Desprecio de los bienes mundanos

20.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (97)



CAPÍTULO 31.
Se explican aspectos sobre las palabras sustanciales que interiormente se hacen al espíritu, mencionando la diferencia que hay de ellas a las formales, el provecho que hay en aquellas, y la resignación y disposición que el alma debe tener en ellas.


1. El tercer género de palabras interiores decíamos que eran "palabras sustanciales" las cuales, aunque también son formales, por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren empero en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial en el alma, y la solamente formal no opera así. De manera que, aunque es verdad que toda palabra sustancial es formal, no por eso toda palabra formal es sustancial, sino solamente aquella que, como decíamos en párrafos anteriores, imprime sustancialmente en el alma aquello que ella significa. Tal como si nuestro Señor dijese formalmente al alma: "Sé buena", luego sustancialmente sería buena; o si la dijese: "Ámame", luego tendría y sentiría en sí sustancia de amor de Dios. O también si, temiendo mucho, la dijese: "No temas", luego sentiría gran fortaleza y tranquilidad. Porque el dicho de Dios y su palabra, como dice el Sabio (Ecli. 8, 4), está llena de potestad, y así hace sustancialmente en el alma aquello que le dice. Porque esto es lo que quiso decir David (Sal. 67, 34) cuando dijo: "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud". Y así lo hizo con Abraham que, en cuanto le dijo: "Anda en mi presencia y sé perfecto" (Gn. 17, 1), luego fue perfecto y anduvo siempre acatando a Dios. Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que sanaba los enfermos, resucitaba a los muertos, etc., solamente con decirlo. Y en este mismo sentido hace locuciones a algunas almas, con forma sustancial. Y son de tanto valor y precio, que le son al alma vida y virtud y una gracia incomparable, porque la hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho toda su vida.

2. Acerca de estas comunicaciones, ni tiene el alma que hacer, ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer.
No tiene que hacer esforzándose en obrar lo que ellas dicen, porque estas palabras sustanciales no se las dice Dios para que ella las ponga por obra, sino para obrarlas en ella, lo cual es diferente respecto a las formales y sucesivas.
Y digo que no tiene que querer ni no querer, porque ni es menester su querer para que Dios las obre, ni bastan con no querer para que dejen de hacer el dicho efecto, sino simplemente el alma debe hallarse con resignación y humildad en ellas.
No tiene que obligarse a desecharlas, porque el efecto de ellas queda sustanciado en el alma y lleno del bien de Dios, por lo cual, como se reciben pasivamente, la acción nuestra es menos necesaria que en otras.
Ni tiene que temer algún engaño, porque ni el entendimiento ni el demonio pueden entrometerse en esto ni llegar a hacer pasivamente efecto sustancial en el alma, de manera que la imprima el efecto y hábitos de su palabra; a no ser que el alma estuviese dada al engaño por pacto voluntario y, morando en ella como señor de ella ese engaño, le imprimiese los tales efectos, no de bien, sino de malicia. Y en este caso, por cuanto aquella alma estaba ya unida en nequicia (es decir, perversidad) voluntaria, podría fácilmente el demonio imprimirle los efectos de los dichos y palabras en malicia. Porque también por experiencia vemos que aún a las almas buenas en muchas cosas les hace harta fuerza por sugestión, poniéndoles gran eficacia en resistirlas que, si fuesen malas, las podría inculcar en tal malicia. Mas estos últimos efectos perversos mencionados a las almas de los justos y buenos no se los puede imprimir, porque no hay comparación de palabras cuando provienen de Dios. Todo el resto de palabras son como si no fuesen, si se les pone frente a las palabras divinas auténticas, ni tampoco su efecto es en nada comparable de unas con las otras. Precisamente por eso dice Dios por Jeremías (23, 28­29): "¿Qué tienen que ver las pajas con el trigo? ¿Por ventura mis palabras no son como fuego y como martillo que quebranta las peñas?". Y de esta forma, estas palabras sustanciales sirven mucho para la unión del alma con Dios, y cuanto más interiores, más sustanciales son y más aprovechan. ¡Dichosa el alma a quien Dios se las hablare! "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sm. 3, 10).


