Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

13.12.23

Homenaje para la festividad de Santa Ana y San Joaquín (padres de María)



El día 26 de julio la Iglesia Católica celebra la festividad de Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen María. Aunque los nombres de los padres de la Virgen María no aparecen en los libros bíblicos, la tradición los ha recogido de textos apócrifos que los mencionan. No obstante lo importante no es saber el nombre en sí, sino que en este día se recuerda a los padres de nuestra Señora la Virgen María, indiferente de cuales fuesen sus nombres históricamente.

Por ser Joaquín y Ana abuelos de Jesucristo, éste día también es el día de los abuelos.



Oración:
Bendito sea el Señor, que escogió a la bienaventurada Ana para Madre gloriosa de Nuestra Reina, la siempre Virgen María, y que se digne recibir benignamente los honores tributados a la que fue tan favorecida por su misericordia.

Amén.


Oración a Santa Ana:
Señora Santa Ana, a quien reverencia la católica Iglesia como digna madre de la Reina del cielo, yo uno mis felicitaciones en este augusto día a cuantas os son dirigidas por todos los ámbitos del mundo cristiano, y lleno de gozo el corazón por vuestra dicha eterna cerca de la excelsa Hija por quien fuisteis hecha gloriosa abuela del Señor, os suplico respetuosamente me dispenséis vuestra protección, para que después de honrar vuestra memoria en la tierra, logre la felicidad de acompañaros en el cielo, a cuya gloriosa Reina, vuestra bendita Hija, también felicito humilde en esta festividad, que celebramos en honor vuestro, para gloria del soberano dispensador de todas las gracias, de las que tanto os colmó.

Amén.


Cántico:
Madre augusta de María,
de los pobres pecadores
no desprecies los loores
en este tu fausto día.

Y pues gozas tanto honor
cerca de tu Hija bendita,
para todos solicita
la bendición del Señor.


Así sea en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.



Oración a San Joaquín:
Rogad por nosotros, patriarca San Joaquín. Rogad también por los fieles difuntos, para que vuestra felicidad, que hoy celebramos, lleve la alegría a todas las almas.

Amén.


Cántico a San Joaquín:
Patriarca ilustre,
Joaquín dichoso
que a tu Hija miras
en almo solio.

Y oyes que se alzan
cantos sonoros
con que la aplauden
celestes coros.

Hoy que en la tierra
los fieles todos
gracias al cielo
rinden devotos

porque le plugo
darte con colmo
la excelsa dicha
que es nuestro asombro.

Deja, gran Santo,
que al común gozo
mi pecho se una
cual ambiciono.

Yo, con la Iglesia,
tu nombre encomio,
tu dicha aplaudo,
tu auxilio invoco.

Y ante el Eterno
mi frente postro,
y sus bondades
contigo adoro.


Así sea en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.




10.12.23

La soledad de nuestra Señora la Virgen María



María, después de verse arrancar de sus brazos el sangriento cadáver de su adorado Hijo para darle sepultura, quedó en esperanzada soledad, confiando en la Resurrección de Jesús, siendo modelo santísimo de la naciente Iglesia.

Nuestro Señor le había puesto bajo su amparo a su amado apóstol San Juan, y a éste encargándole la tarea de cuidarla y ayudarla. Con ese gesto, también nos consiguió el privilegio de que María fuese madre de todos nosotros, los cristianos. Hemos de seguir por tanto el ejemplo de San Juan, poniéndonos bajo su protección y dejándonos cuidar de ella y, por nuestra parte, obedeciéndola y manteniéndonos a su lado sin separarnos ni alejarnos por ninguna circunstancia que nos ocurra, así como esforzándonos por no disgustarla ni ofenderla con nuestras acciones y conversaciones. Recurrir a ella en toda circunstancia, como quiere su Santísimo Hijo, es la mejor forma de agradecimiento y veneración.



Oración:
Nada os quedó, ¡oh Madre desamparada!, nada os quedó en la tierra del Hijo que era vuestra vida. Vos tuvisteis que dejaros arrancar de los brazos sus sacratísimos restos; tuvisteis que presenciar la tristísima visión de su sepultura. Y cuando la piedra del sepulcro se cerró, ocultando las amadas reliquias, quedásteis desvalida y solitaria en la tierra, separada de vuestro amadísimo Hijo.

Permitidnos, pues, ¡Virgen de la Soledad!, permitidnos la honra de acompañaros mentalmente en aquel inmenso desierto de vuestra alma, aprendiendo - como la Iglesia naciente entonces- del ejemplo de vuestra admirable sumisión e invencible resignación y paciencia, y dignaos asimismo aceptar los honores y las bendiciones que os tributamos como a nuestra corredentora amable y nuestro modelo sublime.

