Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

28.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (75)




CAPÍTULO 21.
Se explica cómo, aunque Dios responde a lo que se le pide algunas veces, no gusta de que usen de tal recurso. Y prueba cómo, aunque condesciende y responde, muchas veces se enoja.

1. Se piensan seguros, como hemos dicho, algunos espirituales en tener por buena la curiosidad que algunas veces usan en procurar saber algunas cosas por vía sobrenatural, pensando que, pues como Dios algunas veces responde a instancia de ello, entonces es que es un buen recurso y que Dios gusta que lo usen. Como quiera que sea, no deja de ser verdad que, aunque les responde, ni es buen recurso ni Dios gusta de él, antes aún se disgusta; y no sólo eso, muchas más veces se enoja y ofende mucho.
La razón de esto es porque a ninguna criatura le es lícito salir fuera de los términos que Dios la tiene naturalmente ordenados para su gobierno. Al hombre le puso términos naturales y racionales para su gobierno, por lo que intentar o pugnar en salir de ellos no es lícito, y querer averiguar y alcanzar cosas por vía sobrenatural es salir de los términos naturales que Dios estableció. Luego es cosa no lícita, y luego Dios no gusta de esos recursos, pues de todo lo ilícito se ofende. Bien sabía esto el rey Acab pues que, aunque de parte de Dios le dijo Isaías que pidiese una señal, no quiso hacerlo, diciendo (Is. 7, 12): "No pedire tal cosa y no tentare a Dios". Porque tentar a Dios es querer tratarle por vías extraordinarias, cuales son las sobrenaturales.

2. Alguno dirá: "pues, si así es, que Dios no gusta, ¿por qué algunas veces responde Dios?". Digo que más bien algunas veces responde el demonio; y sobre las veces en que responde Dios digo que es: bien por la flaqueza del alma que quiere ir por aquel camino, para tratar que no se desconsuele y vuelva atrás, o para que no piense que Dios está mal con ella y se sienta demasiado disgustada o abandonada, o por otros fines que Dios sabe, fundados en la flaqueza y debilidad de aquel alma, y así por donde ve que conviene, responde y condesciende por ese tipo de vía. Como también lo hace con muchas almas flacas y y aún neonatas en darles gustos y suavidad en el trato con Dios muy sensible, según hemos mencionado capítulos anteriores, mas no porque Él quiera ni guste que se le trate con ese término ni por esa vía. Mas a cada uno da, como hemos dicho, según su modo, porque Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge según cómo sea el vaso que lleve, y a veces las deja coger por esos caños extraordinarios. Pero sin embargo no es esto excusa para que parezca lícito el querer coger el agua mediante esos utensilios, a no ser que recurra a ciertas experiencias sobrenaturales el mismo Dios, puesto que Él sí puede dar ese agua cuándo, cómo y a quién Él quiere, y por lo que Él quiere, sin que tenga que pretenderlo la otra parte. Y así, como decimos, algunas veces condesciende con el apetito y ruego de algunas almas, que porque son buenas y sencillas, no quiere dejar de acudir por no entristecerlas, mas no porque guste del tal recurso.

3. Lo cual se entenderá mejor por esta comparación. Tiene un padre de familia en su mesa muchos y diferentes manjares y unos mejores que otros. Está un niño pidiéndole de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra, y pide de aquel porque él sabe comer de aquel mejor que de otro. Y, como el padre ve que aunque le dé del mejor manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y que no tiene gusto sino en aquel, con el fin que no se quede sin su comida y desconsolado le da de aquel con tristeza. Como vemos que hizo Dios con los hijos de Israel cuando le pidieron rey: se lo dio de mala gana, porque no les iría bien. Y así, dijo a Samuel (1 Sm. 8, 7): "Oye la voz de este tu pueblo y concédeles el rey que te piden, porque no te han desechado a ti, sino a mí, para que no reine yo sobre ellos". A la misma manera condesciende Dios con algunas almas, concediendoles lo que no les está mejor, porque ellas no quieren o no saben ir sino por allí. Y así, tambien algunas alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y se lo da Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido de los trabajos de la cruz de su Hijo, a que Él querría echasen mano más que a ninguna otra cosa.

