El Sufrimiento y la mortificación van más al interior del alma. La Penitencia y el padecimiento se refieren más al cuerpo.
La Mortificación es el constante quebrantamiento de todo propio querer. Sólo está incluido en el total sacrificio de la Obediencia: sin embargo, puede el alma actuarse en todas sus operaciones, ya que la virtud de la Mortificación es el incienso del alma.
Esta virtud es muy amada de mi Corazón, la cual se desarrolla y crece practicándola. Es una hija predilecta del Espíritu Santo y su misión es purificar a las almas por el sacrificio; y su perfección consiste en que este sacrificio sacudido de todo propio interés, suba al cielo por el solo y puro amor. Este puro amor tiene muchos grados y extensión.
La Mortificación es una grande virtud hija del sufrimiento y hermana del Padecimiento. Es la mortificación la sal con la cual sazonan todas las virtudes: ellas son desabridas sin esta sal indispensable para su sabor.
La Mortificación, aunque es también hija del Sufrimiento, es mayor que su hermano el Padecimiento y más parecida a su padre en el sentido de que va al interior del alma a practicar su misión.
La misión de la Mortificación es divina y su práctica lleva al alma a un alto grado de perfección.
El alma mortificada, es pura, obediente, humilde, penitente, y la acompañan todas o la mayor parte de las virtudes. La Mortificación tiene la virtud especial de levantar el alma de las cosas de la tierra y de atraer por su medio la Presencia de Dios.
La Mortificación es la leña o combustible con que se enciende el alma en divino fuego.
La Mortificación es una virtud secreta que en el ocultamiento y oscuridad, hace grandes progresos.
Es la Mortificación enemiga del ruido; y en un profundo silencio se ejercita y crece. Tiene su asiento en el alma pura o purificada.
Es la Mortificación una virtud gigante, y aun cuando se muestre en la pequeñez de la humildad, o con su vestidura, ella derroca a enemigos muy capitales del alma.
Es virtud guerrera que consigo lleva a la lucha y la espada y no descansa en su misión, proporcionando al alma que la posee, infinitos medios y modos de merecer.
La mortificación domina a los sentidos y pone a raya a las pasiones del hombre: se interna hasta en las potencias del alma, y pasa aún más allá, esto es, al campo vastísimo interno dentro del cual también impera ejerciendo ahí su dominio y su influencia más perfecta.
Es virtud tan fuerte, que derroca a la voluntad humana, la pisa, y hace de ella su asiento: la rinde totalmente con su trabajo y esfuerzo; y de tal manera llega a sujetarla, que aquel feliz y mil veces feliz espíritu que la tiene por su Reina llega a vivir y a respirar dentro de ella y por ella misma.
Esta virtud tiene infinitas recompensas celestiales para el alma que la practica, no sólo en la eternidad, sino aún en el tiempo.
Sus enemigos son los mismos que los del Sufrimiento y padecimiento; pero esta virtud como aborrece de muerte a la Comodidad, a la Delicadeza y al Placer, esgrime heroicamente todas sus armas para defenderse, apoyándose en la Humildad y en la Constancia.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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