CAPÍTULO 20.
Se muestra con voces autorizadas de la Sagrada Escritura cómo los dichos y palabras de Dios, aunque siempre son verdaderas, dependen ciertamente de diversas causas.
1. Ahora nos conviene probar la segunda causa de por qué las visiones y palabras de parte de Dios, aunque son siempre verdaderas en sí, no son siempre de cumplir en cuanto a nosotros, y es por razón de sus causas en que ellas se fundan. Porque muchas veces dice Dios cosas que van fundadas sobre criaturas y sobre los efectos de esas criaturas, que son variables y pueden faltar, y así las palabras que sobre esto se fundan también pueden ser variables y pueden faltar. Porque, cuando una cosa depende de otra, faltando la una, falta también la otra. Como si Dios dijese: "De aquí a un año voy a enviar tal plaga a este reino", y la causa y fundamento de esta amenaza es cierta ofensa que se hace a Dios en el reino, por lo cual si cesase o variase la ofensa, podrá cesar el castigo; y aún siendo verdadera la amenaza, porque esa amenaza iba fundada sobre la actual culpa y la cual, si durara, se ejecutará.
2. Esto vemos claramente en lo ocurrido en la ciudad de Nínive, la cual fue amenazada de parte de Dios, diciendo (Jon. 3, 4): "De aquí a cuarenta días ha de ser asolada Nínive". Lo cual no se cumplió porque cesó la causa de esta amenaza, que eran sus pecados, porque las gentes acabaron haciendo penitencia de ellos, y si no hubieran hecho esa penitencia, se habría cumplido la sentencia. También leemos en el libro 3º de los Reyes (21, 21) que, habiendo hecho al rey Acab un pecado muy grande, le envió Dios a prometer un severo castigo, siendo nuestro padre Elías el mensajero, sobre su persona, sobre su casa y sobre su reino. Y, porque Acab rompió las vestiduras de dolor, y se vistió de cilicio y ayunó y durmió en saco y anduvo triste y humillado, le envió luego a decir con el mismo profeta estas palabras: "Por cuanto Acab se ha humillado por amor de mí, no enviaré el mal que dije en sus días, sino en los de su hijo" (21, 29). Donde vemos que, porque mudó Acab el ánimo y afecto con que estaba, mudó también Dios su sentencia.
3. De donde podemos deducir para nuestro propósito que, aunque Dios haya revelado o dicho a un alma afirmativamente cualquiera cosa, en bien o en mal, tocante a la misma alma o a otras, se podrá mudar en más o en menos, o variar o quitar del todo, según la mudanza o variación del afecto de la tal alma o causa sobre la que Dios se fundaba y, de esa manera, no cumplirse como se esperaba. Y sin saber por qué muchas veces, sino sólo sabiéndolo Dios. Porque aún muchas cosas suele Dios decir y enseñar y prometer, no para que entonces se entiendan ni se posean, sino para que después se entiendan cuando convenga tener la luz de ellas o cuando se consiga el efecto de ellas, como vemos que hizo con sus discípulos, a los cuales decía muchas parábolas y sentencias cuya sabiduría no entendieron hasta el tiempo que habían de predicarlas, que fue cuando vino sobre ellos el Espíritu Santo, del cual les había dicho Cristo (Jn. 14, 26) que les declararía todas las cosas que Él les había dicho en su vida. Y hablando san Juan (12, 16) sobre aquella entrada de Cristo en Jerusalen, dice: "Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de Él". Y así muchas cosas de Dios pueden pasar por el alma de forma tan críptica y singular que ni ella ni quien la gobierna las entiendan hasta su tiempo.
4. En el libro primero de los Reyes (2, 30) también leemos que, enojado Dios contra Helí, sacerdote de Israel, por los pecados que no castigaba a sus hijos, le envió a decir con Samuel, entre otras palabras, estas que se siguen: "Muy de veras dije antes de ahora que tu casa y la casa de tu padre habían siempre de servirme como sacerdocio en mi presencia para siempre. Pero este propósito muy lejos está de mí. No haré tal". Que, por cuanto este oficio de sacerdocio se fundaba en dar honra y gloria a Dios, y por este fin había Dios prometido darlo a su padre para siempre, en faltando el celo a Helí de la honra de Dios porque, como el mismo Dios lo fue a declarar mediante enviados, honraba más a sus hijos que a Dios, disimulándoles los pecados por no molestarles, faltó también la promesa, la cual era para siempre si para siempre en ellos durara el buen servicio y celo.
Y así no hay que pensar que, porque sean los dichos y revelaciones de parte de Dios, han de acontecer de manera infalible tal como nos suenan, sobre todo cuando están sometidos o supeditados a causas humanas, que pueden variar, o mudarse o alterarse.
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