Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

18.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (34)




8. Lo que está dicho, bien ejercitado, basta de sobra para entrar en la noche sensitiva. Pero, para mayor abundancia, diremos otra forma de ejercicio que enseña a mortificar la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, que son las cosas que dice san Juan (1 Jn. 2, 16) reinan en el mundo, de las cuales proceden todos los demás apetitos.

9. Lo primero, procurar obrar en su desprecio y desear que todos lo hagan (y esto es contra la concupiscencia de la carne).
Lo segundo, procurar hablar en su desprecio y desear que todos lo hagan (y esto es contra la concupiscencia de los ojos).
Lo tercero, procurar pensar bajamente de sí en su desprecio y desear que todos lo hagan (tambien contra sí, y esto es contra la soberbia de la vida).

10. En conclusión de estos avisos y reglas conviene poner aquí aquellos versos que se escriben en la Subida del Monte, que es la figura que está al principio de este libro, los cuales son doctrina para subir a ese monte, que es lo elevado de la unión. Porque, aunque es verdad que allí habla de lo espiritual e interior, tambien trata del espíritu de imperfección según lo sensual y exterior, como se puede ver en los dos caminos que están en los lados de la senda de perfección. Y así, según ese sentido los entenderemos aquí, o sea, según lo sensual. Dichos caminos después, en la segunda parte de esta noche, se han de entender según lo espiritual.

11. Dice así:

Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.

Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.

Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.

Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no posees,
has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.


12. MODO PARA NO IMPEDIR AL TODO

Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir del todo al todo
has de negarte del todo en todo.

Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.

Porque, si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro.

13. En esta desnudez halla el espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad. Y es que, cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga.


17.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (33)



CAPÍTULO 13.
Se explica la forma y el modo que se ha de tener para entrar en esta noche del sentido.


1. Falta ahora dar algunos avisos para conocer y poder entrar en esta noche del sentido. Para lo cual decir que el alma habitualmente entra en esta noche sensitiva en dos maneras: la una es activa; la otra, pasiva.
Activa es lo que el alma puede hacer y pone de su parte para entrar en ella, de lo cual ahora trataremos en las líneas siguientes.
Pasiva es el modo en el que el alma no hace nada, sino que es Dios quien obra en ella, y ella se deja hacer como paciente. Esta manera la abordaremos en el cuarto libro, cuando tendremos que tratar de los principiantes. Y porque allí tendremos también, con el favor divino, que dar muchos avisos a los principiantes, según las muchas imperfecciones que suelen tener en este camino, no me alargaré aquí en exceso ya que, además, no es esta la ocasión de darlos, pues por ahora sólo tratamos de las causas por las que se llama noche este tránsito, y cuál sea esta, y cuántas sus partes.
Pero, porque parece quedaba muy escaso y no de tanto provecho no dar también algún remedio o aviso para ejercitar esta noche de apetitos, he querido poner aquí el modo breve que se sigue; y lo mismo haré al finalizar en cada una de esas otras dos partes o causas de esta noche de las que más adelante, mediante el Señor, tengo que tratar.

2. Estos avisos que aquí se siguen sobre el vencer los apetitos, aunque son breves y pocos, yo entiendo que son tan provechosos y eficaces como si fueran un compendio, de manera que el que de veras se quisiese ejercitar en ellos no le harán falta otros ningunos, antes en estos los alcanzará todos.

3. Lo primero, traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, siguiendo el ejemplo de su vida y formándose un molde de ella, la cual debe considerar para saberla imitar y desenvolverse en todas las cosas como lo hubiera hecho Él.

4. Lo segundo, para poder hacer bien esto, cualquier gusto que se le ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para honra y gloria de Dios, debemos renunciarlo y quedarnos vacíos de ese gusto por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto, ni quiso otra cosa, que hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba Él su comida y manjar (Jn. 4, 34).
Pongo ejemplo: si se le ofreciere gusto de oír cosas que no importen para el servicio y honra de Dios, ni lo quiera gustar ni las quiera oír. Y si le diere gusto el mirar cosas que no le ayuden a amar más a Dios, ni quiera darse ese gusto ni mirar tales cosas. Y si en el hablar otra cualquier cosa se le ofreciere, haga lo mismo; y en todos los sentidos, ni más ni menos, en cuanto lo pudiere excusar buenamente lo haga porque, si no pudiere, basta que no quiera gustar de ello, aunque estas cosas pasen por uno.
Y de esta manera ha de procurar dejar luego mortificados y vacíos de aquel gusto a los sentidos, como a oscuras. Y con este cuidado en breve aprovechará mucho.

