Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

23.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (70)



CAPÍTULO 19.
Se explica y demuestra cómo, aunque las visiones y locuciones que vienen de parte de Dios son verdaderas, nos podemos engañar acerca de ellas, y se da muestras con voces autorizadas de la Escritura divina.


1. Por dos cosas dijimos que, aunque las visiones y locuciones de Dios son verdaderas y siempre en sí ciertas, no lo son siempre para con nosotros. La una es por nuestra defectuosa manera de entenderlas, y la otra, porque las causas de ellas a veces son variables. Estas dos cosas probaremos con algunas autoridades divinas.
Cuanto a lo primero, está claro que no son siempre ni acontecen como suenan a nuestra manera de entender. La causa de esto es porque, como Dios es inmenso y profundo, suele llevar en sus profecías, locuciones y revelaciones, otras vías, conceptos e inteligencias muy diferentes de aquel propósito y modo a que comúnmente se pueden entender de nosotros, siendo ellas tanto más verdaderas y ciertas cuanto a nosotros nos parece que no. Lo cual a cada paso vemos en la Sagrada Escritura, donde a muchos de los antiguos no les salían muchas profecías y locuciones de Dios como ellos esperaban, por entenderlas ellos a su modo, de otra manera, muy a la letra. Lo cual se verá claro con varios ejemplos.

2. En el Genesis (15, 7) dijo Dios a Abraham, habiendole traído a la tierra de los cananeos: "Esta tierra te dare a ti". Y como se lo dijese muchas veces y Abraham fuese ya muy viejo y nunca se la daba, diciendoselo Dios otra vez, respondió Abraham y dijo (Gn. 15, 8): "Señor, ¿de dónde o por qué señal podré saber que la poseeré?". Entonces le reveló Dios que no en su persona, sino sus hijos, después de cuatrocientos años, la habían de poseer. De donde acabó Abraham de entender la promesa, la cual era en sí verdaderísima porque, dándola Dios a sus hijos por amor de él, era dársela a él. Y así, Abraham estaba equivocado en cuanto a la manera de entender. Y si entonces obrara según él entendía la profecía, habría podido errar mucho, pues no era de aquel tiempo y los que le vieran morir sin dársela, habiendole oído decir que Dios se la había de dar, quedarían confusos y creyendo haber sido falso.

3. También a su nieto Jacob, al tiempo que José, su hijo, le llevó a Egipto a causa del hambre en Canaán, estando en el camino, le apareció Dios y le dijo (Gn. 46, 3­4): "Jacob, no temas, desciende a Egipto, que yo descenderé allí contigo, y cuando de ahí volvieres a salir, yo te sacaré, guiándote". Lo cual no fue como a nuestra manera de entender suena, porque sabemos que el santo viejo Jacob murió en Egipto, y no volvió a salir vivo de aquella tierra. Y era que se había de cumplir en sus hijos, a los cuales sacó de allí después de muchos años, siendoles el mismo Dios el guía durante su camino. Donde se ve claro que cualquiera que supiera esta promesa de Dios a Jacob pudiera tener por cierto que Jacob, así como había entrado vivo y en persona en Egipto por el orden y favor de Dios, así sin falta, vivo y en persona había de volver a salir de la misma forma y manera, pues le había Dios prometido la salida y el favor en ella, y entonces quien así pensase se engañaría y se sorprendería al verle morir en Egipto y que no se cumplía la promesa como se esperaba. Y así, siendo el dicho de Dios verdaderísimo en sí, acerca de él se pudieran engañar mucho.

