Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

10.4.18

De las virtudes y de los vicios: introducción al estudio de las virtudes


Verdaderamente es el Señor admirable en sus obras, pero en este campo infinito del espíritu no hay palabras con que expresar su Poder, su Sabiduría, su ternura y su Amor! Existe una perfecta unión en todas las virtudes, que como en una cadena, se van uniendo sus eslabones sin romperse, hasta llegar al cielo.

¡Bendito mil veces el Señor que en este campo interno en el cual, como en todas las cosas (aunque ahí de una manera particular) da la vida y se comunica, fundándose siempre con el soplo divino de su Santo Espíritu! CC 13, 5.




¡Es tan hermoso el campo de las virtudes! ¡Se contemplan con tan deslumbradoras luces, con tan variados colores, que el alma se encanta maravillada, alabando al Señor que vive entre ellas gozándose en sus distintos aromas! Y no se crea que esto es como de fantasmagoría, ilusión y ensueño, no; es una encantadora realidad, que al tocarse enciende el pecho en el santo fuego del Divino Amor.

¡Ahí sí que hay paz, quietud, tranquilidad y bienestar! ¡Queda este campo o lugar tan lejos del ruido y bullicio del mundo y de las criaturas! Tan interna es esta morada donde vive el Espíritu Santo, que nadie la encontraría, si El mismo no llevara al alma, a por Sí mismo ahí la introdujera!

El campo de las virtudes se riega con la Sangre de Jesús, por eso es tan fecundo y sus flores y sus frutos inmortales; la sombra de la cruz lo cobija, por eso es tan fértil y la gracia en él abunda.

Ahí en ese divino campo, siembra el Espíritu Santo, la Sencillez, la Inocencia, el Sacrificio, el Recogimiento, la Humildad, la Obediencia, la Mortificación, la Constancia, el Dolor y las mil y mil preciosas virtudes.

El Espíritu Santo las produce, las alimenta y las hace crecer, desarrollarse y fructificar... Aquí, es en donde se cosechan esos frutos de la Caridad, Gozo espiritual, Paz, Paciencia, etc., etc.... Aquí es el lugar donde regala a las almas sus preciosos dones. Aquí en fin, en donde han de conocer las riquezas de la Cruz, los tesoros del padecer, el inapreciable valor del Sacrificio oculto y desinteresado... En este campo donde habita y mora el Espíritu Santo, es en donde el alma escondida y pura; escucha sus delicados gemidos, su dulcísima voz... En este lugar es en donde se deleitan Jesús y el alma: en el armonioso conjunto de todas las virtudes: en donde reina el silencio interior que nada turba..., la quietud del alma vacía de todo propio querer, que no piensa ya, ni puede pensar, sino en amar y sacrificarse por el Amado... Aquí es muy viva, penetrante y profunda la Presencia de Dios en altísimos grados..., aquí se respira modestia, soledad, recogimiento..., todo interno, todo bello, todo lleno de paz como que lo cobija, alienta y da vida el Espíritu Santo.

En esta quietud tranquila del campo divino de las Virtudes, es donde el alma, repito, vacía de todo lo que no es Dios, tiende a El y se une íntimamente con El: es en donde ese divino Espíritu se hace sentir, escuchar y tocar, con el purísimo contacto de las almas vírgenes, de las almas cándidas. En este oscuro silencio del alma pura, es donde se encienden y crecen los divinos amores... Aquí es el santuario de las comunicaciones divinas, de lo más alto y crecido de la Unión... Aquí concluye el Yo; y el alma, por medio de la santificación del amor, ni respira ni aspira, sino Dios y sólo Dios. En estas alturas, el Espíritu Santo ¡oh bondad incomparable!, uniéndose al alma pura y adornada de todas las virtudes, con un estrechamiento, hace que esta, ni piense, ni oiga, ni sienta, ni hable sino del Amado, con el Amado, por el Amado y dentro del Amado... No pudiendo tener más movimiento ni voluntad que la del Amado... Aquí el alma, absorbida por el Espíritu Santo comienza a ver ante su atónita mirada, otro campo infinito de secretos admirables, encerrados en la Cruz... Se descorren ante ella los velos de los Sagrados Misterios, contempla anonadada la Esencia Divina, la Generación eterna, la felicidad de Dios, la comunicación del Amor, en el amor mismo. Su entendimiento se llena de luz, su memoria se suspende, su voluntad..., ¡oh, su voluntad ya no le pertenece, está precipitada, enajenada, confundida dentro de aquel eterno foco de Caridad, Omnipotencia y Bondad! ¿Y aquí concluyen estos divinos favores, cuyos escalones para alcanzarlos son las virtudes? ¡Oh, no!, que Dios es infinito, y sus tesoros siempre nuevos e inagotables.

