Sábado 21 de julio de 1900
Hoy, sábado, 21 de julio, creí no poder recogerme en manera alguna. Pero apenas he podido estar sola, me he puesto a rezar el rosario de los Dolores, no sé a qué punto sentí que se me iba la cabeza. Mi queridísima Mamá la Virgen de los Dolores me ha querido hacer una visita (no me acordaba que es sábado, y los sábados suele dejarse ver).
Estaba afligida, no sé, pero me parecía que lloraba. La llamé muchas veces con el dulce nombre de mamá: no me respondía, pero cuando oía decir mamá, se sonreía; se lo he repetido cuantas veces he podido, y ella siempre se reía. Por fin, me dijo:
- Gema, ¿quieres venir a descansar un poco sobre mi pecho?
Hice ademán de levantarme, arrodillarme y acercarme a ella; también ella se levantó, me besó en la frente y desapareció en seguida.
De nuevo me encuentro sola, segura empero del amor de mi Mamá, aunque está muy ofendida. Después de todo esto, me siento, es cierto, muy afligida, pero también muy resignada.
Esta tarde, como había prometido a Jesús, he ido a confesarme con el Padre Vallini. Pero, salida del confesionario, me he sentido muy agitada e inquieta: prueba inequívoca de que por medio andaba el diablo.
¡Así era por desgracia! Bien lo entendí más tarde, al ponerme a hacer mis oraciones. Ya estaba, como he dicho, tanto exterior como interiormente hecha una tempestad, hubiera querido meterme en cama o adormecerme antes que rezar; pero no lo hice, quise probar. Comencé a decir las tres invocaciones que acostumbro cada tarde al Sagrado Corazón de María; apenas me puse de rodillas, el enemigo, que hacía un rato que estaba escondido, se dejó ver en figura de un hombre muy pequeño, pero tan feo, que me causó horror.
Mi mente estaba fija en Jesús y ningún caso hacía de él, seguía rezando, cuando, de repente, sentí caer golpe tras golpe sobre mis espaldas: me dio muchos. Esta tempestad duraría una media hora; me he dado cuenta de que la cosa que más le disgusta es el recogimiento que Jesús me hace sentir a menudo. Me encomendaba a Jesús, pero ¡inútil! Entre tanto, se acercaba la hora en que debía obedecer, o sea, irme a la cama; ir de ese modo me disgustaba: no había hecho aún el examen de conciencia. Rogué a mi Ángel de la Guarda, quien me ayudó de una manera en verdad curiosa.
Apenas se me presentó, le rogué que no me dejara sola. Me preguntó qué tenía; le mostré al diablo, que se había alejado mucho, pero siempre amenazándome. Le rogué que pasase conmigo toda la noche, y él me decía :
- Pero yo tengo sueño.
- No - le replicaba yo - los Ángeles de Jesús no duermen.
- Y sin embargo - añadía él- tengo que dormir (noté que quería reír), ¿dónde me haces descansar?.
Yo le hubiera dicho que se metiera en la cama, y yo seguiría rezando; pero entonces habría desobedecido. Le dije que estuviera cerca de mí, y él me lo prometió ([El Ángel, bromeando con esta alma angelical, quería probar al mismo tiempo su obediencia al Confesor, que le había preceptuado irse a la cama y dormir.]).
Me fui a la cama y luego me pareció que él extendía sus alas y se ponía sobre mi cabeza. Me dormí, y esta mañana le vi en el mismo sitio de ayer tarde. Allí le dejé; al volver de Misa ya no estaba.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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