Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

7.9.17

Los demonios quieren perderte, porque están perdidos


En el libro Speculu Historiale, el obispo Vicente cuenta cómo, hallándose un sacerdote exorcista conjurando a un demonio, con el fin de que dejase de atormentar a una víctima, le preguntó: "¿En qué parte quisieras ahora hallarte?", a lo que le respondió: "En el Cielo". Ante esta respuesta, el sacerdote replicó: "¿Y por qué causa deseas tanto encontrarte en el Cielo?". "Para poder ver otra vez la faz del Creador, en la cual consiste toda la bienaventuranza, y la gloria eterna de los elegidos: yo la vi cuando me crió, juntamente con los demás ángeles" -como enseña la Iglesia, los ángeles en el momento de ser creados hicieron la elección por elegir o rechazar a Dios, elección que, debido a su naturaleza, es inmutable y no pueden cambiar, mientras que los seres humanos, por cuestión de la carne perecedera, a pesar de haber rechazado a Dios nuestra debilidad nos hizo obtener misericordia para redimirnos- "si bien aquella vista fue solo por un momento brevísimo, y como un pestañeo". Y suspirando añadió: "Si yo pudiera ver otra vez aquella divina faz, aunque fuese por tan brevísimo tiempo y por un momento, me contentaría y lo daría por bien empleado el padecer todas las penas de los condenados desde esta hora y hasta el día del Juicio Final".

El sacerdote le replicó: "dame entonces alguna similitud de la belleza de la Divinidad que contemplaste, ya que tanto desearías padecer por verla, a fin de que pueda hacerme alguna idea".




Le respondió: "pides cosa imposible, pues no hay palabras que puedan llegar a describir la infinita hermosura del Creador. Y si todas las bellezas de la tierra, de las piedras preciosas y todos los lujos, y de toda la naturaleza y deleites de la vida humana, y de todo lo creado en el mundo, fuesen reducidas a una, junto con todas las estrellas del cielo, y el mismo sol, fuesen unidas en una única belleza, has de saber que todo esto es nada, en comparación de aquella claridad de la cara de Dios".

Puede sorprender que un demonio (un "ángel oscuro") diga tales cosas, pero recordemos que los mismos demonios, cuando Jesús se disponía a expulsarlos, daban testimonio de Él, desvelando quién realmente era, y era habitual oírles decir: "Tú eres el Hijo de Dios". Cierto que Cristo no les permitía que siguieran (no necesitamos el testimonio de ellos, ni Cristo lo necesitaba para su misión), pero si un demonio llega a decir eso, qué dirán los Ángeles celestiales, que están gozando continuamente de la divina presencia.

¡Oh vida eterna, oh patria admirable, oh Jerusalém celestial! ¿Qué puede describirte? En ti se halla aquel sumo bien, aquel gozo inefable, aquel descanso eterno, del cual escribe el apóstol: "Ni los ojos vieron, ni los oídos oyeron, ni corazón de hombre supo lo que preparó Dios para los que le aman". Un amor por el que tantas legiones de santos mártires padecieron dura muerte, y tantos anacoretas hicieron tantas penitencias, alejándose a los más recónditos desiertos, dejando en ellos su vida, dándole la espalda al mundo y sus vanos y falsos placeres, y dedicándose solo a recordar y hablar con el Señor. Un amor por el que tantas vírgenes renunciaron a los deleites carnales, y por el que tantos monjes y religiosos sacrificaron sus vidas sin importar ni tener más visión que su destino último, la morada celestial.

En ti, Patria Celeste, resplandecen los justos como el sol, y los días son eternos: eterna paz, gozo, felicidad y suavidad eterna. Oigamos lo que respecto a esto dice la Santa madre Teresa de Jesús: "llegando una mañana a comulgar, tuve un arrobamiento muy grande: parecióme ver abrirse los cielos, con una entrada como otras veces he visto. Representóseme el trono por una noticia que no sé decir: entendí estar la Divinidad. Parecióme sostenerle unos animales, pensé si eran los evangelistas. Mas como estaba el trono, ni lo que estaba en él no vi, sino una muy gran multitud de ángeles. Me parecieron sin comparación con muy mayor hermosura, que los que en el cielo he visto: he pensado si son serafines o querubines, porque son muy diferentes en gloria, que parecía estar inflamados; es grande la diferencia, como he dicho. Y la gloria, que entonces en mí sentí, no se puede describir, ni aún decir, ni la podrá pensar quien no hubiese pasado por esto. Entendí estar allí todo junto lo que se puede desear, y no vi nada. Me dijeron -no se quién- que lo que allí podía hacer era ver, que no podía entender nada, ni mirar nada en comparación. Es así que se preocupaba después mi alma de ver, que pueda pasar en ninguna cosa criada, porque todo me parecía como un hormiguero. Comulgué, y estuve en misa, que no sé ni cómo pude estar. Me parecía haber sido muy breve espacio de tiempo, y me sorprendí cuando dio el reloj, y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria".

Cuanto se oye de aquella gloria es poco, y todo lo visible se queda corto, porque lo que se piensa no la iguala en su grandeza: tal es, y tan soberana, que ni alcanza a rozarla la imaginación. Solo desprendidos de este cuerpo mortal, si Dios nos la desvela y nos eleva con la luz de su gloria a conocer, con nuestro corto entendimiento, su grandeza.

Santa Teresa de Jesús conocía muy bien esta verdad, y solía decir que la consideración de los bienes eternos aniquila todos los deseos de la vida, y deseando la eterna, suspiraba por morir, para gozar de aquellos bienes que no tienen fin, como muy bien nos dejó escrito en sus conocidos versos "Vivo sin vivir en mí":

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí.

Cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero, porque no muero.

Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace de Dios mi cautivo
y libre mi corazón,
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!,
esta cárcel, estos hierros,
en que el alma está metida,
solo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero
que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas tan molesta,
porque muriendo, ¿qué resta?,
sino vivir y gozarme.
No dejes de consolarme,
muerte, que así te requiero,
que muero porque no muero.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

1 comentario:

  1. Satanás y su ejército de ángeles caídos junto con el sequito de demonios ya fueron derrotados por Jesucristo en la cruz, venciendo a la muerte, ahora ya saben que su tiempo está terminado y que arderán por la eternidad en el lago de fuego.

    Ahora Satanás quiere llevar al abismo y derribar moralmente al mayor número posible de Cristianos, por eso la FE es lo más importante que tiene todo Cristiano, además de escuchar siempre al Espíritu Santo que mora dentro de todo Cristiano, pase lo que pase siempre hay que tener FE en Jesucristo y seguir el verdadero Evangelio y por supuesto no creer jamás a los demonios cuyo padre de perdición que es Satanás, engaña al mundo entero.

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