A Ti, ¡oh Dios, tributa alabanza nuestro labio reverente,
a Ti de cuya diestra omnipotente procede cuanto bien el hombre alcanza.
Todos los tiempos llena de tu bondad la inenarrable historia,
y en cielo y tierra sin cesar resuena
la aclamación de tu infinita gloria.
A Ti los querubines
que de tu luz reflejan los destellos,
los puros serafines
y los ángeles bellos,
que en fuego eterno de tu amor se inflaman,
¡Santo! tres veces a una voz te aclaman
con respetuoso anhelo,
y en ecos de las bóvedas del cielo
repetido es su canto:
¡Santo!, se oye por doquier, !Santo! ¡Santo!