5. Y para mortificar y apaciguar las cuatro pasiones naturales, que son gozo, esperanza, temor y dolor, de cuya concordia y pacificación salen estos y los demás bienes, es total remedio lo que se sigue, y de gran merecimiento y causa de grandes virtudes.

6. Procure siempre inclinarse:

- no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;
- no a lo más sabroso, sino a lo más desagradable;
- no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;
- no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso;
- no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;
- no a lo más, sino a lo menos;
- no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;
- no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;
- no andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo.

7. Y estas obras conviene las acoja y realice de corazón y procure allanar la voluntad en ellas. Porque, si de corazón las obra, muy en breve vendrá a hallar en ellas gran deleite y consuelo, obrando ordenada y discretamente.


16.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (32)



CAPÍTULO 12.
Se explica qué tipo de apetitos y su clase son los que causan en el alma los daños previamente explicados.


1. Mucho nos podríamos alargar en esta materia de la noche del sentido, abundando en lo mucho que se podría decir acerca de los daños que causan los apetitos, no sólo en las maneras mencionadas, sino de otras muchas. Pero, para lo que hace a nuestro propósito, lo dicho hasta aquí es suficiente, porque parece quedar claro de entender cómo se denomina la "noche la mortificación" hacia esos apetitos, y cuánto conviene entrar en esta noche para ir a Dios. Lo que viene a continuación, antes que tratemos del modo de entrar en la mencionada noche y para concluir con esta parte, es una duda que podría tener el lector sobre lo dicho.

2. Lo primero, se podría plantear si basta cualquier apetito para obrar y causar en el alma los dos males ya explicados, a saber: privativo, que es privar al alma de la gracia de Dios, y el impositivo, que es causar en ella los cinco daños principales que dijimos.
Lo segundo, si basta cualquier apetito, por mínimo que sea, y de cualquiera especie que sea, a causar todos estos cinco daños juntos, o solamente unos causan unos y otros otros, como por ejemplo si unos causan tormento, otros cansancio, otros tinieblas, etc.

3. Respondiendo a ello digo a lo primero que, cuanto al daño privativo, que es privar al alma de Dios, solamente los apetitos voluntarios que son de materia de pecado mortal pueden y hacen esto totalmente, porque ellos privan en esta vida al alma de la gracia y en la otra de la gloria, que es poseer a Dios.
A lo segundo digo que, así estos que son de materia de pecado mortal como los voluntarios de materia de pecado venial y los que son de materia de imperfección, cada uno de ellos basta para causar en el alma todos estos daños impositivos juntos. Los cuales, aunque en cierta manera son privativos, los llamamos aquí positivos o impositivos, porque inciden en la conversión de la criatura, así como el privativo incide hacia a la aversión de Dios. Pero hay esta diferencia: que los apetitos de pecado mortal causan total ceguera, tormento e inmundicia y flaqueza, etc.; y los otros de materia venial o de imperfección no causan estos males en total y consumado grado, pues no privan de la gracia, de donde depende la posesión de ellos, porque la muerte del alma es vida para ellos; pero hacen una causa en el alma remisamente, según la remisión de la gracia que los tales apetitos causan en el alma -es decir, disminución de la gracia-. De manera que aquel apetito que más entibiare la gracia, más abundante tormento, ceguera y suciedad causará.

4. Pero es de notar que, aunque cada apetito causa estos males, que aquí llamamos positivos o impositivos, unos hay que principal y específicamente causan unos, y otros, otros, y los demás lo mismo. Porque, aunque es verdad que un apetito sensual causa todos estos males, pero principal y propiamente ensucia al alma y cuerpo. Y, aunque un apetito de avaricia tambien los causa todos, principal y específicamente causa aflicción. Y, aunque un apetito de vanagloria también los causa todos, principal y específicamente causa tinieblas y ceguera. Y, aunque un apetito de gula los causa todos, principalmente causa tibieza en la virtud. Y así el resto.

5. Y la causa por la que cualquier acto de apetito voluntario produce en el alma todos estos efectos juntos, es por la contrariedad que directamente tienen contra todos los actos de virtud que producen en el alma los efectos contrarios. Porque, así como un acto de virtud produce en el alma y engendra y hace crecer juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las virtudes crecen en el ejercicio de una, y todos los vicios crecen en el de uno, y también los vestigios de ellos en el alma. Y aunque todos estos males no se echan de ver al tiempo que se cumple el apetito, porque el gusto temporal que produce entonces ese apetito no da lugar, antes o después se acaban padeciendo y sintiendo sus consecuencias. Lo cual se da muy bien a entender por aquel libro que mandó el ángel comer a san Juan en el Apocalipsis (10, 9), el cual en la boca le hizo dulzura y en el vientre le fue amargor. Porque el apetito, cuando se ejecuta, es dulce y parece bueno, pero después se siente su amargo efecto, lo cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos. Aunque no ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que no lo sienten porque, como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide gustar a Dios.

