Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

15.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (31)



4. Estas imperfecciones habituales son, por ejemplo, la común costumbre de hablar mucho, un ligero apego hacia alguna cosa que nunca acaba de querer vencerse, así como a persona, a vestido, a libro, a lugar, celda..., tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes. Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de costumbre de alguna mala propiedad o suceso ordinario, sino de imprevistos, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa. Porque, mientras mantuviese ese apego, incompatible es para que pueda ir el alma avanzando en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Es como si un ave estuviese prendida de un hilo delgado o de uno grueso porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a el como al grueso, en tanto que no lo quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión.
Porque el apetito y asimiento del alma tienen la propiedad que dicen posee la remora con la nao que, con ser un pez muy pequeño, si acierta a pegarse a la nao, la tiene tan apresada que no la deja llegar a puerto ni navegar. Y así es de lástima ver algunas almas como unas ricas naos cargadas de riquezas, obras, ejercicios espirituales, virtudes y mercedes que Dios las hace, y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o prendimiento, o pequeña afición -que todo es uno en realidad para el caso-, nunca avanzan ni llegan al puerto de la perfección, que no faltaba más para alcanzarlo que dar un buen vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento o quitar aquella pegada remora de apetito mundano.

5. Harto es de dolerse que les haya Dios hecho quebrar otras cuerdas más gruesas que los tenían atados a sus aficiones de pecados y vanidades, y por no desasirse de una niñería que les dijo Dios que venciesen por amor de Él, que no es más que un hilo y grueso como un pelo, dejen de ir a tanto bien. Y lo que es peor, que no solamente no van adelante sino que, por aquel asimiento, vuelven atrás, perdiendo lo que durante tanto tiempo y con tanto trabajo han andado y ganado, porque ya se sabe que, en este camino de la virtud, el no ir adelante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos a entender cuando dijo: "El que no es conmigo, es contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mt. 12, 30).
El que no tiene cuidado de reparar el recipiente, por un pequeño resquicio que tenga basta para que se vaya a derramar todo el licor que está dentro. Porque el Eclesiástico (19, 1) nos lo enseñó bien, diciendo: "El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco irá cayendo". Porque, como el mismo libro dice (11, 34), de una sola centella se aumenta el fuego. Y así, una imperfección basta para traer otra, y aquellas otras, y así continuamente, por lo que casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquel, por lo que acaba cayendo siempre en más y más defectos y prendimientos. Y ya habremos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante con gran desprendimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar una pizca de afición -y supuestamente incluso con aspecto de bienintencionado- de conversación y amistad, se les va por allí vaciando el espíritu y gusto que tenían de Dios y de la santa soledad, cayendo de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose en soledad para Dios.

6. En esta senda siempre se ha de caminar sin detenerse para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos. Y si no se acaban de quitar todos, no se acaba de llegar. Porque así como el madero no se transforma en el fuego por un solo grado de calor que falte en su disposición, así no se transformará el alma en Dios por una imperfección que tenga, aunque sea menos que apetito voluntario porque, como después se dirá en la noche de la fe, el alma no tiene más de una voluntad y esta, si se queda prendida y emplea en algo no queda entonces libre, sola y pura, como se requiere para la divina transformación.

7. De lo dicho tenemos figura en el libro de los Jueces (2, 3), donde se dice que vino el ángel a los hijos de Israel y les dijo que, porque no habían acabado con aquella gente contraria, sino antes se habían confederado con algunos de ellos, por eso se quedarían entre ellos como enemigos, para que les fuesen ocasión de caída y perdición. Y de manera justa hace Dios esto con algunas almas a las cuales, habiéndolas Él por su gracia sacado del mundo, y desprendiéndoles de sus pecados más grandes y notorios, acabado así con la multitud de sus enemigos, que son las ocasiones que en el mundo tenían (sólo porque ellos entraran con más libertad en esta tierra de promisión de la unión divina), sin embargo ellos todavía traban amistad y alianza con la gente llena de imperfecciones, no acabándolas de mortificar y por eso, enojado Nuestro Señor, les deja ir cayendo en sus apetitos de peor en peor.

8. También en el libro de Josue (6, 21) tenemos figura acerca de lo dicho, cuando le mandó Dios a Josue, al tiempo que había de comenzar a poseer la tierra de promisión, que en la ciudad de Jericó de tal manera destruyese cuanto en ella había que no dejase cosa en ella viva, desde el hombre hasta la mujer, y desde el niño hasta el viejo, y todos los animales, y que de todos los despojos no tomasen ni codiciasen nada. Para que entendamos cómo, para entrar en esta divina unión, ha de morir todo lo que vive en el alma, poco y mucho, pequeño y grande, y el alma ha de quedar sin codicia de todo ello y tan desprendida como si ello no fuese para ella ni ella para ello. Lo cual nos enseña bien san Pablo en Corintios (1 Cor. 7, 29­31), diciendo: "Lo que os digo, hermanos, es que el tiempo es breve; lo que resta y conviene es que los que tienen mujeres, sean como si no las tuviesen, y los que lloran por las cosas de este mundo, como si no llorasen, y los que disfrutan, como si no disfrutasen, y los que compran, como si no poseyesen, y los que usan de este mundo, como si no usasen". Esto nos dice el Apóstol, enseñándonos cuán desasida nos conviene tener el alma de todas las cosas para ir a Dios.







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