Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.10.17

Los ángeles, nuestros asistentes


Aunque no nos aseguran la salvación, todo aquel que intenta serle fiel al Señor puede contar con la asistencia de su ángel de la guardia, que nos auxilia con su protección para ayudarnos a que el enemigo no nos turbe. Así queda escrito en los libros de las Crónicas carmelitas, en donde se plasma la vida de algunas de los religiosos de esta Orden.

Eugenia del Sacramento decía que su ángel era portero de su corazón, y no le permitía pensamientos que no fuesen de Dios. Si se olvidaba de algunas obligaciones, se las recordaba, llamándola para que tuviese oración por la mañana, y cuando el demonio la atormentaba, su ángel la defendía y reñía con el fiero enemigo.




A Inés de Jesús la acompañaba su ángel, y en la celda estaban los dos en dulces coloquios. Otra religiosa, Eufrasia de Jesús, vio un día en el Coro que un ángel daba a las religiosas unos bocados de pan muy floreados, que llevaba en un canastillo, y a las que por ocupaciones de obediencia no estaban allí, daba también su ración, pero no a las que por causas leves faltaban.

Esta misma religiosa vio otro día al lado de cada religiosa un ángel, que ofrecía sus alabanzas al Señor, y de las que con mayor fervor rezaban, mostraban sus ángeles mayor alegría.

Amigo lector, gran lástima es que te duela mucho perder los bienes temporales, y no los espirituales y eternos. Pon en ellos el cuidado, ya que vives tan descuidado y te olvidas del negocio más importante, cuando deberías excluir todos los demás y centrarte ante todo en tu salvación. Examina, pues, tu conciencia, que a ti mismo te pongo por testigo, y verás el lugar que Dios tiene en tu corazón, y el que tienen los bienes caducos de este inmundo siglo. Mira las diligencias que haces por ellos, el cuidado que te ocupa, el desvelo por alcanzarlos, el dolor que padeces de perderlos, y qué poco cuidas ni te duele servir mejor a Dios. Si otro se te adelanta en la honra y honores, y logra más empresas que tú y tiene más éxitos, te abrasas y te muerdes las manos. Sin embargo, si hay quien te adelanta en virtud y es más válido de Dios, no te remuerde nada y no te dueles de ello. La causa de esto es que te has vuelto en este mundo de peregrino, y te has hecho morador, en resumen: que te has avecindado en la tierra, has puesto tu lugar aquí como si nunca tuvieras que marcharte, te has desterrado a ti mismo del Cielo, casándote con lo de aquí abajo y viviendo abrasado en tus aficiones, muerto por lo tanto al amor de Dios.

Pues esto te aviso, no digas luego que no te lo han dicho bien claro: que abras los ojos, porque vas perdido totalmente, que busques a Dios y dejes de una vez a las criaturas y no te apasiones por ellas, si quieres gozar del Bien Supremo y de la Vida auténtica después. Empieza a sentir dolor de todo ello ahora, al hallarte ausente del Señor y de su gloria.


Oración:
Pobre soy, y necesitado, Señor, muy necesitado, Señor y Dios mío. Mas toda riqueza, que no fuere tu gracia, no me remediará. Hambriento, sediento estoy, pero de Ti solamente, y no me satisfacerá nada, hasta que se descubra tu gloria.

¡Oh, origen de todo bien! ¡Oh fuente de eternas felicidades! ¡Oh celestial y eterna gloria, y divina bondad y misericordia! Dadnos, Señor, que de tal manera vivamos en esta vida, que no perdamos aquellos bienes eternos. Muéstrame tu rostro, y con esto seré salvo; con tu solo semblante me llenarás de alegría. Mi alma te desea de noche y de día, y espero, en tu misericordia y compasión, que me ha de amanecer el día de la eternidad, en que te posea eternamente. Amén.


| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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