Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

26.3.18

El combate espiritual: Guerra interior


-Que en el hombre hay dos voluntades que se hacen continuamente guerra.-

Dos voluntades se hallan en el hombre: la una superior y la otra inferior; a la primera llamamos comúnmente razón, a la segunda, damos nombre de apetito de carne, de sentido y de pasión (instinto). Pero como, hablando propiamente, el ser del hombre consiste principalmente en la razón, cuando queremos alguna cosa con los primeros movimientos del apetito sensitivo, no se entiende que verdaderamente la queremos si después no la quiere y no la abraza la voluntad superior.

Por esta causa toda nuestra guerra espiritual consiste en que la voluntad superior y racional, estando como en medio de la voluntad divina y la voluntad inferior, que es el apetito sensitivo, se halla igualmente combatida de la una y de la otra; porque Dios de una parte, y la carne de la otra, la solicitan continuamente, procurando cada una atraerla a sí, y sujetarla a su obediencia.




Esto causa una pena indecible a los que, habiendo contraído malos hábitos en su juventud, se resuelven finalmente a mudar de vida, y romper las cadenas que los tienen en la esclavitud del mundo y de la carne, para consagrarse enteramente al servicio de Dios; porque entonces su voluntad superior se halla poderosamente combatida a un mismo tiempo de la voluntad divina y del apetito sensitivo, y son tan fuertes y tan violentos los golpes que recibe de una y de otra parte, que no puede resistirlos sin mucha pena y trabajo.

No padecen este combate y lucha interior los que se han habituado ya en la virtud o en el vicio, y quieren vivir siempre de la manera que han vivido; porque las almas habituadas a la virtud se conforman fácilmente con la voluntad de Dios, y las corrompidas por el vicio ceden sin resistencia a la sensualidad.

Pero ninguno presuma que podrá adquirir las verdaderas virtudes, y servir a Dios como conviene, si no se determina generosamente a hacerse fuerza y violencia a sí mismo, y a sufrir y vencer la pena y contradicción que se siente en renunciar, no solamente a los mayores placeres del mundo, sino también a los más pequeños, a que antes tenía apegado el corazón con afecto terreno.

De aquí procede ordinariamente que sean tan pocos los que llegan a un alto grado de perfección; porque después de haber sujetado los mayores vicios y vencido las mayores dificultades, pierden el ánimo y no quieren continuar en hacerse fuerza a sí mismos; bien que no tengan ya que sostener sino muy fáciles y ligeros combates para destruir algunas flacas reliquias de su propia voluntad, y sujetar algunas pequeñas pasiones que, fortificándose de día en día, se apoderan finalmente de su corazón.

Entre éstos se hallan muchos, por ejemplo, que si bien no roban los bienes ajenos, aman no obstante apasionadamente los propios; si no procuran con medios ilícitos los honores del mundo, no los aborrecen como deberían, ni dejan de desearlos, y algunas veces de pretenderlos por otros caminos que juzgan legítimos; guardan rigurosamente los ayunos de obligación, pero no quieren mortificar la gula, absteniéndose de manjares exquisitos y delicados; son castos y continentes, pero no dejan ciertas conversaciones y pláticas de su gusto, que son de grande impedimento para los ejercicios de la vida espiritual y para la íntima unión con Dios.

Como estas conversaciones y pláticas son peligrosas para todo género de personas, y principalmente para las que no temen sus consecuencias funestas, conviene que cada uno ponga particular cuidado en evitarlas, porque de otra manera será imposible que no haga todas sus obras con tibieza de espíritu, y que no mezcle en ellas muchos intereses, imperfecciones y defectos ocultos, y una vana estimación de sí mismo, y deseo desordenado de ser aplaudido del mundo.

Los que se descuidan en este punto, no solamente no progresan en el camino de la perfección, sino que retroceden con evidente peligro de recaer en sus vicios antiguos, porque no aman ni buscan la verdadera virtud, ni agradecen el beneficio que el Señor les hizo en librarlos de la tiranía del demonio; y no conociendo, como ignorantes y ciegos, el infeliz y peligroso estado en que se hallan, viven siempre en una falsa paz y en una seguridad engañosa.

Aquí debes observar, hija mía, una ilusión tanto más digna de temerse, cuanto es más difícil de descubrirse. Muchos de los que se entregan a la vida espiritual, amándose con exceso a sí mismos (si es que puede decirse que se aman a sí mismos), eligen los ejercicios que se conforman más con su gusto, y dejan los que se oponen a sus propias y naturales inclinaciones y apetitos sensuales, contra los cuales deberían emplear todas sus fuerzas en este espiritual combate. Por esto, hija mía, te exhorto a que te enamores de las penas y dificultades que ocurren en el camino de la perfección, porque cuanto fueren mayores los esfuerzos que hicieres para vencer las primeras dificultades de la virtud, será más pronta y segura la victoria; y si te enamoraras más de las dificultades y penas del combate, que de la victoria misma y de sus frutos, que son las virtudes, conseguirás más en breve y seguramente lo que pretendes.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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  1. El pecado que mora en mí

    *La Ley y el pecado

    Rom 7:7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.(A)
    Rom 7:8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.
    Rom 7:9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.
    Rom 7:10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte;
    Rom 7:11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató.
    Rom 7:12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.
    Rom 7:13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.
    Rom 7:14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.
    Rom 7:15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.(B)
    Rom 7:16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
    Rom 7:17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
    Rom 7:18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
    Rom 7:19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
    Rom 7:20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
    Rom 7:21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
    Rom 7:22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
    Rom 7:23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
    Rom 7:24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?
    Rom 7:25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

    Amén

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