JESÚS: -La Excusa es hija del Amor propio y del Respeto humano. Consiste en no querer el corazón atribuirse las miserias que de él se derivan, valiéndose de frívolos, pecaminosos y hasta ridículos pretextos.
La Excusa es el impulso de la Soberbia, y la Humildad está muy lejos de ella. El corazón humilde jamás lleva consigo la Excusa, aun cuando sufra calumniosas sinrazones, no se mueve de su sitio, y en su desprecio y abajamiento es feliz.
La Excusa es un fruto ordinario y común en todas las clases sociales y en todos los estados del hombre. Debajo de los hábitos religiosos tiene también su asiento y su reinado, porque también ahí existe el Amor propio.
La excusa es de tal manera susceptible, que en muchas ocasiones salta y se adelanta, antes de sentirse herida ni interrogada.
La Excusa es una acusación manifiesta del alma que la lleva consigo y que por disculparse, se descubre: en lugar de pasar tal vez desapercibida, la Excusa la acusa descubriendo o haciendo patente la ponzoña que ahí dentro se encuentra.
La Excusa prudente y ordenada en favor del prójimo es una virtud; y llega ésta a encumbrarse a tal grado, que aún desdorando a quien la practica, disculpa al prójimo. ¡Bien raro, sin embargo, es este grado de virtud, pero felizmente existe! Culparse el hombre a sí mismo para evitar la pena de otro, esto fue en cierto sentido, lo que Yo hice en mi paso por la tierra: cargué en mi pecho todos los pecados de los hombres, para excusarlos con el Eterno Padre y alcanzarles perdón... ¡Cubrí sus enormes crímenes con mi preciosa Sangre para que no fueran castigados! ¡La Redención fue la excusa del hombre, tomada a cargo de un Dios...! ¡Sublime caridad ésta, que encierra un mundo de perfecciones!
Hermosa es la virtud de la excusa en bien del hermano: es un acto derivado de la Caridad, que si es ordenado y recto, hará mucho bien y será digno de premio. Pero en cambio, si se excusa el mal con perjuicio de tercero, entonces la virtud de la Excusa, se convierte en vicio, y hasta en pecado, según la malicia o las circunstancias agravantes de lo que se excusa.
La Excusa propia es en toda ocasión mala, o a lo menos defectuosa, y salvo que lo exija la Prudencia y la ordenada Justicia, (que es en raras ocasiones), casi siempre el Amor propio campea en las excusas propias.
Callar es digno de los hijos del Crucificado. La Inocencia misma guardó silencio cuando todo un pueblo rabioso e hipócrita, envidioso y soberbio pedía su muerte, infamándole con atroces calumnias. ¡Cuánto más los hijos de los hombres, que siempre tienen manchas que limpiar y defectos que expiar, deberán excusarse jamás!
Como el corazón humano nace ya con el germen del mal y de la Soberbia, le es como innata la excusa, y apenas despierta la razón en él, cuando este vicio del Orgullo, o que lleva en sus venas la misma sangre, se le adelanta.
Y ojalá que la Excusa fuera simple, sería menos dañosa; pero generalmente, el que se excusa, echa la culpa a otro, o lo descubre; ambas cosas van contra la Caridad, porque se levanta un falso testimonio al prójimo, por disculparse a sí mismo. Y también resulta un gran daño y falta a la Caridad si se descubren los defectos ajenos que debiéramos ocultar o aminorar con prudencia y rectitud.
El remedio para la Excusa es no excusarse: la virtud de la Excusa es cargar sobre sí el mal de otros con el fin de librarlos y ser uno despreciado. Mas tanto para el remedio, cuanto para la virtud, se necesita mucha perfección, Dominio propio, Vencimiento, gran Generosidad y Humildad verdadera.
¡Feliz el alma que no se excusa; Yo la alzaré y amorosamente velaré por su causa! ¡Dichosa también el alma que se sacrifica por salvar la honra de su hermano! Yo le prometo que no quedará sin recompensa y mis ojos la mirarán con predilección.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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