19.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (96)



CAPÍTULO 30.
Se explican las comunicaciones de palabras interiores que formalmente se hacen al espíritu por vía sobrenatural, y se da advertencias sobre el daño que pueden hacer y la cautela necesaria para no ser engañados en ellas.


1. El segundo género de palabras interiores son palabras formales que algunas veces se hacen al espíritu por vía sobrenatural sin medio de algún sentido, ahora estando el espíritu recogido, ahora no. Y las llamamos "formales" porque formalmente al espíritu se las dice tercera persona, sin poner él nada en ello. Y por eso son muy diferentes que las que acabamos de tratar, porque no solamente tienen la diferencia en que se hacen sin que el espíritu ponga de su parte algo en ellas, como hace en las otras sino que además, como decimos, le llegan a veces sin estar recogidos, sino muy fuera de aquello sobre lo que se le habla o comunica, lo que no ocurre con las mencionadas en líneas arriba sobre las comunicaciones de palabras sucesivas, porque siempre son acerca de lo que estaba considerando o/y meditando.

2. Estas palabras ciertas veces son muy claras y formadas, otras no tanto, porque muchas veces son como conceptos en que se le dice algo, ahora respondiendo, ahora en otra manera hablándole al espíritu. Por lo tanto estas comunicaciones pueden ser una sola palabra, a veces dos o más, y a veces muchas palabras -como las anteriores comunicaciones- porque suelen durar un rato enseñando o tratando algo con el alma, y todas sin que ponga nada de suyo el espíritu, porque son todas como cuando habla una persona con otra. Como leemos haberle ocurrido a Daniel (9, 22), que dice hablaba el ángel en él, lo cual era formal y sucesivamente razonando en su espíritu y enseñándole, según allí también cuenta el ángel, diciendo que había venido para enseñarle.

3. Estas palabras, cuando no son más que formales, el efecto que hacen en el alma no es mucho porque, ordinariamente, sólo son para enseñar o dar luz en alguna cuestión y para hacer este efecto no es menester que hagan otro más eficaz que el fin que ellas traen. Y este, cuando son de Dios, siempre lo obran en el alma, porque ponen al alma pronta y clara en aquello que se le manda o enseña, puesto que algunas veces no quitan al alma la repugnancia y dificultad de llevar a cabo la tarea encomendada, antes se la suelen poner mayor, lo cual hace Dios para mayor enseñanza, humildad y bien del alma. Y esta repugnancia más ordinariamente se la deja cuando le manda cosas de notoriedad o cosas en que puede haber alguna excelencia para el alma, y en las cuestiones que tienen más de humildad y bajeza les pone más facilidad y prontitud que en las elevadas o notorias. Y así leemos en el Exodo (c. 3­4) que, cuando mandó Dios a Moises que fuese a Faraón y librase al pueblo, tuvo tanta repugnancia que fue menester mandárselo tres veces y mostrarle señales y, con todo eso, no se decidía hasta que Dios le dio por compañero a Aarón, para que llevase parte de la honra y del peso de la tarea.

4. Al contrario acontece cuando las palabras y comunicaciones son del demonio, que en las cosas de más valer pone facilidad y prontitud, y en las bajas y humildes, repugnancia. Y es que ciertamente aborrece Dios tanto el ver las almas inclinadas a cuestiones notorias que aún cuando Él se lo manda y las pone en ellas no quiere que tengan la prontitud que comúnmente pone Dios en estas palabras formales al alma, y estas son diferentes de las anteriores sucesivas, que no mueven tanto al espíritu como estas, ni le ponen tanta prontitud, por ser estas más formales y en que menos se entremete el propio entendimiento. Aunque todo ello no quita que algunas veces hagan más efecto algunas palabras sucesivas, por la gran comunicación que a veces hay del Divino Espíritu con el humano, mas el modo de hacer tal cosa es muy diferente. En estas palabras formales no tiene el alma que dudar si las dice ella, porque bien se ve que no, mayormente cuando ella no estaba en lo que se le dijo y, si lo estaba, siente muy clara y distintamente que aquellas comunicaciones vienen de otra parte.

