Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

11.4.18

De las virtudes y de los vicios: Virtudes de sacrificio


1. Sacrificio.
El Sacrificio y el Dolor nacen sólo del AMOR de DIOS; y en él viven, y dentro de el crecen y fructifican, llenando el alma de inmensos bienes.

2. Pobreza.
La Pobreza es muy semejante a la Santa Obediencia y a la hermosa humildad.

El despojo total de la Pobreza se efectúa en no tener, el cual es hermano del no pertenecerse.




Me doy, digan los Religiosos, me entrego, me vacío, me nulifico, todo lo entrego: de todo me despojo: entrego todas las personas, todos los afectos; devuelvo al Señor todo cuanto de El he recibido, con todos sus dones, y gracias: doy mi cuerpo, mi alma, mi vida, mis sentidos y mis potencias, mis sentimientos y palpitaciones y hasta mi eternidad. Esto es el despojo de la Pobreza. Y al despojarse se siente una gran hambre de más pobreza; porque las virtudes participan de aquella hambre y sed insaciable de Dios, que nunca se satisface, siempre anhelando el alma aquel inmenso y Eterno Bien. Las virtudes son unas emanaciones del mismo Dios y tienen la misma propiedad de ser infinitas.

La Pobreza, no sólo la exterior y actual, sino la interior del Espíritu debe ser el vestido del Religioso. Mi corazón ama mucho esa virtud, la cual practiqué toda mi vida hasta el último momento de mi paso sobre la tierra.

El religioso con vanidad es muy pobre a mis ojos, y el pobre en su espíritu y cuerpo es rico en el cielo. Quiero a mis cruces muy pobres: desprecien todo adorno y comodidad; hasta despreciarse a sí mismas: estén desnudos de todo olor mundano; y vestidos sólo de Jesús. Cada día encontrarán más riquezas, más encantos en la Pobreza.

Vistan con mucha modestia: y sus alhajas sean las que me adornaron a Mí; ya que a mi cuerpo, en mi muerte, sólo le tocaba exteriormente el leño de la Cruz, el hierro de los clavos y las punzantes espinas.

Estudienme, y sean un fiel retrato en el desasimiento perfecto de todo lo terreno, de todo lo divino, en Dios y por Dios.

La pobreza y la obediencia tienen un color y un aroma muy parecidos. Este aroma embalsama cuanto toca, y da valor a los actos de la criatura, hasta un punto que yo solo sé. Estas virtudes huelen a divino: las dos nacieron en mi Corazón, y son mis amadas.

La pobreza es una reina cubierta de harapos: a la vista espanta a la naturaleza, pero en abrazándose a ella tiene un aroma delicioso; se disfruta de una paz y dicha desconocidas por el mundo.

A unas manos vacías llena el Señor, al cual le agrada dar al que no tiene y reconoce que lo que tiene es de El y se lo devuelve.

Este recibir y devolver hace crecer el tesoro que el Señor derrama en el alma pobre; y mientras más recibe más devuelve, gozándome el Señor en este comercio santo; pero ¡ay del alma que se queda con sus gracias como propias! Yo llevo conmigo mis tesoros: y quien me tiene a Mí todo lo tiene; pero no en sí, sino en Mí mismo. El alma unida a Dios es rica con sus riquezas y totalmente vacía o pobre en sí misma, es decir, todo lo tiene sin tenerlo, y se queda con su pobreza, aunque esté vestida de perlas. Por aquí se ve la necesidad de este despojo de sí mismo, si se quiere emprender con fruto la vida espiritual perfecta.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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