Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

14.5.18

Confianza: No inquietarse con el futuro


Dios provee nuestras necesidades. "No os inquietéis", dice el Señor.

¿Cuál será el exacto sentido de ese consejo? ¿Para obedecer la dirección del Maestro, debemos ser completamente negligentes en el cuidado de los asuntos temporales? No dudamos que la gracia puede pedir, a veces, a ciertas almas, el sacrificio de una pobreza estricta y de un total abandono a la Providencia. Es necesario dejar constancia, sin embargo, de lo poco frecuentes que son esas vocaciones. Todos los demás, comunidades religiosas o individuos, poseen bienes; deben administrarlos prudentemente.




El Espíritu Santo alaba a la mujer fuerte que supo gobernar bien su casa. En el Libro de los Proverbios nos la muestra levantándose muy temprano para distribuir a los criados la tarea cotidiana y trabajando también con sus propias manos. Nada escapa a su vigilancia. Los suyos nada tienen que temer: encontrarán todos, gracias a su previsión, lo necesario, lo agradable e incluso cierto lujo moderado. Sus hijos la proclaman bienaventurada y su marido le exalta las virtudes.

La Verdad no habría alabado tan magníficamente a esa mujer, si ella no hubiese cumplido su deber.

No nos aflijamos; aunque ocupándonos razonablemente de los quehaceres, no nos dejemos dominar por la angustia de sombrías perspectivas futuras y contemos, sin vacilaciones, con el socorro de la Providencia.

Nada de ilusiones: una confianza así supone una gran fuerza de alma. Hemos de evitar un doble escollo: la falta y la demasía. Aquel que, por negligencia, se desinteresa de sus obligaciones y de sus negocios no puede, sin tentar a Dios, esperar un auxilio excepcional del Cielo. Aquel que da a las preocupaciones materiales el primer lugar de sus preocupaciones, aquel que cuenta menos con Dios que consigo mismo, se engaña aún más crasamente; así roba al Altísimo el lugar que por derecho le cabe en nuestra vida.

"In medio stat virtus": entre esos dos extremos se encuentra el deber ("la virtud está en lo medio").

Si nos ocupamos prudentemente de nuestros intereses, la aflicción por el futuro será por desconocimiento y menosprecio del Poder y de la Bondad de Dios.

Durante los muchos años en que San Pablo, el Ermitaño, vivió en el desierto, un cuervo le traía, cada día, medio pan. Pues bien, sucedió que San Antonio fue a visitar al ilustre solitario. Conversaron largamente los dos santos, olvidados en sus piadosas meditaciones de la necesidad del alimento. Pensaba en ellos, sin embargo, la Providencia: el cuervo vino, como de costumbre, pero trayendo esta vez ¡un pan entero! El Padre celestial creó todo el Universo con una sola palabra; ¿podría acaso serle difícil socorrer a sus hijos en la hora de la necesidad? San Camilo de Lellis se había endeudado para socorrer a los enfermos pobres. Los religiosos se alarmaban. "Jamás se debe dudar de la Providencia", les decía el santo para tranquilizarlos. ¿Será difícil a Nuestro Señor darnos un poco de esos bienes con los que colmó a los judíos y a los turcos, enemigos unos y otros de nuestra fe?". La confianza de Camilo no fue defraudada; un mes después, uno de sus protectores le legaba, al morir, una suma considerable.

Afligirse con el futuro es desconfianza que ofende a Dios y provoca su cólera.

Cuando los hebreos, huyendo de Egipto, se vieron perdidos en las arenas del desierto, se olvidaron de los milagros que Jehová había hecho en su favor. Tuvieron miedo, murmuraron: "¿Podrá acaso Dios poner mesa en el desierto?". "¿Podrá acaso darnos pan y poner una mesa a su pueblo?". Esas palabras irritaron al Señor. Lanzó contra ellos el fuego del cielo. Su cólera cayó sobre Israel, "porque no creyeron en Dios ni esperaron de Él la salvación". Nada de aflicciones inútiles: el Padre vela por nosotros.

P. Raymond de Thomas de Saint Laurent | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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