He aquí un ejemplo en corroboración de nuestra tesis, sobre la dificultad del pecador en convertirse a Dios en el momento de la muerte.
En el libro V, capítulo 8 de las Revelaciones de Santa Gertrudis, se lee: Que habiéndosele aparecido una monja fallecida poco antes, se le representó primorosamente vestida, teniendo a su lado al Salvador con un semblante amorosísimo. El alma, sin embargo, parecía estar triste. Maravillada de esto Santa Gertrudis, dijo al Señor:
- Pues Tú, Dios de todo consuelo, estás regalando a esta alma con tanto cariño, ¿cómo ella da a entender en la tristeza de su rostro, que en su interior tiene alguna pena que la molesta y aflige?
A lo cual respondió el Esposo de las Vírgenes:
- Con esta presencia con que ahora la favorezco, solamente le comunico las delicias de mi Santísima Humanidad, las cuales no son bastantes para que esté perfectamente consolada y gozosa; y aun esto solamente se lo concedo, en premio y recompensa de la devoción y amoroso afecto que tuvo a mi Pasión en los instantes últimos de su vida; pero cuando esté purgada de los descuidos y defectos de la vida pasada, añadiré a estos favores eñ de ponerla en la presencia de mi felicísima y alegrísima Divinidad, con que estará del todo consolada, y tendrá su gozo cumplido.
- Pues Señor - replicó la Santa -, si enseña la Escritura que el hombre es juzgado conforme al estado en que se halla al tiempo de salir de esta vida, ¿cómo las negligencias que esta alma había cometido en ella no quedaron satisfechas por la fervorosa devoción que mostró tener al tiempo de morir ?
Respondió el Señor:
- Cuando el hombre está para espirar, falto de fuerzas, sin espíritu y sin aliento, en alguna manera se puede decir que ya se acabó su vida, porque le falta el ánimo y vigor para obrar cosa alguna; solamente puede tener buenos deseos. Y aquel a quien Yo, por mi liberal y graciosa piedad le doy entonces esta buena voluntad y fervorosos deseos, mérito tiene en ellos, pero ni esta voluntad es siempre tan fructuosa, ni estos deseos tan eficaces y activos, que sean bastantes para purgar y purificar al alma de todas sus culpas y negligencias pasadas, como lo serían si estando el hombre sano y con fuerzas, se aplicase de veras a enmendar su vida y a satisfacer por sus culpas.
Hay en esta enseñanza mucha doctrina y grandes lecciones que aprender. Según ella, el moribundo apenas tiene aptitud para ejercitar acto alguno meritorio, y sólo le queda la buena voluntad y los deseos fervorosos y devotos, si Dios graciosamente se los da. Mas aunque en efecto le dé Dios esta voluntad y deseos, como esto de ley ordinaria no es suficiente para purificar del todo al alma, le queda a ésta alguún vestigio del pecado, el cual deberá expiar en el Purgatorio. Luego el que confía en poder hacer algo de bueno en la hora de su muerte, muy probable es que se engañe.
Alma y cuerpo quedan en aquella terrible hora del todo desfallecidos; en medio de tales aprietos, ¿cómo podrá el hombre disponerse para recibir fructuosamente el Sacramento de la Penitencia, para ganar una indulgencia plenaria, o excitarse a la contrición de sus culpas? Luego para asegurar la penitencia, es indispensable hacerla en vida.
Alma mía, oye bien lo que la conciencia te dicta, y te persuade la razón: si quieres entrar en el cielo, sabe que la penitencia es la llave; pero créeme, apresúrate a abrir la puerta, no te detengas; hoy puedes muy bien hacerla, mañana no se sabe si podrás.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario