Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

28.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (44)



5. Y esto es lo que quiso dar a entender san Juan (1, 13) cuando dijo: "No nacieron de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios", como si dijera: dio poder para que puedan ser hijos de Dios, esto es, se puedan transformar en Dios, solamente aquellos que no han nacido de sangre, o sea, que no son nacidos del germen y composiciones naturales, ni tampoco de la voluntad de la carne, esto es, del albedrío de la habilidad y capacidad natural, ni menos aún de la voluntad del varón, en lo cual se incluye todo modo y manera de arbitrar y comprender con el entendimiento. No dio poder a ninguno de estos para poder ser hijos de Dios, sino a los que son nacidos de Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que es el hombre viejo (cf. Ef. 4, 22), se levantan sobre sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre todo lo que se puede pensar. Porque, como el mismo san Juan (3, 5) dice en otra parte: "El que no renaciere en el Espíritu Santo, no podrá ver este reino de Dios", que es el estado de perfección. Y renacer en el Espíritu Santo en esta vida es tener un alma simílima a Dios en pureza, sin tener en sí mezcla alguna de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de unión, aunque no esencialmente.

6. Y para que se entienda mejor lo uno y lo otro, pongamos una comparación. Está el rayo del sol dando en una vidriera. Si la vidriera tiene algunos velos de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y transformar en su luz totalmente como si estuviera limpia de todas aquellas manchas y pulcra. Antes tanto menos la esclarecerá cuanto ella estuviere menos desnuda de aquellos velos y manchas, y tanto más cuanto más limpia estuviese. Y no será debido al rayo de luz, sino por causa del cristal de forma que, si ella estuviese limpia y pura del todo, de tal manera la transformará y esclarecerá el rayo que parecerá ser el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo, y el cristal apenas se percibirá. Aunque, a la verdad, la vidriera, aunque se parece al mismo rayo, tiene una naturaleza distinta de la de la luz, mas podemos decir que aquella vidriera es rayo de luz por participación. Y así, el alma es como esta vidriera, en la cual siempre está embistiendo o mejor dicho, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios por naturaleza que hemos comentado.

7. En dando lugar el alma (que es quitar de sí todo velo y mancha de criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfectamente unida con la de Dios, porque el amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios) a la claridad divina, luego queda esclarecida y transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son una misma en transformación participante. Y el alma más parece Dios que alma, y aún es Dios por participación; aunque es verdad que su ser natural es tan distinto en cuanto al de Dios como antes, aunque está transformada, como también la vidriera tiene una composición natural distinta de la del rayo, aún estando de él clarificada.

8. De aquí se ve ahora más claro que la disposición para esta unión, como decíamos, no es el entender del alma, ni gustar, ni sentir, ni imaginar de Dios ni de otra cualquiera cosa, sino la pureza y amor, que es desnudez y resignación perfecta de lo uno y de lo otro sólo por Dios. Y por eso se debe tener en cuenta cómo no puede haber perfecta transformación si no hay perfecta pureza, y cómo según la proporción de la pureza será la ilustración, iluminación y unión del alma con Dios, en más o en menos grado, aunque no será perfecta, como digo, si del todo no está perfeccionada, y clara y limpia.

9. Lo cual tambien se entenderá por esta comparación. Está una imagen muy atractiva con muchos y muy elevados primores, y con delicados y sutiles esmaltes, y algunos tan excepcionales y tan sutiles, que no se pueden bien acabar de alcanzar en toda su magnificencia por su delicadeza y excelencia. A esta imagen, el que tuviere menos clara y purificada vista, menos primores y delicadeza, dejará de ver la majestad en la imagen en todo su detallismo; y el que tuviera la vista algo más pura y clara, echará de ver más primores y perfecciones en ella; y si otro la tuviere aún más pura, verá aún más perfección y, finalmente, el que más clara, sana y limpia vista tuviese, irá viendo más detalles y perfecciones, porque en la imagen hay tanto que ver que, por mucho que se alcance, quedan todavía más detalles y elementos para poderse mucho más alcanzar de ella.

10. De la misma manera podemos decir que son las almas respecto a Dios en esta ilustración o transformación. Porque, aunque es verdad que un alma, según su poca o mucha capacidad, puede haber llegado a unión, pero no en igual grado que otras, porque eso dependerá de lo que el Señor quiere dar a cada una. Es similar al modo de cómo le contemplan en el cielo, que unos ven más, otros menos, pero todos ven a Dios en su gloria y todos están contentos, porque tienen satisfecha su propia capacidad, individual para cada uno en cuanto a su gloria y grado.

11. De todo esto se entiende que aunque en esta vida hallemos algunas almas con igual paz y sosiego en estado de perfección, y cada una esté satisfecha con lo suyo, con todo ello podrá la una de ellas estar muchos más grados levantada que la otra y estar igualmente satisfechas las dos, por cuanto tienen satisfecha su capacidad individual. Pero la que no llega a la pureza competente a su capacidad, nunca llega a la verdadera paz y satisfacción, pues no ha llegado a tener la desnudez y vacío en sus potencias y en todo lo que podría abarcar en su capacidad, como se requiere al menos para la sencilla unión.


27.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (43)



CAPÍTULO 5.
Se explica lo que se considera unión del alma con Dios, añadiendo alguna comparación.


1. Por lo que hasta ahora hemos comentado en alguna manera se da ya a atisbar lo que aquí entendemos por unión del alma con Dios, y por eso se comprenderá aquí mejor lo que digamos de ella. Y no es ahora mi intento el tratar de las diversas formas, partes y aspectos que componen esa unión, porque sería un nunca acabar si ahora me pusiese a explicar la unión del entendimiento, y cuál según la voluntad, y cuál tambien según la memoria, y cuál la transitoria, y cuál la permanente en las dichas potencias; y además añadir asimismo cuál es la que totalmente lo transita o la permanente según las mencionadas potencias unidas entre sí. De eso a cada paso iremos tratando en el texto, ahora de lo uno, ahora de lo otro, pero en este momento no hace al caso para dar a entender lo que aquí hemos de decir de ellas, por lo que mucho más adecuadamente se abordará ello en su propio lugar cuando, yendo a tratar de la misma materia, tengamos el ejemplo vivo junto al entendimiento presente, y allí se notará y entenderá cada cosa y se juzgará mejor de ella.

2. Ahora sólo trato pues de esta unión total y permanente según la sustancia del alma y sus potencias en cuanto al hábito oscuro de unión; porque en cuanto al acto, después diremos, con el favor divino, cómo no puede haber unión permanente en las potencias en esta vida, sino tan sólo transitoria.

3. Para entender, pues, cuál es esta unión de la que vamos tratando, es de saber que Dios, en cualquier alma, aunque sea la del mayor pecador del mundo, mora y asiste de una forma sustancial. Y esta manera de unión siempre está hecha entre Dios y todas las criaturas, en la cual les está conservando el ser que tienen de manera que si de esta asistencia les faltase, acabarían aniquilados y dejarían de ser. Y así, cuando hablamos de unión del alma con Dios, no hablamos de esta sustancial, que siempre está hecha y efectiva, sino de la unión y transformación del alma con Dios, que no está siempre hecha, sino sólo cuando viene a haber semejanza de amor. Y, por lo tanto, ésta unión natural se llamará "unión de semejanza", así como aquella se la denomina "unión esencial o sustancial". La primera es natural; la segunda sobrenatural, la cual es cuando las dos voluntades, conviene a saber, la del alma y la de Dios, forman un uno conforme, no habiendo en la una cosa que repugne ni repela a la otra. Y así, cuando el alma quitare de sí totalmente lo que repugna y no se conforma con la voluntad divina, quedará transformada en Dios por amor.

