Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

22.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (69)



5. Ahora digamos algo de cómo es este estilo que llevan algunos confesores con las almas, en que no las instruyen bien. Y, cierto, querría saberlo decir, porque entiendo es cosa dificultosa dar a entender el cómo se engendra el espíritu del discípulo conforme al de su padre espiritual oculta y secretamente. Y me causa mucho esfuerzo esta materia tan prolija, porque parece no se puede declarar lo uno sin dar a entender lo otro tambien, pues como son cosas de espíritu, en donde las unas tienen hacia las otras cierta correspondencia.

6. Mas, para lo que aquí basta, me parece a mí y así es que, si el padre espiritual es inclinado a espíritu de revelaciones, de manera que le hagan algún caso, o lleno o gusto en el alma, no podrá dejar, aunque él no lo entienda ni acierte a ver, de imprimir en el espíritu del discípulo ese mismo agrado y finalidad, a no ser que el discípulo esté más adelantado que él. Y, aunque lo esté, le podrá hacer harto daño si con ese maestro persevera porque, de aquella inclinación que el padre espiritual tiene y del gusto en las tales visiones le acaba produciendo una cierta estimación que, si no es con gran cuidado por su parte -por la del maestro, se entiende- no puede dejar de dar muestras o sentimiento de ello a la persona a la que trata de dirigir. Y, si la otra persona tiene el mismo espíritu hacia esa inclinación, a lo que yo entiendo, no podrá dejar de comunicarse mucha aprehensión y estimación de estas cosas de una parte a otra, retroalimentándose mutuamente uno al otro.

7. Pero no hilemos ahora tan fino, sino hablemos de cuando el confesor, ahora sea inclinado a eso, ahora no, no tiene el recato que ha de tener en desprender el alma y retirar el apetito de su discípulo en estas cosas, antes se pone a conversar de ello con él, y lo principal del lenguaje espiritual, como hemos dicho, lo pone en esas visiones, dándoles indicios para conocer cuales son las visiones buenas y cuales las malas. Que, aunque es bueno saberlo, no hay para qué meter al alma en ese trabajo, cuidado y peligro pues, con no hacer caso de ellas, negándolas todas, se excusa todo eso y se hace lo que se debe. Y no sólo eso, sino que ellos mismos, como ven que las dichas almas tienen tales cosas de Dios, les piden que soliciten a Dios les revele o les diga tales o cuales cosas tocantes a ellos o a otros, y las almas bobas lo hacen, pensando que es lícito quererlo saber por aquella vía. Que piensan que, porque Dios quiere revelar o decir algo sobrenaturalmente como Él quiere o para lo que Él quiere hacerlo, que es lícito querer que nos lo revele y aún incluso pedírselo.

8. Y si acontece que a su petición lo revela Dios no hacen más que asegurarse todavía más, pensando que Dios gusta de ello y lo quiere, pues que responde y, a la verdad, ni Dios gusta ni lo quiere. Y ellos muchas veces obran o creen según aquello que se les reveló o se les respondió porque, como ellos están aficionados a aquella manera de trato con Dios, se les asienta mucho y la voluntad se les va minando. Naturalmente gustan y naturalmente se facilitan a su modo de entender el camino, pero de una forma así, natural, por lo que se equivocan en gran medida muchas veces, y si ven entonces ellos que no les sale como habían entendido, entonces se sorprenden de que así sea. A continuación de esto salen las dudas en si era de Dios o no era de Dios las revelaciones y experiencias, puesto que se dan cuenta que no ocurre ni lo ven de la manera que esperaban. Pensaban ellos primero dos cosas: la una, que era de Dios, pues tanto se les aseguraba primero de que así era, y sin embargo puede ser porque sea naturalmente inclinado a ello lo que causa aquel asiento, como hemos dicho; y que, la segunda, siendo de Dios, había entonces de salirles las cosas así como en ellas entendían o pensaban.

9. Y aquí está un gran engaño, porque las revelaciones o locuciones de Dios no siempre salen como los hombres las entienden o como ellas suenan en sí. Y así no se han de asegurar en ellas ni creerlas a carga cerrada aunque sepan que son revelaciones o respuestas o dichos de Dios. Porque, aunque ellas sean ciertas y verdaderas en sí, no lo son siempre en sus causas y en nuestra manera de entender. Lo cual veremos en el capítulo siguiente. Y también diremos en él y comprobaremos a continuación cómo aunque Dios responde a veces a lo que se le pide sobrenaturalmente, no se agrada de ello, y cómo a veces se enoja, incluso aunque responda.







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