5. De todas estas palabras formales tan poco caso ha de hacer el alma como de las otras sucesivas porque, además que ocuparía el espíritu de lo que no es legítimo y próximo medio para la unión de Dios, que es la fe, podría facilísimamente ser engañada del demonio, y es que a veces apenas se distinguirán cuáles son dichas por buen espíritu y cuáles por malo. Que como estas no hacen mucho efecto, apenas se pueden distinguir por esos mismos efectos, porque aun a veces las del demonio ponen más eficacia en los imperfectos que las otras de buen espíritu en los espirituales. No se ha de hacer lo que ellas dijeren, ni hacer caso de ellas, sean de bueno o de mal espíritu, pero sí que se han de manifestar al confesor experimentado o a persona discreta y sabia, para que dé doctrina y vea lo que conviene en ello y nos facilite su consejo, y nos mantengamos en ellas resignada y negativamente. Y si no fuere hallada la tal persona experta, más vale, no haciendo caso de las tales palabras, no dar parte a nadie, porque fácilmente encontrará con algunas personas que antes le destruyan el alma que la edifiquen. Porque las almas no las ha de tratar cualquiera, pues es cosa de suma importancia errar o acertar en tan grave negocio.

6. Y adviertase mucho en que el alma jamás dé su parecer, ni haga cosa ni la admita de lo que aquellas palabras le dicen sin antes contar con mucho acuerdo y consejo ajeno. Porque en esta materia ocurren engaños sutiles y extraños, de tanta envergadura que tengo para mí que el alma que no fuere enemiga de tener las tales comunicaciones no podrá dejar de ser engañada en muchas de ellas (sea en poco grado o en mucho).

7. Y porque de estos engaños y peligros y de la cautela para ellos está tratado a propósito en los capítulos 17, 18, 19 y 20 de este libro, a los cuales remito al lector, no me alargo más aquí. Sólo digo que la principal doctrina es no hacer caso de ello en nada.


18.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (95)



10. También en este género de palabras interiores sucesivas mete mucho el demonio la mano, mayormente en aquellos que tienen alguna inclinación o afición a ellas porque, al tiempo que ellos se comienzan a recoger, suele el demonio ofrecerles harta materia de digresiones, formándole al entendimiento los conceptos con diversas palabras por sugestión, y le va precipitando y engañando sutilísimamente con cosas verosímiles. Y esta es una de las maneras con las que se comunica con los que tienen hecho algún pacto con él, tácito o expreso, y también es cómo se comunica con algunos herejes, mayormente con algunos heresiarcas, dándoles información en su entendimiento con conceptos y razones muy sutiles, falsas y erróneas.