4. Esto se entiende, no sólo lo que repugna según el acto, sino también según el hábito. De manera que no sólo a de estar apartada de los actos voluntarios de imperfección, sino también de los hábitos de esas cualesquiera imperfecciones, los cuales ha de aniquilar. Y por cuanto toda criatura cualquiera, todas las acciones y habilidades de ellas no abarcan ni llegan a lo que es Dios, por eso se ha de desnudar el alma de toda criatura y acciones y habilidades suyas, conviene a saber: de su entender, gustar y sentir, para que, echado todo lo que es disímil y disconforme a Dios, venga a recibir semejanza de Dios, no quedando en ella cosa que no sea voluntad de Dios, y así se transforma en cierto modo en Dios.
De donde, aunque es verdad que, como habemos dicho, está Dios siempre en el alma dándole y conservándole el ser natural de ella con su asistencia, sin embargo no siempre la comunica el ser sobrenatural. Porque este no se comunica sino por amor y gracia, en la cual no todas las almas están y las que están, no en igual grado, porque unas están en más, otras en menos grados de amor, lo mismo que la gloria no es igual para todas. De donde a aquella alma se comunica Dios más porque está más aventajada en amor, lo cual es tener más conforme su voluntad con la de Dios. Y la que totalmente la tiene conforme y semejante, totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente.
Por lo cual, según ya queda dado a entender, cuanto una alma más vestida está de criaturas y habilidades de ella misma, según el afecto y el hábito y costumbres, tanto menos disposición tiene para la tal unión, porque no da total lugar a Dios para que la transforme en lo sobrenatural. De manera que el alma no tiene que hacer más que desnudarse de estas contrariedades y disimilitudes naturales para que Dios, que se le está comunicando naturalmente por su propia naturaleza, se le comunique sobrenaturalmente por gracia.


26.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (42)



5. Por tanto, en este negocio el entrar en camino es dejar su camino o, por decirlo mejor, es pasar a la meta; y dejar su modo es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega ya no tiene modos ni maneras, ni menos se adhiere ni se puede adherir a ellos. Digo modos de entender, ni de gustar, ni de sentir, aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo; porque, teniendo ánimo para pasar de su limitado natural interior y exteriormente, entra en límite sobrenatural que no tiene modo alguno, teniendo en sustancia -o sea, en sí mismo- todos los modos. De donde el venir aquí es el salir de allí, y de aquí y de allí saliendo de sí muy lejos, o dicho de otra manera: de lo que está abajo para ir a sobre lo que está en todo lo alto.

6. Por tanto, trasponiendose a todo lo que espiritual y naturalmente puede saber y entender, ha de ansiar el alma con todo deseo venir a aquello que en esta vida no puede saber ni caber en su corazón, y dejando atrás todo lo que temporal y espiritualmente gusta y siente y puede gustar y sentir en esta vida, ha de desear con todo anhelo ir a aquello que excede todo sentimiento y gusto. Y, para quedar libre y vacía para ello, en ninguna manera ha de adueñarse de cuanto en su alma recibiere espiritual o sensitivamente, como diremos luego cuando esto tratemos de manera más particular, teniendo así todo como si fuera de mucho menos valor. Porque, cuanto más piensa que es aquello que entiende, gusta e imagina, y cuanto más lo estima, ahora sea espiritual, ahora material, tanto más quita del Supremo Bien y más se retarda de ir hacia Él. Y cuanto menos piensa qué es lo que puede tener, por más que sea valioso, en lo que respecta al Sumo Bien tanto más pone en Él y más lo estima y, por el consiguiente, tanto más se acerca a ese Sumo Bien. Y de esta forma, a oscuras, de manera muy notable se va acercando el alma a la unión por medio de la fe, que también es oscura, y de esta manera la provee de admirable luz la fe. Cierto que, si el alma quisiese ver, harto más presto se oscurecería acerca de Dios que el que abre los ojos a ver el gran resplandor del sol.

7. Por tanto, en este camino, cegándose en sus potencias ha de ver luz, según lo que el Salvador dice en el Evangelio (Jn. 9, 39) de esta manera: "Yo he venido a este mundo para juicio; de manera que los que no ven vean, y los que ven, se hagan ciegos". Lo cual, así como suena, se ha de entender acerca de este camino espiritual que el alma que estuviese a oscuras y se cegare en todas sus luces propias y naturales, verá sobrenaturalmente, y la que a alguna luz suya se quisiere arrimar y dejarse alumbrar por ella tanto más se cegará y se detendrá en el camino de la unión.

