La memoria del Juicio Final inquieta y turba a todos los cristianos, y les estimula al bien obrar.
En las crónicas de la Orden de Predicadores se refiere que enfermó de muerte un religioso de pocos años, pero muy virtuoso; y estando para morir cerró los ojos con sus manos, y con señales de regocijo comenzó a reírse. Extrañados, los religiosos que allí estaban le preguntaron la causa, a lo cual respondió diciendo: "Porque me ha venido a visitar San Raimundo, mártir y rey de esta provincia, y toda la celda está llena de ángeles". Y luego dio muestras de gran contento, diciendo: "Nuestra Señora la Virgen María ha venido: saludémosla todos". Lo hicieron cantando una Salve.
"¡Oh, y con cuánta alegría - dijo -, ha oído la Soberana Virgen esta salutación!". Abrió después los ojos, y miró a la puerta, diciendo: "Ahora viene Cristo Nuestro Señor a juzgarme".
Luego se mudó su rostro en pálido, triste y melancólico, entró en una agonía mortal, comenzó a temblarle todo el cuerpo y se cubrieron sus miembros de un sudor frío, que mostraba la congoja en que se hallaba el alma; tal fue su llanto y tan copioso, que apenas eran suficientes los que se hallaban a la vista para enjugarle. Oían que unas veces decía: "Eso es verdad". Otras: "Eso no es asi". Suplicaba a la Virgen Santísima le favoreciera, y por último dijo a Cristo Nuestro Señor: "¡Oh, buen Jesús! ¡Perdonadme eso poco que me acusan!". Le preguntó uno de los religiosos:
- ¿Qué decís, hermano muy amado? ¿De pecados o defectos tan leves se te pide tan estrecha cuenta?
- Sí -. Respondió dando un lastimoso gemido.
- Pero no desconfíes - le dijo el mismo religioso - que es sumamente benigno nuestro amable Redentor.
Y luego, volviendo al enfermo la alegría misma, dijo:
- Así es verdad, que es misericordiosísimo, y he salido de su piadoso tribunal con sentencia favorable; y luego espiró. (M. Barón)
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