4. En los Jueces (20, 11 ss.) también leemos que, habiendose juntado todas las tribus de Israel para pelear contra la tribu de Benjamín para castigar cierta maldad que entre ellos se había consentido, por razón de haberles Dios señalado capitán para la guerra, fueron ellos tan asegurados de la victoria que, saliendo vencidos y muertos de los suyos veintidós mil, quedaron muy sorprendidos y puestos delante de Dios llorando todo aquel día, no sabiendo la causa de la caída, habiendo ellos entendido la victoria por suya. Y como preguntasen a Dios si debieran volver a pelear o no, les respondió que fuesen y peleasen contra ellos. Los cuales, teniendo ya esta vez por suya la victoria, salieron con gran atrevimiento, y acabaron vencidos también esta segunda vez y con pérdida de diez y ocho mil de su parte. De donde quedaron confusísimos, no sabiendo qué hacerse viendo que, mandándoles Dios pelear, siempre salían vencidos, incluso excediendo ellos a los contrarios en número y fortaleza, porque los de Benjamín no eran más de veinticinco mil y setecientos, y ellos eran cuatrocientos mil. Y de esta manera se engañaban ellos en su manera de entender, porque el dicho de Dios no era engañoso, ya que Él no les había dicho que vencerían, sino que peleasen, puesto que en estas caídas les quiso Dios castigar cierto descuido y presunción que tuvieron, y con ellas humillarlos así. Mas cuando a la postre les respondió que vencerían, así fue, aunque vencieron con harto ardid y trabajo.


22.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (69)



5. Ahora digamos algo de cómo es este estilo que llevan algunos confesores con las almas, en que no las instruyen bien. Y, cierto, querría saberlo decir, porque entiendo es cosa dificultosa dar a entender el cómo se engendra el espíritu del discípulo conforme al de su padre espiritual oculta y secretamente. Y me causa mucho esfuerzo esta materia tan prolija, porque parece no se puede declarar lo uno sin dar a entender lo otro tambien, pues como son cosas de espíritu, en donde las unas tienen hacia las otras cierta correspondencia.

6. Mas, para lo que aquí basta, me parece a mí y así es que, si el padre espiritual es inclinado a espíritu de revelaciones, de manera que le hagan algún caso, o lleno o gusto en el alma, no podrá dejar, aunque él no lo entienda ni acierte a ver, de imprimir en el espíritu del discípulo ese mismo agrado y finalidad, a no ser que el discípulo esté más adelantado que él. Y, aunque lo esté, le podrá hacer harto daño si con ese maestro persevera porque, de aquella inclinación que el padre espiritual tiene y del gusto en las tales visiones le acaba produciendo una cierta estimación que, si no es con gran cuidado por su parte -por la del maestro, se entiende- no puede dejar de dar muestras o sentimiento de ello a la persona a la que trata de dirigir. Y, si la otra persona tiene el mismo espíritu hacia esa inclinación, a lo que yo entiendo, no podrá dejar de comunicarse mucha aprehensión y estimación de estas cosas de una parte a otra, retroalimentándose mutuamente uno al otro.

7. Pero no hilemos ahora tan fino, sino hablemos de cuando el confesor, ahora sea inclinado a eso, ahora no, no tiene el recato que ha de tener en desprender el alma y retirar el apetito de su discípulo en estas cosas, antes se pone a conversar de ello con él, y lo principal del lenguaje espiritual, como hemos dicho, lo pone en esas visiones, dándoles indicios para conocer cuales son las visiones buenas y cuales las malas. Que, aunque es bueno saberlo, no hay para qué meter al alma en ese trabajo, cuidado y peligro pues, con no hacer caso de ellas, negándolas todas, se excusa todo eso y se hace lo que se debe. Y no sólo eso, sino que ellos mismos, como ven que las dichas almas tienen tales cosas de Dios, les piden que soliciten a Dios les revele o les diga tales o cuales cosas tocantes a ellos o a otros, y las almas bobas lo hacen, pensando que es lícito quererlo saber por aquella vía. Que piensan que, porque Dios quiere revelar o decir algo sobrenaturalmente como Él quiere o para lo que Él quiere hacerlo, que es lícito querer que nos lo revele y aún incluso pedírselo.

8. Y si acontece que a su petición lo revela Dios no hacen más que asegurarse todavía más, pensando que Dios gusta de ello y lo quiere, pues que responde y, a la verdad, ni Dios gusta ni lo quiere. Y ellos muchas veces obran o creen según aquello que se les reveló o se les respondió porque, como ellos están aficionados a aquella manera de trato con Dios, se les asienta mucho y la voluntad se les va minando. Naturalmente gustan y naturalmente se facilitan a su modo de entender el camino, pero de una forma así, natural, por lo que se equivocan en gran medida muchas veces, y si ven entonces ellos que no les sale como habían entendido, entonces se sorprenden de que así sea. A continuación de esto salen las dudas en si era de Dios o no era de Dios las revelaciones y experiencias, puesto que se dan cuenta que no ocurre ni lo ven de la manera que esperaban. Pensaban ellos primero dos cosas: la una, que era de Dios, pues tanto se les aseguraba primero de que así era, y sin embargo puede ser porque sea naturalmente inclinado a ello lo que causa aquel asiento, como hemos dicho; y que, la segunda, siendo de Dios, había entonces de salirles las cosas así como en ellas entendían o pensaban.

