Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.1.24

Plegaria para cuando se asista a una agonía



Del sufriente que agoniza tened, Jesús, compasión, y perdonadle las culpas que pueda tener y con las que ciegamente os ofendió. No permitáis que descargue la muerte su horrible hoz, sin que antes su alma experimente una saludable contricción.

Que la luz de vuestra gracia brille triunfante ¡oh mi Dios!, disipando las tinieblas y el horror de esta hora.

Por vuestros padecimientos en la cruz os pido que no despreciéis mi oración, ni miréis mi indignidad que reconozco y confieso, y por la cual me duelo. Sino, más bien, ved solamente esas llagas que vuestro amor os ha impreso, las cuales claman misericordia mucho más alto que mi oración.

Misericordia, pues, Jesús, misericordia, mi Señor, para esa alma que del mundo parte llamada por Vos.

En su auxilio también humildemente invoco con todo mi corazón a la Reina de los Santos, nuestra Señora del Carmelo, refugio de los pecadores y auxiliadora en las angustias.

Que toda la corte celestial acuda también veloz, rogando ante Dios misericordia; clamando misericordia ante Ti, Señor.

Amén.


Nota: Se acompaña de un Padrenuestro, Avemaría y Gloria. Si las circunstancias del momento lo permiten, es conveniente recitar también las Letanías de los Santos, diciendo: "tened piedad de su alma" y "rogad por su alma", en lugar de "tened piedad de nosotros" y "rogad por nosotros".


7.1.24

Plegaria para cuando el Santísimo Viático es llevado a un enfermo



Que aquel a quien sois llevado recobre, ¡oh Dios!, la salud, por la inefable virtud de vuestro sagrado cuerpo.

Mas, si ha llegado el momento del forzoso trance, de tal suerte lave su alma vuestra sangre redentora que, según mi alma lo implora, la vida encuentre tras la muerte.

Amén.


Jaculatoria:
¡Salud de los enfermos! ¡Refugio de los pecadores! ¡María Madre carmelitana! Rogad a vuestro Divino Hijo por el paciente a quien se digna ir a visitar.

Amén.



6.1.24

Bendición de la mesa durante las comidas



El que preside (o quien por turnos se encargue de encabezar la bendición) dice:

Gracias te damos, Divina Providencia, gracias te damos humildemente, porque a todos los seres dispensas el sustento cada día.

Ese sustento que también nosotros recibimos ahora de tu mano, te rogamos que tu santísima bendición le acompañe, manteniendo al espíritu y al cuerpo tan sano que no le dañe ningún mal.


Todos los presentes responden:

Amén.


Concluida la comida, quien la ha bendecido al principio dirá:

Repitamos humildes acciones de gracias al Señor, nuestro Dios, de quien todo bien procede.


Todos los presentes responden:

Bendito y alabado sea por los siglos de los siglos. Amén.


4.1.24

Plegaria ante calamidades, catástrofes o desastres



¡No más, no más, oh Dios, de tus enojos nos hagas sentir el potente rigor! Vuelve a tu pueblo tus paternales ojos, y oye su voz doliente. Templa ya la justicia, que harto y tremendamente brilló.

Pues aunque fue grande nuestra malicia, y nos adentramos por la senda del mal, Tú has prometido al pecador contrito y arrepentido que, de la penitencia a la eficacia, siempre que escuches de su ruego el grito le volverás tu gracia.

Depón, pues, el azote; mira la sangre de tu Cristo Santo, que corre unida a nuestro triste llanto sin que jamás se agote.

Por esa preciosa sangre tu pueblo implora tu compasión, y de la Virgen Madre bajo el manto carmelitano nos refugiamos, rogándola también actúe ante su Hijo, pues ella es la más poderosa intercesora.

¡Perdón, Señor, perdón! Con alma arrepentida confesamos, Dios y Padre nuestro, nuestras maldades. Haz lucir tus piedades sobre esta grey postrada y afligida, que de tal gracia guardará memoria ensalzando siempre tu benevolencia, y tu infinita gloria.

Amén.


[Ahora se rezan siete Avemarías, en honra de los Dolores de nuestra Señora del Carmen, para que se digne consolar nuestros dolores con su amorosa protección].


2.1.24

Oración ante alguna desgracia o hecho desafortunado



Oh buen Jesús, que hoy me veis llegar triste a vuestros pies; compadeced mi flaqueza y dad consuelo a mis ansias.

Vos sois mi Rey y mi dueño, Vos el esposo de mi alma y el salvador de mi vida; Vos sois el amigo que más me ama. ¿A qué otro, pues, recurrir pudiera con confianza mi indefenso corazón, cuando las inquietudes y los pesares le asaltan?

Vos, que en su fondo leéis y escucháis cómo os clama, venid Señor en su auxilio. Venid, Señor, sin tardanza.