La memoria del Juicio Final inquieta y turba a todos los cristianos, y les estimula al bien obrar.
En las crónicas de la Orden de Predicadores se refiere que enfermó de muerte un religioso de pocos años, pero muy virtuoso; y estando para morir cerró los ojos con sus manos, y con señales de regocijo comenzó a reírse. Extrañados, los religiosos que allí estaban le preguntaron la causa, a lo cual respondió diciendo: "Porque me ha venido a visitar San Raimundo, mártir y rey de esta provincia, y toda la celda está llena de ángeles". Y luego dio muestras de gran contento, diciendo: "Nuestra Señora la Virgen María ha venido: saludémosla todos". Lo hicieron cantando una Salve.
"¡Oh, y con cuánta alegría - dijo -, ha oído la Soberana Virgen esta salutación!". Abrió después los ojos, y miró a la puerta, diciendo: "Ahora viene Cristo Nuestro Señor a juzgarme".