Esa gracia os pedimos, implorando a su vez de vuestro Hijo divino, por el recuerdo de vuestra soledad en aquellos momentos, santo amor del recogimiento y del retiro, de modo que, sepultados en su tumba para todos los falsos placeres y goces de la tierra, merezcamos entrada en las celestes mansiones, donde se transforman estos pasajeros dolores en este valle de lágrimas, en inmortales delicias junto a nuestro buen Dios y Padre.

Amén.


9.12.23

María en el Calvario



La Santa Madre del Salvador se halló presente en la crucifixión de su Hijo, y se mantuvo al pie de la cruz durante las tres horas de aquella amarga agonía.


Oración:
Todo fue consumado, ¡Reina de los mártires! Vuestros ojos vieron clavar en la cruz al suspirado por los siglos, al esperado por las naciones... Vuestros oídos oyeron los golpes del martillo caer sobre su santa carne, el crujido de los huesos que se le dislocaban... Vuestro rostro fue salpicado con la nocente sangre de la víctima sagrada.

Henos aquí, en el alma postrados ante ese santo madero, junto al cual os sostuvo de pie vuestra heroica fortaleza. Henos aquí, recibiendo con Vos el divino riego de esa sangre redentora, y rogándoos rendidamente se la presentéis a la justicia eterna como precio de nuestras almas.

Vos suministrásteis tan preciosa sangre a nuestro Redentor, ¡oh, María! Vos tenéis derecho a pedir por ella que no se malogre en estos servidores vuestros -aunque tan indignos de serlo- la inefable virtud de aquel sacrificio augusto. Hacedlo, ¡Madre dolorosísima!, hacedlo según vuestra inmensa caridad, y no solamente en favor de los presentes, sino también por todos los cristianos en todo tiempo y generaciones.

Señora, alcanzad consuelo para los afligidos, de aquel que os vió tan afligida al pie de su cruz.

Señora, rogad por los moribundos al que estuvo moribundo a vuestra vista, causando incomparables angustias a vuestro maternal corazón.

Señora, pedid perdón para los pecadores, al que murió por ellos para obtenerles el perdón

Señora, proteged a los desamparados, cerca del que os dejó tan desamparada en la tierra.

Señora, alcanzad misericordia para las ánimas del purgatorio, de aquel que con su sacrificio nos abrió las puertas celestiales.

Señora, sed la abogada de todos los hombres, pues por todos fue inmolado el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo.

Amén.


8.12.23

Oración del Papa a María Inmaculada


A ti, Virgen Inmaculada, predestinada por Dios por encima de toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, renuevo hoy de especial manera la confiada entrega de toda la Iglesia.

Sé tú quien guíe a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la Palabra de Dios.

Sé tú quien acompañe a cada cristiano en el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la belleza auténtica, que es siempre impronta y reflejo de la Belleza divina.

Se tú también quien alcance paz y salvación para todas las gentes. Que el eterno Padre, que te quiso Madre Inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por mediación tuya, los prodigios de su amor misericordioso. Amén.

7.12.23

El encuentro de María con Jesús camino al Calvario



Nuestra Señora se encontró con el Redentor cuando, con la cruz sobre sus hombros, coronado de espinas y con todo su cuerpo ensangrentado por la atroz flagelación que había sufrido, se dirigía al Calvario para ser crucificado.


Oración:
Mirando, Virgen de los Dolores, mirando con la vista de la fe aquella tristísima calle, llamada con razón de la Amargura, en la cual os encontrásteis a vuestro santo Hijo cubierto de llagas, coronado de espinas, cargado con la cruz y caminando al Calvario donde debía ser inmolado, nos postramos reverentes a vuestros sagrados pies, para tomar parte en el dolor inmenso de vuestra alma.

Nuestras culpas, Señora, pesaban sobre el leño de muerte que oprimía los divinos hombros de vuestro dulce Jesús. Para curar nuestras llagas, Él recibió todas esas de las que le vísteis cubierto. Con la corona de espinas que traspasaban sus sienes, nos conquistó a nosotros la corona del Cielo.

¡Oh, Señora! Dadle en nombre de estos pecadores ingratos, que no quieren serlo más, nuestras más emotivas gracias. Y pedidle, por todo lo que padeció y os hizo padecer en beneficio nuestro, que se digne prestarnos fuerzas para participar de su cruz, sobrellevando santamente nuestras penas, dolores y trabajos, mediante el consuelo de encontrarle siempre en el camino de nuestras amarguras y a ti, Madre, junto a Él.

Amén.