8. Y para aclararlo de manera algo menos confusa creo que será necesario dar a entender en el siguiente capítulo qué consideramos a lo que llamamos "unión del alma con Dios" porque, entendido esto, se dará mucha claridad en lo que más adelante iremos exponiendo. Por lo tanto entiendo viene bien aquí el tratar de esa unión, puesto que podría decirse que ya va siendo hora y éste es el momento apropiado de hacerlo. Porque, aunque explicándolo vamos a cortar un poco el hilo de lo que hemos estado tratando, no es fuera de propósito, pues en este lugar sirve para dar luz en torno a lo que vamos tratando y así servirá el capítulo infrascrito como de paréntesis, puesto entre una misma entimema, pues luego habremos de tratar más concretamente de las tres potencias del alma respecto de las tres virtudes teologales alrededor de esta segunda noche.


25.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (41)



CAPÍTULO 4.
Se explica cómo el alma también ha de estar a oscuras, en cuanto es de su parte, para ser guiada adecuadamente por la fe a la suma contemplación.


1. Creo se va ya dando a entender algo sobre cómo la fe es oscura noche para el alma, y cómo también el alma ha de ser oscura o estar a oscuras de su luz para que de la fe se deje guiar a este grado de unión tan elevado. Pero para que sepa hacer eso el alma convendrá ahora ir explicando esta oscuridad que ha de tener dicha alma de forma más concienzuda, con el fin de poder entrar en este abismo de la fe. Y así, en este capítulo hablaré en general de este estado y oscuridad y más adelante, con el favor divino, iré diciendo de manera más pormenorizada el modo que se ha de tener para no errar transitando en esta oscuridad ni tener impedimento para guiarnos en ella.

2. Digo, pues, que el alma, para guiarse bien por la fe a este estado, no sólo se ha de quedar a oscuras según aquella parte que tiene respecto a las criaturas y a lo temporal, que es la sensitiva e inferior, de la cual ya hemos tratado, sino que también se ha de cegar y oscurecer según la parte que tiene respecto a Dios y a lo espiritual, que es la racional y superior, de la que ahora estamos tratando. Porque, para venir un alma a llegar a la transformación sobrenatural, es evidente que ha de oscurecerse y trasponerse a todo lo que contiene su ser natural, que es sensitivo y racional, porque sobrenatural quiere decir precisamente eso: que sube sobre el natural, por lo tanto el natural abajo queda.
Porque, como quiera que esta transformación y unión es cosa que no puede caer en sentido y habilidad humana, ha de vaciarse de todo lo que puede darse en ese aspecto voluntaria y directamente, ahora sea de arriba, ahora de abajo, según el afecto, digo, y voluntad, en cuanto sea de su parte porque a Dios, ¿quien le quitará que Él no haga lo que quisiere en el alma resignada, aniquilada y desnuda?
Pero de todo se ha de vaciar en lo que pueda tener que ver con su capacidad de manera que, aunque más cosas sobrenaturales vaya teniendo, siempre se ha de quedar como desnuda de ellas y a oscuras, así como el ciego, arrimándose a la fe oscura, tomándola por guía y luz, y no arrimándose a cosa de las que entiende, gusta y siente e imagina. Porque todo lo material y sensitivo es tiniebla, que la hará errar, y la fe está por encima de todo entender y gustar y sentir e imaginar. Y si en esto no se ciega, quedándose a oscuras totalmente, no viene a lo que es más, que es lo que le enseñará la fe.

3. El ciego, si no es real y totalmente ciego, no se deja bien guiar del mozo o lazarillo, sino que, por un poco que logra ver se cree que por esa minudencia que sus ojos ven es mejor caminar, debido a que no ve otros sitios mejores, y así puede hacer errar al que le guía y al que ve más que él ya que, en fin, puede darle órdenes erradas a su lazarillo y acabar desviado. Y así el alma, si se fía en algún saber suyo o gustar o saber de Dios, como quiera que ello, aunque por más que sea en realidad viene a ser muy poco y disímil de lo que es Dios para ir por este camino, fácilmente yerra o se detiene, por no quererse quedar bien ciega en fe, que es su verdadera guía.