9. Y aquí está un gran engaño, porque las revelaciones o locuciones de Dios no siempre salen como los hombres las entienden o como ellas suenan en sí. Y así no se han de asegurar en ellas ni creerlas a carga cerrada aunque sepan que son revelaciones o respuestas o dichos de Dios. Porque, aunque ellas sean ciertas y verdaderas en sí, no lo son siempre en sus causas y en nuestra manera de entender. Lo cual veremos en el capítulo siguiente. Y también diremos en él y comprobaremos a continuación cómo aunque Dios responde a veces a lo que se le pide sobrenaturalmente, no se agrada de ello, y cómo a veces se enoja, incluso aunque responda.


21.11.22

La mayor obra de misericordia



Tradicionalmente, en el inicio del mes de noviembre, tenemos los cristianos un serio motivo de reflexión sobre la muerte y de acordarnos de los seres queridos ausentes.

El día 2 de noviembre la Iglesia celebra la conmemoración de los fieles difuntos. Ese día es cuando nos acercamos al cementerio a visitar a los familiares que ya abandonaron este valle de lágrimas.

Sería bueno que esta tradicional visita no sea solamente de cortesía, ni siquiera de cariño y gratitud en el plano humano. Lo más importante es que ese día, y también durante el resto del año, recemos por ellos.

¿Nos hemos parado a pensar sobre la importancia que tiene la oración para los difuntos?

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (68)



CAPÍTULO 18.
Se muestra el daño que algunos maestros espirituales pueden hacer a las almas por no llevarlas con buen estilo respecto a las mencionadas visiones. Además se advierte también cómo, aunque sean de Dios, se pueden en ellas engañar.


1. No podemos en esta materia de visiones ser tan breves como querríamos, por lo mucho que acerca de ellas hay que decir. Aunque en sustancia queda dicho lo que hace al caso para dar a entender al espiritual cómo se ha de comportar respecto de las mencionadas visiones, y al maestro que le gobierna el modo que ha de tener con el discípulo, no será demasiado abundar un poco más en esta doctrina y dar más luz del daño que se puede infringir, así a las almas espirituales como a los maestros que las gobiernan, si son muy crédulos a ellas, aunque estas experiencias sean de parte de Dios.

2. Y la razón que me ha movido a alargarme ahora en esto un de forma breve es la poca discreción que he observado sobre el particular en algunos maestros espirituales, a lo que yo entiendo, los cuales, asegurándose acerca de las dichas aprehensiones sobrenaturales, por entender que son buenas y de parte de Dios vinieron unos y otros a errar mucho y a hallarse muy limitados, cumpliendose en ellos la sentencia de Nuestro Salvador (Mt. 15, 14), que dice: "Si un ciego guiare a otro ciego, ambos caen en el hoyo". Y no dice que "caerán", sino que "caen", porque no es menester esperar que haya caída de error para que caigan, porque sólo el atreverse a gobernarse el uno por el otro ya es un error en sí, por ello ya sólo en eso caen cuanto a lo menos y de principio. Hay además algunos que llevan tal modo y estilo con las almas que tienen estas experiencias, que las hacen errar, o las enredan con ellas, o no las llevan por camino de humildad, sino que las dan mano a que pongan los ojos de alguna manera en lo que experimentan, que es causa de quedar sin verdadero espíritu de fe y con lo cual no las edifican en la fe, poniéndose a hacer mucho lenguaje de aquellas cosas. En lo cual las dan a sentir que hacen ellos alguna presa o caso de aquello y, por el consiguiente también se lo hacen ellas, quedándose sus almas puestas en aquellas aprehensiones, en lugar de quedarse como deberían, que es edificadas en fe y vacías, y desnudas y desasidas de aquellas cosas, para poder volar en altura dentro de la oscura fe. Y todo esto nace del término y lenguaje que el alma ve en su maestro acerca de esto, que sin saber cómo, facilísimamente se le pega un lleno y estimación de sus experiencias sin éstas ser en su mano ni por sus logros, y quitando los ojos del abismo de fe.

