Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

5.12.20

El riesgo de dilatar la penitencia. Segundo ejemplo



La memoria del Juicio Final inquieta y turba a todos los cristianos, y les estimula al bien obrar.

En las crónicas de la Orden de Predicadores se refiere que enfermó de muerte un religioso de pocos años, pero muy virtuoso; y estando para morir cerró los ojos con sus manos, y con señales de regocijo comenzó a reírse. Extrañados, los religiosos que allí estaban le preguntaron la causa, a lo cual respondió diciendo: "Porque me ha venido a visitar San Raimundo, mártir y rey de esta provincia, y toda la celda está llena de ángeles". Y luego dio muestras de gran contento, diciendo: "Nuestra Señora la Virgen María ha venido: saludémosla todos". Lo hicieron cantando una Salve.

"¡Oh, y con cuánta alegría - dijo -, ha oído la Soberana Virgen esta salutación!". Abrió después los ojos, y miró a la puerta, diciendo: "Ahora viene Cristo Nuestro Señor a juzgarme".

3.12.20

El riesgo de dilatar la penitencia. Ejemplo



He aquí un ejemplo en corroboración de nuestra tesis, sobre la dificultad del pecador en convertirse a Dios en el momento de la muerte.

En el libro V, capítulo 8 de las Revelaciones de Santa Gertrudis, se lee: Que habiéndosele aparecido una monja fallecida poco antes, se le representó primorosamente vestida, teniendo a su lado al Salvador con un semblante amorosísimo. El alma, sin embargo, parecía estar triste. Maravillada de esto Santa Gertrudis, dijo al Señor:

- Pues Tú, Dios de todo consuelo, estás regalando a esta alma con tanto cariño, ¿cómo ella da a entender en la tristeza de su rostro, que en su interior tiene alguna pena que la molesta y aflige?

2.12.20

El riesgo de dilatar la penitencia



Cosa arriesgada es y que difícilmente dejará de pagarse en el otro mundo, el aplazar la penitencia para lo último de la vida. Cierto e indubitable es aquello del Maestro de las Sentencias: "Que el tiempo de la penitencia dura hasta el último instante de la vida". Ciertamente; en cualquier tiempo que el pecador se volviere a Dios, le hallará con los brazos abiertos, dispuesto siempre á recibirlo en el paterno hogar. Por eso dice el Señor: "Si el impío hiciere penitencia de todos sus pecados..., de cuantas maldades hubiere cometido no me acordaré Yo". Pero si esto es de fe, y por lo mismo no debe el hombre vacilar nunca tratándose de apelar al seguro de la divina clemencia, preciso es también que esta seguridad de parte de Dios no presumamos hacerla extensiva a nosotros mismos, siendo como es evidente, que ninguna cosa firme y estable se puede fundar sobre un cimiento tan movedizo y tan frágil como lo es de suyo la naturaleza humana.

El venerable Escoto, tratando de lo sospechosa y difícil que es la penitencia que se deja para la hora de la muerte, propone sobre este punto una conclusión, la cual prueba por las cuatro razones siguientes: La primera dificultad es por el gran impedimento que ponen los dolores y angustias de aquella hora, lo cual es causa del entorpecimiento que experimenta el uso de la razón y del libre albedrío.

1.12.20

Miserias de la vida y necesidad de la penitencia: ejemplo



Un sujeto muy rico, cuya opulencia se debía en gran parte a las más notorias injusticias, contrajo una enfermedad peligrosa. Sabía que la gangrena corroía sus úlceras, y sin embargo no podía resolverse a restituir, y cuando le mencionaban ese tema, respondía: ¿Que será de mis tres hijos? ¡Van a quedar sumidos en la indigencia! Esta respuesta llegó a oídos de un eclesiástico quien, so pretexto de conocer un gran remedio contra la gangrena, logró introducirse cerca del enfermo.

- El remedio que yo sé - dijo -, es infalible y muy sencillo, y además no le causará a usted ningún dolor; pero es caro, carísimo.

- Cueste lo que cueste, - respondió el enfermo -, doscientos, dos mil duros, ¿qué importa? ¿Cuál es?

30.11.20

Miserias de la vida y necesidad de la penitencia



Entre los bienes naturales ninguno conocemos que pueda compararse con la vida; éste es seguramente el mayor bien que hay en el mundo: por eso los hombres apetecen tanto el vivir largo tiempo, para lo cual casi siempre se hallan dispuestos a hacer cualquier género de sacrificios.

¡Cuántos, por conservar la vida han renunciado a toda su hacienda! ¡Y qué pruebas tan crueles no sufren muchos por recuperar la salud perdida! Abstinencias, dietas, amputación de miembros, medicinas hediondas y abominables, tratamientos dolorosos y sufrientes..., y otros mil nauseabundos y molestísimos remedios.