María, después de verse arrancar de sus brazos el sangriento cadáver de su adorado Hijo para darle sepultura, quedó en esperanzada soledad, confiando en la Resurrección de Jesús, siendo modelo santísimo de la naciente Iglesia.
Nuestro Señor le había puesto bajo su amparo a su amado apóstol San Juan, y a éste encargándole la tarea de cuidarla y ayudarla. Con ese gesto, también nos consiguió el privilegio de que María fuese madre de todos nosotros, los cristianos. Hemos de seguir por tanto el ejemplo de San Juan, poniéndonos bajo su protección y dejándonos cuidar de ella y, por nuestra parte, obedeciéndola y manteniéndonos a su lado sin separarnos ni alejarnos por ninguna circunstancia que nos ocurra, así como esforzándonos por no disgustarla ni ofenderla con nuestras acciones y conversaciones. Recurrir a ella en toda circunstancia, como quiere su Santísimo Hijo, es la mejor forma de agradecimiento y veneración.
Oración:
Nada os quedó, ¡oh Madre desamparada!, nada os quedó en la tierra del Hijo que era vuestra vida. Vos tuvisteis que dejaros arrancar de los brazos sus sacratísimos restos; tuvisteis que presenciar la tristísima visión de su sepultura. Y cuando la piedra del sepulcro se cerró, ocultando las amadas reliquias, quedásteis desvalida y solitaria en la tierra, separada de vuestro amadísimo Hijo.
Permitidnos, pues, ¡Virgen de la Soledad!, permitidnos la honra de acompañaros mentalmente en aquel inmenso desierto de vuestra alma, aprendiendo - como la Iglesia naciente entonces- del ejemplo de vuestra admirable sumisión e invencible resignación y paciencia, y dignaos asimismo aceptar los honores y las bendiciones que os tributamos como a nuestra corredentora amable y nuestro modelo sublime.
Esa gracia os pedimos, implorando a su vez de vuestro Hijo divino, por el recuerdo de vuestra soledad en aquellos momentos, santo amor del recogimiento y del retiro, de modo que, sepultados en su tumba para todos los falsos placeres y goces de la tierra, merezcamos entrada en las celestes mansiones, donde se transforman estos pasajeros dolores en este valle de lágrimas, en inmortales delicias junto a nuestro buen Dios y Padre.
Amén.
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