6. De los demás apetitos naturales que no son voluntarios, y de los pensamientos que no pasan de primeros movimientos, y de otras tentaciones no consentidas no trato aquí, porque estos ninguno de los mencionados males causan al alma. Porque aunque a la persona por quien pasan le haga parecer la pasión y turbación que entonces le causan que la ensucian y ciegan, no es así, antes la causan los provechos contrarios. Porque, en tanto que los resiste, gana fortaleza, pureza, luz y consuelo y muchos bienes. Según lo cual dijo Nuestro Señor a san Pablo (2 Cor. 12, 9) que la virtud se perfeccionaba en la flaqueza. Mas los voluntarios, todos estos males y aún más hacen. Y por eso el principal cuidado que tienen los maestros espirituales es mortificar primero a sus discípulos de cualquiera apetito, haciendoles quedar en vacío de lo que apetecían, para poder así librarles de tanta miseria.


15.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (31)



4. Estas imperfecciones habituales son, por ejemplo, la común costumbre de hablar mucho, un ligero apego hacia alguna cosa que nunca acaba de querer vencerse, así como a persona, a vestido, a libro, a lugar, celda..., tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes. Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de costumbre de alguna mala propiedad o suceso ordinario, sino de imprevistos, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa. Porque, mientras mantuviese ese apego, incompatible es para que pueda ir el alma avanzando en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Es como si un ave estuviese prendida de un hilo delgado o de uno grueso porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a el como al grueso, en tanto que no lo quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión.
Porque el apetito y asimiento del alma tienen la propiedad que dicen posee la remora con la nao que, con ser un pez muy pequeño, si acierta a pegarse a la nao, la tiene tan apresada que no la deja llegar a puerto ni navegar. Y así es de lástima ver algunas almas como unas ricas naos cargadas de riquezas, obras, ejercicios espirituales, virtudes y mercedes que Dios las hace, y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o prendimiento, o pequeña afición -que todo es uno en realidad para el caso-, nunca avanzan ni llegan al puerto de la perfección, que no faltaba más para alcanzarlo que dar un buen vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento o quitar aquella pegada remora de apetito mundano.

5. Harto es de dolerse que les haya Dios hecho quebrar otras cuerdas más gruesas que los tenían atados a sus aficiones de pecados y vanidades, y por no desasirse de una niñería que les dijo Dios que venciesen por amor de Él, que no es más que un hilo y grueso como un pelo, dejen de ir a tanto bien. Y lo que es peor, que no solamente no van adelante sino que, por aquel asimiento, vuelven atrás, perdiendo lo que durante tanto tiempo y con tanto trabajo han andado y ganado, porque ya se sabe que, en este camino de la virtud, el no ir adelante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos a entender cuando dijo: "El que no es conmigo, es contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mt. 12, 30).
El que no tiene cuidado de reparar el recipiente, por un pequeño resquicio que tenga basta para que se vaya a derramar todo el licor que está dentro. Porque el Eclesiástico (19, 1) nos lo enseñó bien, diciendo: "El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco irá cayendo". Porque, como el mismo libro dice (11, 34), de una sola centella se aumenta el fuego. Y así, una imperfección basta para traer otra, y aquellas otras, y así continuamente, por lo que casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquel, por lo que acaba cayendo siempre en más y más defectos y prendimientos. Y ya habremos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante con gran desprendimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar una pizca de afición -y supuestamente incluso con aspecto de bienintencionado- de conversación y amistad, se les va por allí vaciando el espíritu y gusto que tenían de Dios y de la santa soledad, cayendo de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose en soledad para Dios.

6. En esta senda siempre se ha de caminar sin detenerse para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos. Y si no se acaban de quitar todos, no se acaba de llegar. Porque así como el madero no se transforma en el fuego por un solo grado de calor que falte en su disposición, así no se transformará el alma en Dios por una imperfección que tenga, aunque sea menos que apetito voluntario porque, como después se dirá en la noche de la fe, el alma no tiene más de una voluntad y esta, si se queda prendida y emplea en algo no queda entonces libre, sola y pura, como se requiere para la divina transformación.

7. De lo dicho tenemos figura en el libro de los Jueces (2, 3), donde se dice que vino el ángel a los hijos de Israel y les dijo que, porque no habían acabado con aquella gente contraria, sino antes se habían confederado con algunos de ellos, por eso se quedarían entre ellos como enemigos, para que les fuesen ocasión de caída y perdición. Y de manera justa hace Dios esto con algunas almas a las cuales, habiéndolas Él por su gracia sacado del mundo, y desprendiéndoles de sus pecados más grandes y notorios, acabado así con la multitud de sus enemigos, que son las ocasiones que en el mundo tenían (sólo porque ellos entraran con más libertad en esta tierra de promisión de la unión divina), sin embargo ellos todavía traban amistad y alianza con la gente llena de imperfecciones, no acabándolas de mortificar y por eso, enojado Nuestro Señor, les deja ir cayendo en sus apetitos de peor en peor.