4. Aunque querer saber cosas por vía sobrenatural, por muy peor lo tengo que querer otros gustos espirituales en el sentido natural. Porque yo no veo por dónde el alma que pretende recurrir a la vía sobrenatural deje de pecar por lo menos venialmente, por más buenos fines que tenga y más puesta esté en perfección, y quien se lo mandase y consintiese también cometería falta. Porque no hay necesidad de nada de eso, pues hay razón natural y ley y doctrina evangélica suficientes por donde muy bastantemente se pueden regir, y no hay dificultad ni necesidad que no se pueda desatar y remediar por estos medios muy a gusto de Dios y provecho de las almas.
Y tanto nos hemos de aprovechar de la razón y doctrina evangélica que, aunque ahora queriendo nosotros, ahora no queriendo, se nos dijesen algunas cosas sobrenaturales, sólo hemos de recibir aquello que cae en dicha razón y ley evangélica. Y entonces recibirlo, no porque sea revelación, sino porque es razón, dejando aparte todo sentido de revelación; y aún entonces conviene mirar y examinar aquella razón mucho más que si no hubiese revelación sobre ella, por cuanto el demonio dice muchas cosas verdaderas y por acontecer, y muchas conformes a razón, solo para engañar.

5. De donde no nos queda en todas nuestras necesidades, trabajos y dificultades, otro medio mejor y más seguro que la oración y esperanza de que Él proveerá por los medios que dispusiere. Y este consejo se nos da en la sagrada Escritura (2 Par. 20, 12), donde leemos que, estando el rey Josafat afligidísimo cercado de enemigos, poniendose en oración, dijo el santo rey a Dios: "Cuando faltan los medios y no llega la razón a proveer en las necesidades, sólo nos queda levantar los ojos a Ti, para que tú proveas como mejor te agradare".


27.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (74)



5. Y aún estando ellos pendientes de estas causas, Dios solo tiene todo el conocimiento, el cual no siempre lo declara, sino dice el mensaje o hace la revelación y calla la condición algunas veces, como hizo a los ninivitas, que determinadamente les dijo que habían de ser destruidos pasados cuarenta días (Jon. 3, 4). Otras veces declara la condición, como hizo a Roboán, diciéndole (3 Re. 11, 38): "Si tú guardares mis mandamientos como mi siervo David, yo también seré contigo como con él, y te edificaré casa como a mi siervo David". Pero aunque lo aclare o aunque no, uno no debe asegurarse en su propia inteligencia, porque no se puede con ella abarcar ni comprehender las verdades ocultas de Dios que hay en sus dichos y multitud de sentidos. Él está sobre el cielo y habla en sentido de eternidad pero nosotros, ciegos sobre la tierra, no entendemos sino vías de carne y temporales. Que por eso entiendo que dijo el Sabio (Ecli. 5, 1): "Dios está sobre el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, no te alargues ni te arrojes en el hablar".

6. Y alguien dirá por ventura: "Pues si no lo hemos de entender ni entremeternos en ello, ¿por qué nos comunica Dios esas cosas?". Ya he dicho que cada cosa se entenderá en su tiempo y a su momento por orden del que lo habló, y entenderlo ha quien Él quisiere, y se verá que convino así, porque no hace Dios cosa sin causa y verdad. Pero téngase esto en cuenta y créase: que no hay que sacarle ni apresar el sentido en los dichos y cosas de Dios, ni determinarse a lo que a nosotros nos parece, sin errar mucho y venir a quedarse uno muy confuso.
Esto sabían muy bien los profetas, en cuyas manos andaba la palabra de Dios, a los cuales era grande trabajo la profecía acerca del pueblo. Porque como hemos ya dicho, mucho de esas palabras no las veían acontecer en la forma literal en que se les decía. Y era causa de que hiciesen mucha risa y mofa de los profetas, y tanto que vino a decir Jeremías (20, 7): "Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: 'Violencia y destrucción'; porque la palabra de Dios me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de Él, ni hablaré más en su nombre". En lo cual, aunque el santo profeta decía con resignación y en figura del hombre flaco que no puede sufrir las vías y vueltas de Dios, da bien a entender en esto la diferencia del cumplimiento de los dichos divinos, según el común sentido que suenan, pues a los divinos profetas les tenían por unos burladores, y ellos sobre la profecía padecían tanto que el mismo Jeremías en otra parte (Lm. 3, 47) dijo: "Temor y lazo se nos ha hecho la profecía, y contradicción de espíritu".