11. De lo dicho queda entendido que estas locuciones sucesivas pueden proceder en el entendimiento de tres causas, conviene a saber: del Espíritu Divino, que mueve y alumbra al entendimiento, y de la lumbre natural del mismo entendimiento, y del demonio, que le puede hablar por sugestión.
Y decir ahora las señales e indicios para conocer cuándo proceden de una causa y cuándo de otra, sería algo dificultoso dar de ello enteras muestras e indicios, aunque no obstante se pueden dar algunos generales, que son los siguientes:
Cuando en las palabras y conceptos juntamente el alma va amando y sintiendo amor con humildad y reverencia de Dios, es señal que anda por allí el Espíritu Santo, el cual, siempre que hace algunas gracias, las hace envueltas en esto.
Cuando procede de la viveza y lumbre solamente del entendimiento, el entendimiento es el que lo hace allí todo, sin aquella operación de virtudes, aunque la voluntad puede naturalmente amar en el conocimiento y luz de aquellas verdades, y después de pasada la meditación, queda la voluntad seca, aunque no inclinada a vanidad ni a mal si el demonio de nuevo sobre aquello no la tentase. Lo cual no acontece en las que fueron de buen espíritu, porque después la voluntad queda ordinariamente aficionada a Dios e inclinada a bien. No obstante puede ocurrir algunas veces que tras estas comunicaciones quede la voluntad seca, aunque la comunicación haya sido de buen espíritu, ordenándolo así Dios por algunas causas útiles para el alma. Otras veces incluso puede que el alma no sienta demasiado sobre las operaciones o movimientos de esas virtudes y de su intervención bondadosa, y sin embargo puede proceder de inspiraciones divinas lo que experimentó. Precisamente por eso decía que es dificultosa de conocer algunas veces la diferencia que hay de unas a otras, por los varios efectos que según la ocasión producen. Los que acabamos de describir son los más comunes, siendo a veces en más abundancia o en menos.
Aun las que son del demonio, a veces son dificultosas de entender y conocer, porque aunque es verdad que ordinariamente dejan la voluntad seca acerca del amor de Dios y el ánimo inclinado a vanidad, estimación o complacencia, todavía pone algunas veces en el ánimo una falsa humildad y afición hervorosa de voluntad fundada en amor propio, que a veces es menester que la persona sea harto espiritual para que lo entienda y se percate de ello. Y esto hace el demonio por mejor encubrirse, el cual sabe muy bien algunas veces hacer derramar lágrimas sobre los sentimientos que él pone, para ir incorporando en el alma las aficiones que él quiere y le conviene. Pero siempre les procura mover la voluntad a que estimen aquellas comunicaciones interiores, y que hagan mucho caso de ellas, para que así se den a ellas y ocupen el alma en lo que no es virtud, sino ocasión de perder la que hubiese.

12. Quedemos, pues, en esta necesaria cautela, así en las unas como en las otras, para no ser engañados ni aprisionados con ellas. Por lo tanto tengamos en cuenta el no hacer caudal de nada de ellas, sino sólo de saber enderezar la voluntad con fortaleza a Dios, obrando con perfección su ley y sus santos consejos, que es la sabiduría de los Santos, contentándonos de saber los misterios y verdades con la sencillez y verdad que nos lo propone la Iglesia. Que esto basta para inflamar mucho la voluntad, sin meternos en otras profundidades y curiosidades en que será inusual que falte el peligro. Porque a este propósito dice san Pablo (Rm. 12, 3): "No conviene saber más de lo que conviene saber". Y esto baste cuanto a esta materia que hemos tratado sobre las comunicaciones de palabras sucesivas.


17.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (94)



5. Y aparte de todo esto, las ganas que tienen de estas comunicaciones y la afición que a ellas tienen en el espíritu hace que ellos mismos se respondan y piensen que es Dios quien les responde y se lo dice. De donde vienen a dar en grandes desatinos si no tienen en esto mucho freno y el que gobierna estas almas no las impone mantenerse en la negación de estas maneras de discursos. Porque en comunicaciones de este tipo más tropiezos suelen sacar e impureza de alma que humildad y mortificación de espíritu, pensando que les ocurrió una gran cosa y que les habló Dios, y sin embargo no habrá sido poco más que nada, o nada, o menos que nada. Porque lo que no engendra humildad, y caridad, mortificación, santa simplicidad y silencio, etcetera, ¿qué puede ser? Digo, pues, que esto puede estorbar mucho para ir a la divina unión, porque aparta enormemente al alma, si hace caso de este tipo de experiencias, del abismo de la fe, en que el entendimiento ha de estar oscuro, y oscuro ha de ir por amor en fe y no a fuerza de razón.

