiosidad a la pequeñez del objeto) para que el deseo se vea apremiado, ansioso e instigado, creciendo todo esto a la medida de las dificultades.

La Curiosidad lleva consigo a su hermana la Inquietud; y un alma curiosa, o que se deje llevar de la Curiosidad, siempre es inquieta y desordenada.

La Imaginación sirve también de combustible a la Curiosidad; ella le atiza e impulsa con tentaciones de todo género.

Quitando el desorden de la Imaginación, se quita la Curiosidad y se debilitan otros muchos vicios.

En donde está la mujer, ahí está también la Curiosidad.

No quiero decir que en el hombre no existe este vicio, (¡ojalá y no tuviera que lamentarlo en él!) pero es más especialmente de la mujer.

En las Religiosas campea el vicio de la Curiosidad, y también de la Curiosidad interna.

Esta curiosidad interna o espiritual hace grandísimos males en las almas; implica Soberbia, y el Espíritu Santo la rechaza.

Le "da tristeza" a este Santo Espíritu la Curiosidad; y ni siquiera recibe bien que el alma que El posee, desee saber el por qué y el cómo de lo que recibe.

Las almas que en su fondo interno quieren averiguar el futuro, le disgustan; y su estilo, diré, y su gusto es que ciegas totalmente en sus divinas manos, SE DEJEN HACER lo que sea su voluntad santísima.

Quiere el Espíritu Santo que esas almas reciban, sin pensar más que en devolver, con la Pobreza espiritual perfecta, y en agradecer.

A esto desea que se reduzca el papel de las almas que se le entregan.

El Espíritu Santo, para llenar el alma exige un completo abandono, no tan sólo de la voluntad sino también de la memoria y del entendimiento.

Que no le importe al alma subir o bajar, sufrir o gozar, sino que, muerta a todo propio querer y Curiosidad interna, se deje llevar del viento que le sople, entregada totalmente a la voluntad divina.

La Curiosidad espiritual detiene las gracias, porque el Espíritu Santo no las derrama en el alma que la lleva consigo; más aún, las detiene y aleja.

Muy delicado es en el orden espiritual este funesto vicio, más grande de lo que a primera vista parece, y a toda costa debe cortarse y encadenarse.

El remedio general para toda Curiosidad es el recogimiento exterior e interior del corazón, unido al amor de Dios, porque el que ama a Dios por ser quien es, purísimamente, y sin el más pequeño interés, no se ocupa ni se entretiene en pueriles cosas, ni va deteniéndose en los medios, sino que directamente busca y se lanza al fin de ellos.

La Curiosidad mundanal o exterior y de los sentidos no entra en un corazón ocupado solamente de las cosas del cielo, que nunca ve en su derredor otro fin que el de hacer siempre el bien, cerrando los ojos y los oídos a toda Curiosidad que ningún provecho le reporta, y sí puede acarrearle grandes males y perjuicios. El Dominio propio campea en este Santo Recogimiento.

La Curiosidad espiritual tampoco llega a las puertas del alma abandonada dentro de la Voluntad santísima de su Amado.

Esta alma ya no vive en ella, sino que su Dios, poseyéndola, la hace suya, dejándose ella hacer y mover por el menor soplo de la voluntad divina, campeando en ese abandono sublime y santo, la virtud encumbrada de la santa Indiferencia.

La virtud más grande y perfecta es la que debe derrocar a la Curiosidad interna, y es la del santo Abandono en los brazos de Dios.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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