7. Y la causa por la que Jonás huyó cuando le enviaba Dios a predicar la destrucción de Nínive fue esta, que conviene saber: el conocer la variedad de los dichos de Dios acerca del entender de los hombres y de las causas de los dichos. Y así, para que no hiciesen burla de él cuando no viesen cumplida su profecía, se fue huyendo para no profetizar; y en tal suerte estuvo esperando todos los cuarenta días fuera de la ciudad, a ver si se cumplía su profecía y, como no se cumplió, se afligió grandemente, tanto que dijo a Dios (Jon. 4, 2): "Te ruego, Señor, ¿por ventura no es esto lo que yo decía, estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré y me fui huyendo a Tarsis". Y se enojó tanto el santo que rogó a Dios que le quitase la vida.

8. ¿Por qué pues maravillarnos de que algunas cosas que Dios hable y revele a las almas no salgan así como ellas las entienden? Porque, dado el caso que Dios afirme al alma o la represente tal o tal cosa de bien o de mal para sí o para otra, si aquello va fundado en cierto afecto o servicio u ofensa que aquella alma o la otra entonces hacen a Dios, y de manera que, si perseveran en aquello, se cumplirá, no por eso puede acabar ocurriendo, puesto que no es cierto ese perseverar y pueden mudar en el uso de su albedrío. Por tanto, no hay que asegurarse en nuestra inteligencia, sino en fe.


26.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (73)



CAPÍTULO 20.
Se muestra con voces autorizadas de la Sagrada Escritura cómo los dichos y palabras de Dios, aunque siempre son verdaderas, dependen ciertamente de diversas causas.


1. Ahora nos conviene probar la segunda causa de por qué las visiones y palabras de parte de Dios, aunque son siempre verdaderas en sí, no son siempre de cumplir en cuanto a nosotros, y es por razón de sus causas en que ellas se fundan. Porque muchas veces dice Dios cosas que van fundadas sobre criaturas y sobre los efectos de esas criaturas, que son variables y pueden faltar, y así las palabras que sobre esto se fundan también pueden ser variables y pueden faltar. Porque, cuando una cosa depende de otra, faltando la una, falta también la otra. Como si Dios dijese: "De aquí a un año voy a enviar tal plaga a este reino", y la causa y fundamento de esta amenaza es cierta ofensa que se hace a Dios en el reino, por lo cual si cesase o variase la ofensa, podrá cesar el castigo; y aún siendo verdadera la amenaza, porque esa amenaza iba fundada sobre la actual culpa y la cual, si durara, se ejecutará.

2. Esto vemos claramente en lo ocurrido en la ciudad de Nínive, la cual fue amenazada de parte de Dios, diciendo (Jon. 3, 4): "De aquí a cuarenta días ha de ser asolada Nínive". Lo cual no se cumplió porque cesó la causa de esta amenaza, que eran sus pecados, porque las gentes acabaron haciendo penitencia de ellos, y si no hubieran hecho esa penitencia, se habría cumplido la sentencia. También leemos en el libro 3º de los Reyes (21, 21) que, habiendo hecho al rey Acab un pecado muy grande, le envió Dios a prometer un severo castigo, siendo nuestro padre Elías el mensajero, sobre su persona, sobre su casa y sobre su reino. Y, porque Acab rompió las vestiduras de dolor, y se vistió de cilicio y ayunó y durmió en saco y anduvo triste y humillado, le envió luego a decir con el mismo profeta estas palabras: "Por cuanto Acab se ha humillado por amor de mí, no enviaré el mal que dije en sus días, sino en los de su hijo" (21, 29). Donde vemos que, porque mudó Acab el ánimo y afecto con que estaba, mudó también Dios su sentencia.