Al alma pura y crucificada, adornada de todas las virtudes, repito, y llena de gracia, la introduce el Espíritu Santo a unas regiones o moradas muy internas, que llegan a ser las antesalas del cielo: parece que ahí contempla a la Divinidad misma, sólo con un velo más o menos denso; que siente su calor, sus miradas, comprendiendo la verdadera vida. Ahí la misma Divinidad, es la que calienta al alma con sus esplendores eternos... Ahí se cree, se espera, y se ama con crecidos quilates aunque generalmente de estas tres virtudes teologales, sólo queda, diré o absorbe a las otras la Caridad, el Amor... Ama, ama al alma sin saber hacer más que amar; amar, anhelando, engolfada en aquel piélago de amor, nada más que amar, y más amar, sin cansarse, ni hartarse..., y sin embargo, satisfaciendo los vehementísimos ardores de la unión, del estrechamiento, de la similitud con su Dios y su todo...

Hasta allá conduce el hermoso campo de las virtudes, a las almas profundamente humildes, sacrificadas, puras, desinteresadas, ocultas y obedientes.

Entre las virtudes, unas arrastran el alma hacia Dios; otras atraen a Dios hacia el alma pura... Algunas también, tienen como dos caras o aplicaciones opuestas, como la Condescendencia santa y la culpable, la Enseñanza y otras muchas.

Se dividen en grupos, en familias, en colores, diré pero el Amor, la Pureza, y el Sacrificio, constituyen la sustancia y los matices divinos de todas.

Esa pureza se levanta majestuosa entre todas sus compañeras, reclinándose en aquel Lirio purísimo, en la Azucena divina, de donde toma su fragancia especial, la cual comunica, embalsamando, a todas las demás virtudes. CC 13, 5.

El Dolor, la Cruz, esta riqueza desconocida viene impregnando a todas las virtudes, y dándoles valor y vida sobrenatural. Sin la Cruz, no puede existir ninguna virtud: es la divina sustancia de todas ellas; es la atmósfera del alma santa, es la escala para el cielo, y el lazo de unión más apretado que puede existir entre Dios y el alma pura. Nos hizo felices Jesús por el Dolor, pero Dolor en la Inocencia misma, Dolor en la virginal Pureza, Dolor santo e inmaculado, que todos debemos imitar y que se imita en la constante práctica de las Virtudes.

¿Y el amor? Con este amor que abarca al inmenso campo de las Virtudes en toda su extensión, que les da el ser y la vida, se abrasa el pecho divino de Jesús, obrando prodigios de humillación y de sacrificios hasta la locura en favor del hombre. Su purísima alma es el foco del amor activo y sacrificado. Es el Amor, el antídoto de todo pecado, de todo vicio, de toda desordenada pasión.

El alma que ama, se transforma en todas las virtudes y las posee, identificándose con ellas: el alma que ama, anhela aniquilarse, humillarse, ocultarse, morir a todo para vivir en Dios y para Dios.

A este punto culminante de la perfección, lleva al alma la práctica constante de las Virtudes, identificando su voluntad con la divina, que es el fin de este tratado: La gloria de Dios y la salvación de las almas.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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