6. Y si alguien adujere que "¿por qué se ha de privar el entendimiento de aquellas verdades, pues alumbra en ellas el Espíritu de Dios al entendimiento, y siendo así no puede ser malo?", se debe tener en cuenta que el Espíritu Santo alumbra al entendimiento recogido, y que le alumbra al modo de su recogimiento y que el entendimiento no puede hallar otro mayor recogimiento que en fe. Por ello, el Espíritu Santo no le dará iluminación en otra cosa más que en estado de fe, porque cuanto más pura y esmerada está el alma en fe, más tiene de caridad infusa de Dios; y cuanto más caridad tiene, tanto más la alumbra y comunica los dones el Espíritu Santo en ella, porque la caridad es la causa y el medio por donde se le comunican.
Y, aunque es verdad que en aquella ilustración de verdades comunica al alma el Espíritu Santo alguna luz, es sin embargo tan diferente la que proviene de la fe, sin entender claro y tal es su calidad, como lo es el oro más purificado del metal más bajo y ruin. Y en cuanto a la calidad de este tipo de ilustraciones en fe que provienen del Espíritu Santo, es tanta la diferencia con las otras como excede la mar a una gota de agua. Hay que prestar atención en que durante las comunicaciones por pensamientos y consideraciones se le comunica sabiduría de una, o dos, o tres verdades, etc., y en la otra donde se encuentra el recogimiento en fe se le comunica toda la Sabiduría de Dios generalmente, que es el Hijo de Dios, el cual que se comunica al alma en fe.

7. Y si aún alguien adujera que todo será bueno, que no impide lo uno a lo otro, le respondo que impide mucho si el alma hace caso de ello, porque ya es ocuparse en cosas patentes y de poco peso, que bastan para impedir la comunicación del abismo de la fe, en la cual sobrenatural y secretamente enseña Dios al alma y la levanta en virtudes y dones como ella no sabe.
Y el provecho que aquella comunicación sucesiva ha de hacer al alma no ha de ser poniendo el entendimiento a propósito en ese tipo de comunicaciones, porque antes iría de esta manera desviándola de sí, según aquello que dice la Sabiduría en los Cantares (6, 4) al alma, diciendo: "Aparta tus ojos de mí, porque esos me hacen volar", es a saber: volar lejos de ti y poner a la sabiduría más alta y lejos, sino que simple y sencillamente, sin poner el entendimiento en aquello que sobrenaturalmente se está comunicando, aplique la voluntad con amor a Dios, pues en amor se van aquellos bienes comunicando, y de esta manera antes se comunicará de forma más abundante que de la otra manera. Porque si en estas cosas que sobrenaturalmente y pasivamente se comunican se pone activamente la habilidad del natural entendimiento o de otras potencias tratando de apresarlas, no llegamos mediante nuestros modos y la rudeza de nuestra intención a lograrlas, y así por fuerza las acabamos modificando a nuestro modo y, por el consiguiente, las terminamos tergiversando y modificando. Por ello, de necesidad se va errando y formando las razones cosas suyas, y acaba por dejar de ser aquello sobrenatural, perdiendo su figura propia y divina, llegando a ser algo muy natural y harto erróneo y bajo.

8. Pero hay algunos entendimientos tan vivos y sutiles que, en estando recogidos en alguna consideración, naturalmente con gran facilidad, discurriendo en conceptos, algunas personas los van formando en las dichas palabras y razones muy vivas, y piensan, ni más ni menos, que son de Dios, y sin embargo no es sino el entendimiento que con la lumbre natural, estando algo libre de la operación de los sentidos, sin ninguna otra ayuda sobrenatural puede eso y más. Y de esto hay mucho, y así se engañan muchos pensando que es mucha oración y comunicación de Dios y, por eso, o lo escriben o hacen escribir. Y acontecerá que no será nada ni tenga sustancia de alguna virtud y que no sirva más que para envanecerse con esto, consiguiendo así el propósito contrario que esperaban.