3. De donde podemos deducir para nuestro propósito que, aunque Dios haya revelado o dicho a un alma afirmativamente cualquiera cosa, en bien o en mal, tocante a la misma alma o a otras, se podrá mudar en más o en menos, o variar o quitar del todo, según la mudanza o variación del afecto de la tal alma o causa sobre la que Dios se fundaba y, de esa manera, no cumplirse como se esperaba. Y sin saber por qué muchas veces, sino sólo sabiéndolo Dios. Porque aún muchas cosas suele Dios decir y enseñar y prometer, no para que entonces se entiendan ni se posean, sino para que después se entiendan cuando convenga tener la luz de ellas o cuando se consiga el efecto de ellas, como vemos que hizo con sus discípulos, a los cuales decía muchas parábolas y sentencias cuya sabiduría no entendieron hasta el tiempo que habían de predicarlas, que fue cuando vino sobre ellos el Espíritu Santo, del cual les había dicho Cristo (Jn. 14, 26) que les declararía todas las cosas que Él les había dicho en su vida. Y hablando san Juan (12, 16) sobre aquella entrada de Cristo en Jerusalen, dice: "Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de Él". Y así muchas cosas de Dios pueden pasar por el alma de forma tan críptica y singular que ni ella ni quien la gobierna las entiendan hasta su tiempo.

4. En el libro primero de los Reyes (2, 30) también leemos que, enojado Dios contra Helí, sacerdote de Israel, por los pecados que no castigaba a sus hijos, le envió a decir con Samuel, entre otras palabras, estas que se siguen: "Muy de veras dije antes de ahora que tu casa y la casa de tu padre habían siempre de servirme como sacerdocio en mi presencia para siempre. Pero este propósito muy lejos está de mí. No haré tal". Que, por cuanto este oficio de sacerdocio se fundaba en dar honra y gloria a Dios, y por este fin había Dios prometido darlo a su padre para siempre, en faltando el celo a Helí de la honra de Dios porque, como el mismo Dios lo fue a declarar mediante enviados, honraba más a sus hijos que a Dios, disimulándoles los pecados por no molestarles, faltó también la promesa, la cual era para siempre si para siempre en ellos durara el buen servicio y celo.
Y así no hay que pensar que, porque sean los dichos y revelaciones de parte de Dios, han de acontecer de manera infalible tal como nos suenan, sobre todo cuando están sometidos o supeditados a causas humanas, que pueden variar, o mudarse o alterarse.


25.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (72)



9. Y a tanto llegaba esta dificultad de entender los dichos de Dios como convenía, que hasta sus mismos discípulos que con Él habían andado estaban en dificultades de entenderlos correctamente, como por ejemplo aquellos dos discípulos que después de su muerte iban camino de Emaús tristes, desconfiados y diciendo (Lc. 24, 21): "Nosotros esperábamos que había de redimir a Israel", y entendiendo ellos también que había de ser la redención y señorío temporal. A los cuales, apareciendo Cristo nuestro Redentor, los reprendió como necios y pesados y rudos de corazón para creer las cosas que habían dicho los profetas (Lc. 24, 25) acerca de Él. Y aún al tiempo que se iba al cielo todavía estaban algunos en aquella rudeza, y le preguntaron (Act. 1, 6), diciendo:"Señor, haznos saber si has de restituir en este tiempo al Reino de Israel".
Hace decir el Espíritu Santo muchas cosas que llevan un sentido diferente del que entienden los hombres, como se echa de ver en lo que hizo decir a Caifás de Cristo: Que convenía que un hombre muriese para que no pereciese toda la gente (Jn. 11, 50). Lo cual no lo dijo de suyo, y aunque lo dijo lo entendió a un fin, y el Espíritu Santo a otro.