3. Y debe de ser la causa de esta facilidad de quedar el alma tan ocupada con ello que, como son cosas de sentido a que el mortal naturalmente es inclinado, y como también está ya saboreado y dispuesto con la aprehensión de aquellas cosas distintas y sensibles, basta ver en su confesor o en otra persona alguna estima y precio de ellas para que no solamente el alma haga esa misma estima con lo que siente, sino que también se le engolosine más el apetito en ellas sin notarlo, y se cebe más de ellas, y quede más inclinada a ellas, y haga en ellas alguna presa. Y de aquí surgen muchas imperfecciones, por lo menos porque el alma ya no queda tan humilde, pensando que aquello es algo y que tiene algo bueno, y que Dios hace caso de ella, y anda contenta y algo satisfecha de sí, lo cual es contra humildad. Y luego el demonio le va aumentando esto secretamente sin entenderlo ni percatarse ella, y le comienza a poner un concepto acerca de los otros, en si tienen o no tienen las tales experiencias, o son o no son, lo cual es contra la santa simplicidad y soledad espiritual.

4. Mas, de estos daños, y de cómo no crecen en fe estas almas si no se apartan de ellos, y cómo tambien, aunque no sean los daños tan palpables y reconocibles como estos, hay otros en el mismo término que son más sutiles y más odiosos a los divinos ojos por no ir en desnudez de todo, lo dejamos de momento hasta que lleguemos a tratar en el vicio de gula espiritual y de los otros seis donde, Dios mediante, se tratarán muchas cosas de este tipo, tan sutiles y delicadas mancillas que se pegan al espíritu por no saber guiarle en desnudez y abandono.


20.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (67)



5. De esta manera, pues, la va Dios instruyendo y haciendola espiritual, comenzándole a comunicar lo espiritual desde las cosas exteriores, palpables y acomodadas al sentido, según la pequeñez y poca capacidad del alma, para que mediante la corteza de aquellas cosas sensibles, que de suyo son buenas, vaya el espíritu haciendo actos particulares y recibiendo tantos bocados de comunicación espiritual que venga a hacer hábito en lo espiritual y llegue a la sustancia de espíritu, que es ajena de todo sentido al cual, como hemos dicho, no puede llegar el alma sino muy poco a poco, a su modo, por el mismo sentido al que siempre ha estado asida.
Y así, a la medida que va llegando más al espíritu acerca del trato con Dios, se va desnudando más y vaciando de las vías del sentido, que son las del discurrir y meditación imaginaria. De donde, cuando llegare perfectamente al trato con Dios de espíritu, necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de Dios podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así como cuanto más una cosa se va arrimando más a un extremo, más se va alejando y enajenando del otro, y cuando perfectamente se arrimare, perfectamente se habrá tambien apartado del otro extremo. Por lo cual comúnmente se dice este adagio espiritual: "Gustato spiritu, desipit omnis caro", que quiere decir: "Una vez recibido el gusto y sabor del espíritu, toda carne es insípida". Esto es: no aprovechan ni entran en gusto todas las vías de la carne, en lo cual se entiende respecto a todo trato de sentido acerca de lo espiritual. Y está claro, porque si es espíritu, ya no cae en sentido, y si es que puede asimilarlo el sentido, ya no es puro espíritu. Porque cuanto más de ello puede saber el sentido y aprehensión natural, tanto menos tiene de espíritu y de sobrenatural, como hemos dado a entender líneas arriba.

6. Por tanto, el espíritu ya perfecto no hace caso del sentido, ni recibe por él, ni principalmente se sirve ni ha menester servirse de él para con Dios, como hacía antes cuando no había crecido en espíritu. Y esto es lo que quiere decir aquella autoridad de san Pablo a los Corintios (1 Cor. 13, 11), diciendo: "Cuando era yo pequeñuelo, sabía como pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo; pero cuando fui hecho varón, abandoné las cosas que eran de pequeñuelo".
Ya hemos dado a entender cómo las cosas del sentido y el conocimiento que el espíritu puede sacar por ellas son ejercicio de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese siempre asir a ellas y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría de ser un niño pequeñuelo, y siempre hablaría de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios como pequeñuelo, y pensaría de Dios como pequeñuelo. Porque agarrándose a la corteza del sentido, que es en este caso lo pequeñuelo, nunca vendría a la sustancia del espíritu, que es el varón perfecto. Y así, no ha de querer el alma admitir las dichas revelaciones para ir creciendo, aunque Dios se las ofrezca, así como el niño ha menester dejar el pecho con el fin de que su paladar se dé a manjar más sustancial y fuerte.

