5. Por tanto, en este negocio el entrar en camino es dejar su camino o, por decirlo mejor, es pasar a la meta; y dejar su modo es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega ya no tiene modos ni maneras, ni menos se adhiere ni se puede adherir a ellos. Digo modos de entender, ni de gustar, ni de sentir, aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo; porque, teniendo ánimo para pasar de su limitado natural interior y exteriormente, entra en límite sobrenatural que no tiene modo alguno, teniendo en sustancia -o sea, en sí mismo- todos los modos. De donde el venir aquí es el salir de allí, y de aquí y de allí saliendo de sí muy lejos, o dicho de otra manera: de lo que está abajo para ir a sobre lo que está en todo lo alto.
6. Por tanto, trasponiendose a todo lo que espiritual y naturalmente puede saber y entender, ha de ansiar el alma con todo deseo venir a aquello que en esta vida no puede saber ni caber en su corazón, y dejando atrás todo lo que temporal y espiritualmente gusta y siente y puede gustar y sentir en esta vida, ha de desear con todo anhelo ir a aquello que excede todo sentimiento y gusto. Y, para quedar libre y vacía para ello, en ninguna manera ha de adueñarse de cuanto en su alma recibiere espiritual o sensitivamente, como diremos luego cuando esto tratemos de manera más particular, teniendo así todo como si fuera de mucho menos valor. Porque, cuanto más piensa que es aquello que entiende, gusta e imagina, y cuanto más lo estima, ahora sea espiritual, ahora material, tanto más quita del Supremo Bien y más se retarda de ir hacia Él. Y cuanto menos piensa qué es lo que puede tener, por más que sea valioso, en lo que respecta al Sumo Bien tanto más pone en Él y más lo estima y, por el consiguiente, tanto más se acerca a ese Sumo Bien. Y de esta forma, a oscuras, de manera muy notable se va acercando el alma a la unión por medio de la fe, que también es oscura, y de esta manera la provee de admirable luz la fe. Cierto que, si el alma quisiese ver, harto más presto se oscurecería acerca de Dios que el que abre los ojos a ver el gran resplandor del sol.
7. Por tanto, en este camino, cegándose en sus potencias ha de ver luz, según lo que el Salvador dice en el Evangelio (Jn. 9, 39) de esta manera: "Yo he venido a este mundo para juicio; de manera que los que no ven vean, y los que ven, se hagan ciegos". Lo cual, así como suena, se ha de entender acerca de este camino espiritual que el alma que estuviese a oscuras y se cegare en todas sus luces propias y naturales, verá sobrenaturalmente, y la que a alguna luz suya se quisiere arrimar y dejarse alumbrar por ella tanto más se cegará y se detendrá en el camino de la unión.
8. Y para aclararlo de manera algo menos confusa creo que será necesario dar a entender en el siguiente capítulo qué consideramos a lo que llamamos "unión del alma con Dios" porque, entendido esto, se dará mucha claridad en lo que más adelante iremos exponiendo. Por lo tanto entiendo viene bien aquí el tratar de esa unión, puesto que podría decirse que ya va siendo hora y éste es el momento apropiado de hacerlo. Porque, aunque explicándolo vamos a cortar un poco el hilo de lo que hemos estado tratando, no es fuera de propósito, pues en este lugar sirve para dar luz en torno a lo que vamos tratando y así servirá el capítulo infrascrito como de paréntesis, puesto entre una misma entimema, pues luego habremos de tratar más concretamente de las tres potencias del alma respecto de las tres virtudes teologales alrededor de esta segunda noche.
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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