Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

31.3.18

El combate espiritual: Combatir agotados


- De lo que se debe hacer cuando la voluntad superior parece vencida de la inferior y de otros enemigos. -

Si alguna vez te pareciere que tu voluntad superior se halla muy flaca para resistir a la inferior y a otros enemigos, porque no sientes en ti ánimo y resolución bastante para sostener sus asaltos, no dejes de mantenerte firme y constante en la batalla, ni abandones el campo. Porque has de persuadirte siempre de que te hallas victoriosa, mientras no reconocieres claramente que cediste y te dejaste vencer y sujetar. Pues así como nuestra voluntad superior no necesita del consentimiento del apetito inferior para producir sus actos, así, aunque sean muy violentos y fuertes los asaltos con que la combatiere este enemigo doméstico, conserva siempre el uso de su libertad, y no puede ser forzada a ceder y consentir si ella misma no quiere; porque el Creador le ha dado un poder tan grande y un imperio tan absoluto, que aunque todos los sentidos, todos los demonios y todas las criaturas conspirasen juntamente contra ella para oprimirla y sujetarla, no obstante, podría siempre querer o no querer con libertad lo que quiere o no quiere, tantas veces, y por tanto tiempo, y en el modo, y para el fin que más le agradare.

Pero si alguna vez estos enemigos te asaltasen y combatiesen con tanta violencia que tu voluntad ya oprimida y cansada no tuviese vigor ni espíritu para producir algún acto contrario, no pierdas el ánimo ni arrojes las armas; mas sirviéndote en este caso de la lengua, te defenderás, diciendo: No me rindo, no quiero ni consiento, como suelen hacer los que hallándose ya oprimidos, sujetos y dominados de su enemigo, no pudiendo con la punta de la espada, lo hacen con el pomo. Y así como éstos, desasiéndose con industria de su contrario, se retiran algunos pasos para volver sobre su enemigo, y herirlo mortalmente, así tú procurarás retirarte al conocimiento de ti misma, que nada puedes, y animada de una generosa confianza en Dios, que lo puede todo, te esforzarás a combatir y vencer la pasión que te domina, diciendo entonces: Ayudadme, Señor, ayudadme, Dios mío, no abandonéis a vuestra sierva, no permitáis que yo me rinda a la tentación.




Podrás también, si el enemigo te diere tiempo, ayudar la flaqueza de la voluntad llamando en su socorro al entendimiento, y fortificándola con diversas consideraciones que sean propias para darle aliento y animarla al combate; como, por ejemplo, si hallándote afligida de alguna injusta persecución o de otro trabajo, te sintieres de tal suerte tentada y combatida de la impaciencia, que tu voluntad no pudiese ni quisiese sufrir cosa alguna, procurarás esforzarla y ayudarla con la consideración de los puntos siguientes, o de otros semejantes:

· 1. Considera si mereces el mal que padeces, y si tu misma diste la ocasión y el motivo, pues si te hubiere sucedido por culpa tuya, la razón pide que toleres y sufras pacientemente una herida que tú misma te has hecho con tus propias manos.

· 2. Mas cuando no tengas alguna culpa en tu daño, vuelve los ojos y el pensamiento a tus desórdenes pasados, de que todavía no te ha castigado la divina Justicia, ni tú has hecho la debida penitencia; y viendo que Dios por su misericordia te trueca el castigo que había de ser, o más largo en el purgatorio, o eterno en el infierno, en otro más ligero y más breve, recíbelo, no solamente con paciencia, sino también con alegría y con rendimiento de gracias.

· 3. Pero si te pareciere que has hecho mucha penitencia, y que has ofendido poco a Dios (cosa que debe estar siempre muy lejos de tu pensamiento), deberás considerar que en el reino de los cielos no se entra sino por la puerta estrecha de las tribulaciones y de la cruz (Act. XIV, 21).

· 4. Considera asimismo que aun cuando pudieres entrar por otra puerta, la ley sola del amor debería obligarte a escoger siempre la de las tribulaciones, por no apartarte un punto de la imitación del Hijo de Dios y de todos sus escogidos, que no han entrado en la bienaventuranza de la gloria sino por medio de las espinas y tribulaciones.

· 5. Mas a lo que principalmente debes atender y mirar, así en ésta como en cualquier otra ocasión, es a la voluntad de Dios, que por el amor que te tiene se deleita y complace indeciblemente de verte hacer estos actos heroicos de virtud, y corresponder a su amor con estas pruebas de tu valor y fidelidad. Y ten por cierto que cuanto más grave fuere la persecución que padeces, y más injusta de parte de su autor, tanto más estimará el Señor tu fidelidad y constancia, viendo que en medio de tus aflicciones adoras sus juicios, y te sujetas a su providencia, en la cual todos los sucesos, aunque nos parezcan muy desordenados, tienen regla y orden perfectísimo.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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