9. Estos aprendan a no hacer caso sino en fundar la voluntad firmemente en humilde amor, y obrar de veras, y padecer imitando al Hijo de Dios en su vida y mortificaciones, que este es el camino para venir a todo bien espiritual, y no el mucho discurrir o los muchos discursos interiores.


16.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (93)



CAPÍTULO 29.
Se explican detalles sobre el primer género de palabras que algunas veces el espíritu recogido forma en sí, y se muestra su causa y el provecho y daño que puede haber en ellas.


1. Estas palabras sucesivas siempre que acontecen es cuando está el espíritu recogido y embebido en alguna consideración de manera muy atenta. Y, de esa misma materia que piensa, él mismo va discurriendo entre un tema y el otro y formando palabras y razones muy a propósito con enorme facilidad y distinción, y tales cosas de forma imprevisible sobre sí, va razonando y descubriendo también acerca de lo que medita, hasta el punto que le parece que no es él quien lo hace, sino que alguna otra persona interiormente lo va razonando, o respondiendo, o enseñando.
Y, a la verdad, hay gran causa para pensar esto, porque él mismo se razona y se responde consigo mismo como si fuese una persona con otra. Realmente en alguna manera es así de forma que aunque el mismo espíritu de la peronas es el que esto hace como instrumento, el Espíritu Santo le ayuda muchas veces a producir y formar aquellos conceptos, palabras y razones verdaderas, inspirándole. Y así se las habla, como si fuese tercera persona, a sí mismo. Porque como entonces el entendimiento está recogido y unido con la verdad de aquello que piensa, y el Espíritu Divino también está unido con él en esa misma verdad, como lo está siempre en toda verdad, entonces ocurre que va comunicando al entendimiento en esta manera. Así se van hilvanando los razonamientos y verdades con las que trata, dándole iluminación y yéndole guiando por este mismo Espíritu Santo enseñador. Porque esta es una de las maneras en las que enseña el Espíritu Santo.

2. De esta forma, alumbrado y enseñado de este Maestro el entendimiento, comprendiendo aquellas verdades, juntamente va formando aquellos dichos la misma persona de suyo con las verdades que de otra parte se le comunican. De manera que podemos decir que la voz es de Jacob y las manos son de Esaú (Gn. 27, 22). E incluso puede que no crea el que experimenta esa comunicación que lo hace por sí mismo, sino que los dichos y palabras son de tercera persona, ya que su mismo entendimiento puede formar palabras de tercera persona con suma facilidad, sobre conceptos y verdades que se le comunican también de tercera persona.

3. Y aunque es verdad que en esta forma de comunicación e ilustración del entendimiento sobre sí mismo no hay engaño de suyo, lo puede haber -y lo hay- muchas veces en las formales palabras y razones que sobre ello forma el entendimiento que, por cuanto aquella luz a veces que se le da es muy sutil y espiritual, llega el espíritu a no alcanzar bien ni tener información sobre ella, y acaba como decimos formando él mismo las razones de suyo, de aquí es que muchas veces forma esas razones de manera falsa, otras poco reales o defectuosas. Y es que como ya comenzó a tomar hilo de la verdad que le fue mostrada al principio, y luego pone de suyo la habilidad o rudeza de su bajo entendimiento, es muy fácil a partir de ahí ir variando conforme a su capacidad e imaginación y todo, en este modo, como si le hablase una tercera persona.

4. Yo conocí una persona que, teniendo estas locuciones sucesivas, entre algunas harto verdaderas y sustanciales que formaba del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, había algunas que eran harto herejía. Y me sorprendo mucho de lo que pasa en estos tiempos, en los cuales cualquier alma de por ahí con tener una ínfima consideración de sí misma, si siente algunas locuciones de este tipo en algún recogimiento lo achacan enseguida a que todo le viene de Dios, y suponen que es así, diciendo: "Me dijo Dios", "me respondió Dios"..., y no será así sino que más bien, como hemos dicho, ellas las más veces son las que se lo dicen a sí mismas.