7. Pues luego diréis: ¿será menester que el alma, cuando es pequeñuelo, las quiera tomar, y las deje cuando es mayor, así como el niño es menester que quiera tomar el pecho para sustentarse, hasta que sea mayor para poderlo dejar?
Respondo que, acerca de la meditación y discurso natural en que comienza el alma a buscar a Dios, es verdad que no ha de dejar el pecho del sentido para irse alimentando del mismo hasta que llegue a sazón y tiempo que pueda dejarle, que es cuando Dios pone al alma en trato más espiritual, que es la contemplación, de lo cual dimos ya doctrina en el capítulo 13 de este libro. Pero cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones sobrenaturales que pueden caer en el sentido sin el albedrío del hombre, digo que en cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado perfecto, ahora en menos perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de querer admitir, por dos cosas:
- La una porque Dios, como hemos dicho, hace en el alma su efecto sin que ella sea parte para impedirlo, aunque impida y pueda impedir la visión, lo cual acontece muchas veces. Y, por consiguiente, aquel efecto que había de causar en el alma mucho más se le comunica en sustancia, aunque no sea en aquella manera. Porque, como tambien dijimos, el alma no puede impedir los bienes que Dios le quiere comunicar, ni es parte para ello, si no es con alguna imperfección y propiedad. Y en renunciar a estas cosas con humildad y recelo ninguna imperfección ni propiedad hay.
- La segunda es por librarse del peligro y trabajo que hay en discernir las malas de las buenas, y conocer si es ángel de luz o de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en lo cual no hay provecho ninguno, sino gastar tiempo y enredar el alma con aquello y ponerse en ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir hacia adelante. Si esto ocurre acaba el alma por desviarse de lo importante, y no se pone el alma en lo que hace al caso, con lo cual es mejor desprenderse de menudencias de aprehensiones e inteligencias y opiniones particulares, según queda dicho de las visiones corporales y de las que se dirá más adelante.

8. Y téngase esto en cuenta: que si Nuestro Señor no hubiese de llevar el alma al modo de la misma alma, como aquí decimos, nunca le comunicaría la abundancia de su espíritu por esos arcaduces tan angostos de formas y figuras y particulares inteligencias, por medio de las cuales da el sustento al alma por migajas, en pequeñas gotas. Que por eso dijo David (Sal. 147, 17): "Envía su sabiduría a las almas como a bocados". Lo cual es harto de doler que, teniendo el alma capacidad infinita, la anden dando a comer por bocados del sentido, debido a su poco espíritu e inhabilidad sensual. Y por eso tambien a san Pablo le daba pena esta poca disposición y pequeñez para recibir el espíritu cuando, escribiendo a los de Corinto (1 Cor. 3, 1­2), dijo: "Yo, hermanos, como viniese a vosotros, no os pude hablar como a espirituales, sino como a carnales; porque no pudisteis recibirlo, ni tampoco ahora podéis". Esto es: Como a pequeñuelos en Cristo os di a beber leche y no a comer manjar sólido.

9. Falta, pues, ahora saber que el alma no ha de poner los ojos en aquella corteza de figuras y objetos que se le ponen frente a ella sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como son locuciones y palabras al oído y visiones de santos a los ojos, y resplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen proceder del espíritu, lo cual es más ordinario a los espirituales. Ni tampoco ha de poner atención en cualesquiera visiones del sentido interior, como son las imaginarias, antes debe renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún gusto sensible. Y así, se toma de estas cosas sólo lo que Dios pretende y quiere, que es el espíritu de devoción, puesto que no las da para otro fin principal, con lo cual se deja lo que Él dejaría de dar si se pudiesen recibir estas experiencias directamente en el espíritu sin ningún disfraz de ellas ni corteza (como hemos dicho, cual es el ejercicio y aprehensión del sentido material).