La Dulzura es hija de la Paz, ¡bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios!
Y no digo o hablo de los pacíficos por naturaleza, sino de la Dulzura y de la Paz adquiridas en la continuada lucha y práctica de todas las virtudes: hablo de los que habiendo luchado con sus pasiones desordenadas y vicios o hábitos viciosos, han triunfado con la gracia de sí mismos, y alcanzado la dulzura y la paz en su alma, para ellos y para cuantos los rodean.
Esta dulzura es la que hace a los hijos de Dios y a los herederos del cielo.
No es, ciertamente, la dulzura natural de un buen carácter, ni la dulzura falsa que cubre la hipocresía del corazón, de la cual hay mucha en el mundo y en los claustros; también en los que se llaman míos... Muy lejos de semejante vicio está la dulzura que trae consigo la paz del Espíritu Santo, esa paz bendita que en el constante vencimiento propio se alcanza, se conserva y crece y que, purificando a los corazones, los asemeja a su Padre que está en los cielos, haciéndolos verdaderamente hijos de Dios.
No está la Dulzura verdadera en las palabras melosas y amorosas, no; el mundo se engaña, y esta moneda falsa circula más de lo que parece a primera vista, y aún hay más: las personas que usan con exceso de este modo en su trato, muchas hay de ellas, con el cuño, no de Dios por cierto, sino del Demonio con una soberbia solapada y traidora.
Mucho mal hace esta dulzura falsa en la vida del espíritu, más de lo que se cree.
La Dulzura recta y santa, repito, no es afectada, no rebuscada, sino que es sencilla, llana, franca, natural y producida en el corazón por su madre la Paz del Espíritu Santo.
El alma que posee esta paz, es dulce sin conocerlo ni procurarlo... Brota la Dulzura santa y pacífica siempre de un corazón puro o purificado, que hay mucha diferencia, si bien se nota, en estas dos palabras. Hay esta dulzura en los corazones cándidos, en donde Dios mismo ha puesto la Paz, y existe también en los corazones que han luchado con sus vicios y pasiones, como son los de muchos Santos, que han llegado a adquirirla como premio de sus victorias internas.
Estas dos clases de Dulzuras son las mías, y no hay que fiarse de otras dulzuras si no llevan este cuño santo, como lo dejo explicado.
La Dulzura es compañera del Reposo y de la Serenidad y nunca se les separan. Su apoyo es la Rectitud, y su vida el Vencimiento propio: su descanso, la Claridad de conciencia.
Sus enemigos capitales: la Hipocresía, la Doblez y el Juicio propio.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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