8. También en el libro de Josue (6, 21) tenemos figura acerca de lo dicho, cuando le mandó Dios a Josue, al tiempo que había de comenzar a poseer la tierra de promisión, que en la ciudad de Jericó de tal manera destruyese cuanto en ella había que no dejase cosa en ella viva, desde el hombre hasta la mujer, y desde el niño hasta el viejo, y todos los animales, y que de todos los despojos no tomasen ni codiciasen nada. Para que entendamos cómo, para entrar en esta divina unión, ha de morir todo lo que vive en el alma, poco y mucho, pequeño y grande, y el alma ha de quedar sin codicia de todo ello y tan desprendida como si ello no fuese para ella ni ella para ello. Lo cual nos enseña bien san Pablo en Corintios (1 Cor. 7, 29­31), diciendo: "Lo que os digo, hermanos, es que el tiempo es breve; lo que resta y conviene es que los que tienen mujeres, sean como si no las tuviesen, y los que lloran por las cosas de este mundo, como si no llorasen, y los que disfrutan, como si no disfrutasen, y los que compran, como si no poseyesen, y los que usan de este mundo, como si no usasen". Esto nos dice el Apóstol, enseñándonos cuán desasida nos conviene tener el alma de todas las cosas para ir a Dios.


14.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (30)



CAPÍTULO 11.
Se explica que, para llegar a la divina unión, es necesario que el alma se encuentre libre de todos los apetitos, por mínimos que sean.


1. Parece que muchos desean preguntar que si por fuerza, para llegar a este alto estado de perfección, ha de haber precedido mortificación total en todos los apetitos, pequeños y grandes, y que si bastará mortificar algunos de ellos y dejar otros, a lo menos aquellos que parecen de poca importancia; porque parece cosa recia y muy dificultosa poder llegar el alma a tanta pureza y desnudez, al nivel de no tener voluntad de deseo ni afición a ninguna cosa.

2. A esto respondo: lo primero que, aunque es verdad que no todos los apetitos son tan perjudiciales unos como otros ni aprisionan al alma, todos en igual manera se han de mortificar. Hablo de los voluntarios, porque los apetitos naturales poco o nada impiden para la unión al alma cuando no son consentidos, ni pasan de primeros movimientos todos aquellos en que la voluntad racional ni antes ni después tuvo parte; porque quitar estos, que es mortificarlos del todo, en esta vida es imposible, y estos no impiden de manera que no se pueda llegar a la divina unión, aunque del todo no estén, como digo, mortificados. Porque bien los puede tener de forma natural, y estar el alma, según el espíritu racional, muy libre de ellos, porque aún acontecerá a veces, que esté el alma en harta unión de oración de quietud en la voluntad, y que a la misma vez moren estos apetitos en la parte sensitiva de la persona, no teniendo en ellos parte la voluntad superior que está en oración. Pero todos los demás apetitos voluntarios, ahora sean de pecado mortal, que son los más graves, ahora de pecado venial, que son menos graves, ahora sean solamente de imperfecciones, que son los menores, todos se han de vaciar y de todos se ha de desprender el alma para llegar a esta total unión, por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios.

3. Que esta es la causa porque en este estado llamamos estar hecha una única voluntad con Dios, la cual es voluntad de Dios, y esta voluntad de Dios es también voluntad del alma. Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y por voluntad, ha de carecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea; esto es, que advertidamente y con conocimiento no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poder desprenderse de cualquier imperfección en cuanto la advierta.
Y digo que es algo que ha de hacer con conocimiento porque, sin advertirlo y conocerlo, o sin estar a su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que hemos dicho; porque de estos tales pecados no tan voluntarios y subrepticios está escrito (Pv. 24, 16) que el justo caerá siete veces en el día y se levantará. Mas de los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta uno que no se venza para impedir la unión con la divinidad.
Digo no mortificando el tal hábito, porque algunos actos, a veces, de diferentes apetitos, no llegan aún a hacer tanto cuando los hábitos están mortificados; aunque tambien estos se ha de tratar de hacerlos desaparecer, porque también proceden de hábito de imperfección; pero algunos hábitos de voluntarias imperfecciones, en que nunca acaban de vencerse, estos por sí solos no impiden la divina unión, ni el ir adelante en la perfección.