10. De donde se ve que, aunque los dichos y revelaciones sean de Dios, no nos podemos asegurar en ellos, pues nos podemos mucho y muy fácilmente engañar en nuestra manera de entenderlos. Porque ellos todos son abismo y profundidad de espíritu, y quererlos limitar a lo que de ellos entendemos y puede aprehender el sentido nuestro no es más que querer palpar el aire y palpar alguna mota que encuentra la mano en él, yéndose luego el aire y no quedando nada.

11. Por eso el maestro espiritual ha de procurar que el espíritu de su discípulo no se empeñe en querer hacer caso de todas las aprehensiones sobrenaturales, que no son más que unas motas de espíritu, con las cuales solamente se vendrá a quedar con ellas pero entonces sin espíritu ninguno. Es mucho mejor que, apartándole de todas visiones y locuciones, le insista en que aprenda a estar en libertad y tiniebla de fe, en cuyo estado se recibe la libertad de espíritu y abundancia y, por consiguiente, la sabiduría e inteligencia propia de los dichos de Dios.
Porque es imposible que el hombre, si no es espiritual, pueda juzgar de las cosas de Dios ni entenderlas razonablemente, y por lo tanto no es espiritual mientras las juzgue según el sentido. Y así, aunque ellas vienen debajo de la forma de aquel sentido, no las entiende. Lo cual dice bien san Pablo (1 Cor. 2, 14­15), cuando escribe: "El hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque son locura para él, y no puede entenderlas porque son ellas espirituales; pero el espiritual todas las cosas juzga". Por "hombre animal" se entiende aquí el que usa sólo del sentido; "espiritual" es el que no se ata ni guía por el sentido. De donde es temeridad atreverse a tratar con Dios y dar licencia para ello por vía de querer someter lo sobrenatural en el sentido material, literal y natural.

12. Y para que se vea mejor, insistamos aquí con algunos ejemplos. Pongamos por caso que está un santo muy afligido porque le persiguen sus enemigos, y que le responde Dios, diciendo: "Yo te librare de todos tus enemigos". Esta profecía puede ser verdaderísima y, con todo eso, venir a prevalecer sus enemigos y morir a sus manos. Y así, el que la entendiera temporalmente quedaría engañado, porque Dios pudo hablar de la verdadera y principal libertad y victoria, que es la salvación donde el alma está libre y victoriosa de todos sus enemigos, mucho más verdaderamente y altamente que si acá se librara de ellos. Y así, esta profecía era mucho más verdadera y más copiosa que la que el hombre pudiera entender, si la entendiera cuanto a esta vida. Porque Dios siempre habla en sus palabras con el sentido más principal y provechoso, y el hombre puede entender a su modo y a su propósito el menos principal y temporal y quedar entonces engañado. También lo vemos en aquella profecía que de Cristo dice David en el segundo salmo (v. 9), diciendo: "Regirás a todas las gentes con vara de hierro, y las desmenuzarás como a un vaso de barro". En la cual habla Dios según el principal y perfecto señorío, que es el eterno, el cual se cumplió con la venida, muerte y resurrección de nuestro Salvador, y no según el menos principal, que era el temporal, el cual en Cristo no se cumplió en toda su vida terrena.

