CAPÍTULO 11.
Se explica que, para llegar a la divina unión, es necesario que el alma se encuentre libre de todos los apetitos, por mínimos que sean.
1. Parece que muchos desean preguntar que si por fuerza, para llegar a este alto estado de perfección, ha de haber precedido mortificación total en todos los apetitos, pequeños y grandes, y que si bastará mortificar algunos de ellos y dejar otros, a lo menos aquellos que parecen de poca importancia; porque parece cosa recia y muy dificultosa poder llegar el alma a tanta pureza y desnudez, al nivel de no tener voluntad de deseo ni afición a ninguna cosa.
2. A esto respondo: lo primero que, aunque es verdad que no todos los apetitos son tan perjudiciales unos como otros ni aprisionan al alma, todos en igual manera se han de mortificar. Hablo de los voluntarios, porque los apetitos naturales poco o nada impiden para la unión al alma cuando no son consentidos, ni pasan de primeros movimientos todos aquellos en que la voluntad racional ni antes ni después tuvo parte; porque quitar estos, que es mortificarlos del todo, en esta vida es imposible, y estos no impiden de manera que no se pueda llegar a la divina unión, aunque del todo no estén, como digo, mortificados. Porque bien los puede tener de forma natural, y estar el alma, según el espíritu racional, muy libre de ellos, porque aún acontecerá a veces, que esté el alma en harta unión de oración de quietud en la voluntad, y que a la misma vez moren estos apetitos en la parte sensitiva de la persona, no teniendo en ellos parte la voluntad superior que está en oración. Pero todos los demás apetitos voluntarios, ahora sean de pecado mortal, que son los más graves, ahora de pecado venial, que son menos graves, ahora sean solamente de imperfecciones, que son los menores, todos se han de vaciar y de todos se ha de desprender el alma para llegar a esta total unión, por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios.
3. Que esta es la causa porque en este estado llamamos estar hecha una única voluntad con Dios, la cual es voluntad de Dios, y esta voluntad de Dios es también voluntad del alma. Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y por voluntad, ha de carecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea; esto es, que advertidamente y con conocimiento no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poder desprenderse de cualquier imperfección en cuanto la advierta.
Y digo que es algo que ha de hacer con conocimiento porque, sin advertirlo y conocerlo, o sin estar a su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que hemos dicho; porque de estos tales pecados no tan voluntarios y subrepticios está escrito (Pv. 24, 16) que el justo caerá siete veces en el día y se levantará. Mas de los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta uno que no se venza para impedir la unión con la divinidad.
Digo no mortificando el tal hábito, porque algunos actos, a veces, de diferentes apetitos, no llegan aún a hacer tanto cuando los hábitos están mortificados; aunque tambien estos se ha de tratar de hacerlos desaparecer, porque también proceden de hábito de imperfección; pero algunos hábitos de voluntarias imperfecciones, en que nunca acaban de vencerse, estos por sí solos no impiden la divina unión, ni el ir adelante en la perfección.
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