Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

16.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (32)



CAPÍTULO 12.
Se explica qué tipo de apetitos y su clase son los que causan en el alma los daños previamente explicados.


1. Mucho nos podríamos alargar en esta materia de la noche del sentido, abundando en lo mucho que se podría decir acerca de los daños que causan los apetitos, no sólo en las maneras mencionadas, sino de otras muchas. Pero, para lo que hace a nuestro propósito, lo dicho hasta aquí es suficiente, porque parece quedar claro de entender cómo se denomina la "noche la mortificación" hacia esos apetitos, y cuánto conviene entrar en esta noche para ir a Dios. Lo que viene a continuación, antes que tratemos del modo de entrar en la mencionada noche y para concluir con esta parte, es una duda que podría tener el lector sobre lo dicho.

2. Lo primero, se podría plantear si basta cualquier apetito para obrar y causar en el alma los dos males ya explicados, a saber: privativo, que es privar al alma de la gracia de Dios, y el impositivo, que es causar en ella los cinco daños principales que dijimos.
Lo segundo, si basta cualquier apetito, por mínimo que sea, y de cualquiera especie que sea, a causar todos estos cinco daños juntos, o solamente unos causan unos y otros otros, como por ejemplo si unos causan tormento, otros cansancio, otros tinieblas, etc.

3. Respondiendo a ello digo a lo primero que, cuanto al daño privativo, que es privar al alma de Dios, solamente los apetitos voluntarios que son de materia de pecado mortal pueden y hacen esto totalmente, porque ellos privan en esta vida al alma de la gracia y en la otra de la gloria, que es poseer a Dios.
A lo segundo digo que, así estos que son de materia de pecado mortal como los voluntarios de materia de pecado venial y los que son de materia de imperfección, cada uno de ellos basta para causar en el alma todos estos daños impositivos juntos. Los cuales, aunque en cierta manera son privativos, los llamamos aquí positivos o impositivos, porque inciden en la conversión de la criatura, así como el privativo incide hacia a la aversión de Dios. Pero hay esta diferencia: que los apetitos de pecado mortal causan total ceguera, tormento e inmundicia y flaqueza, etc.; y los otros de materia venial o de imperfección no causan estos males en total y consumado grado, pues no privan de la gracia, de donde depende la posesión de ellos, porque la muerte del alma es vida para ellos; pero hacen una causa en el alma remisamente, según la remisión de la gracia que los tales apetitos causan en el alma -es decir, disminución de la gracia-. De manera que aquel apetito que más entibiare la gracia, más abundante tormento, ceguera y suciedad causará.

4. Pero es de notar que, aunque cada apetito causa estos males, que aquí llamamos positivos o impositivos, unos hay que principal y específicamente causan unos, y otros, otros, y los demás lo mismo. Porque, aunque es verdad que un apetito sensual causa todos estos males, pero principal y propiamente ensucia al alma y cuerpo. Y, aunque un apetito de avaricia tambien los causa todos, principal y específicamente causa aflicción. Y, aunque un apetito de vanagloria también los causa todos, principal y específicamente causa tinieblas y ceguera. Y, aunque un apetito de gula los causa todos, principalmente causa tibieza en la virtud. Y así el resto.

5. Y la causa por la que cualquier acto de apetito voluntario produce en el alma todos estos efectos juntos, es por la contrariedad que directamente tienen contra todos los actos de virtud que producen en el alma los efectos contrarios. Porque, así como un acto de virtud produce en el alma y engendra y hace crecer juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las virtudes crecen en el ejercicio de una, y todos los vicios crecen en el de uno, y también los vestigios de ellos en el alma. Y aunque todos estos males no se echan de ver al tiempo que se cumple el apetito, porque el gusto temporal que produce entonces ese apetito no da lugar, antes o después se acaban padeciendo y sintiendo sus consecuencias. Lo cual se da muy bien a entender por aquel libro que mandó el ángel comer a san Juan en el Apocalipsis (10, 9), el cual en la boca le hizo dulzura y en el vientre le fue amargor. Porque el apetito, cuando se ejecuta, es dulce y parece bueno, pero después se siente su amargo efecto, lo cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos. Aunque no ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que no lo sienten porque, como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide gustar a Dios.

6. De los demás apetitos naturales que no son voluntarios, y de los pensamientos que no pasan de primeros movimientos, y de otras tentaciones no consentidas no trato aquí, porque estos ninguno de los mencionados males causan al alma. Porque aunque a la persona por quien pasan le haga parecer la pasión y turbación que entonces le causan que la ensucian y ciegan, no es así, antes la causan los provechos contrarios. Porque, en tanto que los resiste, gana fortaleza, pureza, luz y consuelo y muchos bienes. Según lo cual dijo Nuestro Señor a san Pablo (2 Cor. 12, 9) que la virtud se perfeccionaba en la flaqueza. Mas los voluntarios, todos estos males y aún más hacen. Y por eso el principal cuidado que tienen los maestros espirituales es mortificar primero a sus discípulos de cualquiera apetito, haciendoles quedar en vacío de lo que apetecían, para poder así librarles de tanta miseria.







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