4. Porque eso quiso decir también san Pablo (Heb. 11, 6), cuando escribió: "Al que se va uniendo a Dios, le conveine que crea su ser". Como si dijera: el que se ha de venir a juntar en una unión con Dios no ha de ir entendiendo ni arrimándose a su gusto, ni al sentido, ni a la imaginación, sino creyendo con su ser, con la fe que no cae en entendimiento, ni apetito, ni imaginación, ni ningún otro sentido, ni en esta vida se puede saber, antes en ella lo más alto que se puede sentir y gustar, etc., de Dios, dista en infinita manera de Dios y del poseerle puramente. Isaías (54, 4) y san Pablo (1 Cor. 2, 9) dicen: "Lo que Dios tiene preparado para los que le aman, ni ojo jamás lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón ni pensamiento de hombre". Pues, como quiera que el alma pretenda unirse por gracia perfectamente en esta vida con aquello que por gloria ha de estar unida en la otra (lo cual, como aquí dice san Pablo, no vio ojo, ni oyó oído, ni entendió corazón de hombre en carne) claro está que, para venir a unirse en esta vida con ello por gracia y por amor perfectamente, ha de ser a oscuras de todo cuanto puede entrar por el ojo, y de todo lo que se puede recibir con el oído, y se puede imaginar con la fantasía, y comprender y aprehender con el corazón, que aquí significa el alma.
Y así, enormemente se estorba una alma para venir a este alto estado de unión con Dios cuando se queda presa de algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra cosa u obra propia, no sabiendose desasir y desnudar de todo ello. Porque, como decimos, a lo que se quiere dirigir es muy superior sobre todo eso, por más que piense que eso que siente o conoce sea lo más que se puede saber o gustar. Y por lo tanto, sobre todo se ha de pasar al no saber.



24.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (40)



4. Y aún la fe excede mucho más de lo que dan a entender los mencionados ejemplos, porque no solamente no hace conocimiento y ciencia, sino que además y como hemos explicado priva y ciega de otros cualesquiera que sean conocimientos y ciencias, para que puedan bien juzgar de ella. Porque otras ciencias con la luz del entendimiento se alcanzan, mas esta de la fe sin la luz del entendimiento se alcanza negándose por la fe, y con propia luz se pierde si no se es oscurecida antes. Por lo cual dijo Isaías (7, 9): "Si no creyeseis, no entendereis".
Luego claro está que la fe es noche oscura para el alma, y es de esta manera que le da luz, y cuanto más la oscurece más luz la da de sí, porque cegándola le da su luz, según se menciona en Isaías (7, 9): "Porque si no creyeseis no entendereis", esto es, no tendréis luz. Y así fue figurada la fe por aquella nube que dividía a los hijos de Israel y a los egipcios al punto de entrar en el Mar Rojo, de la cual dice la sagrada Escritura (Ex. 14, 20) que era nube tenebrosa y luminosa noche; quiere decir que aquella nube era tenebrosa y alumbradora a la noche.

5. Admirable cosa es que, siendo tenebrosa, alumbrase la noche; esto era porque la fe, que es nube oscura y tenebrosa para el alma -la cual es también noche, pues, en presencia de la fe, de su luz natural queda privada y ciega-, con su tiniebla alumbra y da luz a la tiniebla del alma. Porque así convenía que fuese semejante al maestro el discípulo (Lc. 6, 40). Porque la persona que está en tiniebla no podía convenientemente ser alumbrada sino por otra tiniebla, según nos lo enseña David (Sal. 18, 3), diciendo: "El día comunica y susurra su palabra al día, y la noche muestra ciencia a la noche". Que, hablando más claro, quiere decir: el día, que es Dios, en la bienaventuranza, donde ya es de día, a los bienaventurados ángeles y almas que ya son día les comunica y pronuncia la Palabra, que es su Hijo, para que la conozcan y la gocen. Y la noche, que es la fe en la iglesia militante, donde aún es de noche, muestra ciencia a la Iglesia y, por consiguiente, a cualquier alma, la cual le es noche, pues está privada de la clara sabiduría beatífica; y en presencia de la fe la consecuencia es que de su luz natural está ciega.

6. De manera que lo que de aquí se ha de concluir es que la fe, ya que es noche oscura, da luz al alma, que está a oscuras, como se verifica en lo que tambien dice David (Sal. 138, 11) a este propósito, diciendo: "En los deleites de mi pura contemplación y unión con Dios, la noche de la fe será mi guía". En lo cual claramente da a entender que el alma ha de estar en tiniebla para tener la luz para este camino.