13. Pongamos otro ejemplo. Está una alma con grandes deseos de ser mártir. Acontecerá por ejemplo que Dios le responda diciendo: "Tú serás mártir", y le dé con ello interiormente gran consuelo y confianza sobre que lo ha de ser. Y, con todo, podrá acontecer que no muera mártir, y será la promesa verdadera. Pues ¿cómo se cumplió de esa manera? Porque se habrá cumplido y podrá cumplir según lo principal y esencial de ella, que será dándole el amor y premio de mártir esencialmente, y así le da verdaderamente al alma lo que ella formalmente deseaba y lo que Él la prometió. Porque el deseo formal del alma era no aquella manera de muerte, sino hacer a Dios aquel servicio de mártir y ejercitar el amor por Él como mártir. Porque aquella manera de morir por sí sola no vale nada sin este amor, el cual amor y ejercicio y premio de mártir le da por otros medios muy perfectamente de manera que, aunque no muera como mártir, queda el alma muy satisfecha en que le dio lo que ella deseaba.
Porque tales deseos, cuando nacen de vivo amor, y otros semejantes, aunque no se les cumpla de la manera que humanamente se pintan y se entienden, se cumplen de otra y muy mejor manera, y con más a honra de Dios de la que el rogante sabría pedir. De donde dice David (Sal. 9, 17): "El Señor cumplió a los pobres su deseo". En los Proverbios (10, 24) dice la Sabiduría divina: "A los justos les ha de dar su deseo". De donde vemos pues que muchos santos desearon muchas cosas en particular por Dios y no se les cumplió en esta vida su deseo, así que es de fe que, siendo justo y verdadero su deseo, se les cumplió en la otra perfectamente. Lo cual, siendo así en verdad, también lo sería prometérselo Dios en esta vida diciendoles: "Vuestro deseo se cumplirá", y sin embargo no ser en la manera que ellos pensaban.

14. De esta y de otras maneras pueden ser las palabras y visiones de Dios verdaderas y ciertas, y nosotros engañarnos en ellas por no saberlas entender tan sublime y principalmente y a los propósitos y sentidos que Dios en ellas lleva. Y así, es lo más acertado y seguro hacer que las almas huyan con prudencia de las tales cosas sobrenaturales, acostumbrándolas, como hemos dicho, a la pureza de espíritu en fe oscura, que es el medio de la unión.


24.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (71)



5. De esta manera y de otras muchas se llevan a engaño las almas acerca de las locuciones y revelaciones de parte de Dios, por tomar la inteligencia de ellas a la letra y en su exterior. Porque, como ya queda dado a entender, el principal intento de Dios en aquellas cosas es decir y dar el espíritu que está allí encerrado, el cual es dificultoso de entender. Y este es mucho más abundante que la letra y mucho más extraordinario y fuera de los límites de ella. Y así, el que se atare a la letra, o locución, o forma, o figura aprehensible de la visión, no podrá dejar de errar mucho y hallarse después muy corto y confuso, por haberse guiado según el sentido literal de ellas y no haber dado lugar al espíritu en desnudez del sentido interior. "Littera, enim, occidit, spiritus autem vivificat", como dice san Pablo (2 Cor. 3, 6), esto es: "La letra mata y el espíritu da vida". Por lo cual se ha de renunciar a la letra, en este caso, del sentido y quedarse a oscuras en fe, que es el espíritu, al cual no puede apresar el sentido.

6. Por lo cual muchos de los hijos de Israel, porque entendían muy a la letra los dichos y profecías de los profetas, no les salían las cuentas como ellos esperaban, y así las venían a tener en poco y no las creían. Tanto es así que vino a haber entre ellos un dicho público, casi ya como proverbio, escarneciendo a los profetas. De lo cual se queja Isaías (28, 9­11), diciendo y refiriendo en esta manera: "¿A quién enseñará Dios ciencia? ¿Y a quién hará entender la profecía y la palabra suya? Solamente a aquellos que están ya apartados de la leche y desarraigados de los pechos. Porque todos dicen -es a saber, sobre las profecías-: promete y vuelve y vuelve luego a prometer, espera y vuelve a esperar, espera y vuelve a esperar, un poco allí. Porque en la palabra de su labio y en otra lengua hablará a este pueblo". Donde claramente da a entender Isaías que hacían estos burla de las profecías y decían por escarnio este proverbio de espera y vuelve luego a esperar, dando a entender que nunca se les cumplía, porque estaban ellos asidos a la letra, que es la leche de niños, y al sentido, que son los pechos que contradicen la grandeza de la ciencia del espíritu. Por lo cual dice: "¿A quien enseñará la sabiduría de sus profecías? ¿Y a quien hará entender su doctrina, sino a los que ya están apartados de la leche de la letra y de los pechos de sus sentidos?", que por eso estos no la entienden sino según esa leche la corteza y letra y esos pechos de sus sentidos, pues dicen: "Promete y vuelve luego a prometer, promete y vuelve a prometer, espera y vuelve a esperar", etc. Porque en la doctrina de la boca de Dios y no en la suya, y en otra lengua que no es esta suya, los ha de hablar Dios.

