5. Y esto es lo que quiso dar a entender san Juan (1, 13) cuando dijo: "No nacieron de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios", como si dijera: dio poder para que puedan ser hijos de Dios, esto es, se puedan transformar en Dios, solamente aquellos que no han nacido de sangre, o sea, que no son nacidos del germen y composiciones naturales, ni tampoco de la voluntad de la carne, esto es, del albedrío de la habilidad y capacidad natural, ni menos aún de la voluntad del varón, en lo cual se incluye todo modo y manera de arbitrar y comprender con el entendimiento. No dio poder a ninguno de estos para poder ser hijos de Dios, sino a los que son nacidos de Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que es el hombre viejo (cf. Ef. 4, 22), se levantan sobre sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre todo lo que se puede pensar. Porque, como el mismo san Juan (3, 5) dice en otra parte: "El que no renaciere en el Espíritu Santo, no podrá ver este reino de Dios", que es el estado de perfección. Y renacer en el Espíritu Santo en esta vida es tener un alma simílima a Dios en pureza, sin tener en sí mezcla alguna de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de unión, aunque no esencialmente.
6. Y para que se entienda mejor lo uno y lo otro, pongamos una comparación. Está el rayo del sol dando en una vidriera. Si la vidriera tiene algunos velos de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y transformar en su luz totalmente como si estuviera limpia de todas aquellas manchas y pulcra. Antes tanto menos la esclarecerá cuanto ella estuviere menos desnuda de aquellos velos y manchas, y tanto más cuanto más limpia estuviese. Y no será debido al rayo de luz, sino por causa del cristal de forma que, si ella estuviese limpia y pura del todo, de tal manera la transformará y esclarecerá el rayo que parecerá ser el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo, y el cristal apenas se percibirá. Aunque, a la verdad, la vidriera, aunque se parece al mismo rayo, tiene una naturaleza distinta de la de la luz, mas podemos decir que aquella vidriera es rayo de luz por participación. Y así, el alma es como esta vidriera, en la cual siempre está embistiendo o mejor dicho, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios por naturaleza que hemos comentado.
7. En dando lugar el alma (que es quitar de sí todo velo y mancha de criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfectamente unida con la de Dios, porque el amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios) a la claridad divina, luego queda esclarecida y transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son una misma en transformación participante. Y el alma más parece Dios que alma, y aún es Dios por participación; aunque es verdad que su ser natural es tan distinto en cuanto al de Dios como antes, aunque está transformada, como también la vidriera tiene una composición natural distinta de la del rayo, aún estando de él clarificada.
8. De aquí se ve ahora más claro que la disposición para esta unión, como decíamos, no es el entender del alma, ni gustar, ni sentir, ni imaginar de Dios ni de otra cualquiera cosa, sino la pureza y amor, que es desnudez y resignación perfecta de lo uno y de lo otro sólo por Dios. Y por eso se debe tener en cuenta cómo no puede haber perfecta transformación si no hay perfecta pureza, y cómo según la proporción de la pureza será la ilustración, iluminación y unión del alma con Dios, en más o en menos grado, aunque no será perfecta, como digo, si del todo no está perfeccionada, y clara y limpia.
9. Lo cual tambien se entenderá por esta comparación. Está una imagen muy atractiva con muchos y muy elevados primores, y con delicados y sutiles esmaltes, y algunos tan excepcionales y tan sutiles, que no se pueden bien acabar de alcanzar en toda su magnificencia por su delicadeza y excelencia. A esta imagen, el que tuviere menos clara y purificada vista, menos primores y delicadeza, dejará de ver la majestad en la imagen en todo su detallismo; y el que tuviera la vista algo más pura y clara, echará de ver más primores y perfecciones en ella; y si otro la tuviere aún más pura, verá aún más perfección y, finalmente, el que más clara, sana y limpia vista tuviese, irá viendo más detalles y perfecciones, porque en la imagen hay tanto que ver que, por mucho que se alcance, quedan todavía más detalles y elementos para poderse mucho más alcanzar de ella.
10. De la misma manera podemos decir que son las almas respecto a Dios en esta ilustración o transformación. Porque, aunque es verdad que un alma, según su poca o mucha capacidad, puede haber llegado a unión, pero no en igual grado que otras, porque eso dependerá de lo que el Señor quiere dar a cada una. Es similar al modo de cómo le contemplan en el cielo, que unos ven más, otros menos, pero todos ven a Dios en su gloria y todos están contentos, porque tienen satisfecha su propia capacidad, individual para cada uno en cuanto a su gloria y grado.
11. De todo esto se entiende que aunque en esta vida hallemos algunas almas con igual paz y sosiego en estado de perfección, y cada una esté satisfecha con lo suyo, con todo ello podrá la una de ellas estar muchos más grados levantada que la otra y estar igualmente satisfechas las dos, por cuanto tienen satisfecha su capacidad individual. Pero la que no llega a la pureza competente a su capacidad, nunca llega a la verdadera paz y satisfacción, pues no ha llegado a tener la desnudez y vacío en sus potencias y en todo lo que podría abarcar en su capacidad, como se requiere al menos para la sencilla unión.