7. Y así, no se ha de mirar en ello nuestro sentido y lengua, siendo conscientes que es otra la de Dios, según el espíritu de aquello muy diferente de nuestro entender y dificultoso de desvelarlo. Y lo es tanto, que aún el mismo Jeremías, con ser profeta de Dios, viendo los conceptos de las palabras de Dios tan diferentes del común sentido de los hombres, parece que también se trastorna él en ellos y que vuelve por el pueblo diciendo (4, 10): "¡Ay, ay, ay, Señor Dios!, ¿por ventura has engañado a este pueblo y a Jerusalen, diciendo: 'Paz vendrá sobre vosotros', y ves aquí ha venido cuchillo hasta el ánima?". Y era que la paz que les prometía Dios era la que había de haber entre Dios y el hombre por medio del Mesías que les había de enviar, y ellos entendían de la paz temporal. Y, por eso, cuando tenían guerras y trabajos, les parecía que Dios les engañaba puesto que les acontecía al contrario de lo que ellos esperaban. Y así decían, como tambien dice Jeremías (8, 15): "Esperando estamos por la paz, y no hay quien dé paz". Por lo tanto era imposible dejarse ellos de engañar, ya que iban gobernándose sólo por el sentido literal.
Porque ¿quién dejará de confundirse y errar si se atara a la letra en aquella profecía que dijo David de Cristo (salmo 71), y en todo lo que dice sobre Él como: "Se ha de enseñorear desde un mar hasta otro mar y desde el río hasta los términos de la tierra", y en lo que en el v12 también dice: "Liberará al pobre del poder del poderoso, y al pobre que no tenía quién lo ayudase", viéndole luego después nacer en bajo estado, y vivir en pobreza, y morir en miseria, y que no sólo temporalmente no se enseñoreó de la tierra mientras vivió, sino que se sujetó a gente baja, hasta que murió debajo del poder de Poncio Pilato, y que no sólo a sus discípulos pobres no los libró de las manos de los poderosos temporalmente, sino que los dejó matar y perseguir por su nombre.

8. Y era que estas profecías se habían de entender espiritualmente de Cristo, según el cual sentido eran verdaderísimas, porque Cristo no sólo era Señor de la tierra únicamente, sino del Cielo, pues era Dios. Y a los pobres que le habían de seguir, no sólo los había de redimir y librar del poder del demonio, que era el potente contra el cual ningún ayudador tenían, sino que los había de hacer herederos del reino de los cielos. Y así hablaba Dios, según lo principal, de Cristo y sus seguidores, que eran reino eterno y libertad eterna, mientras que ellos lo entendían a su modo, prestando atención a lo menos principal, de lo que Dios hace poco caso, que era señorío temporal y libertad temporal, lo cual delante de Dios ni es reino ni libertad.
De donde, cegándose ellos de la bajeza de la letra y no entendiendo el espíritu y verdad de ella, quitaron la vida a su Dios y Señor, según San Pablo (Act. 13, 27) dijo de esta manera: "Los que moraban en Jerusalen y los príncipes de ella no sabiendo quién era ni entendiendo los dichos de los profetas, que cada sábado se recitan, juzgándolo, le mataron" colgándolo de un madero.