Desprecio de los bienes mundanos

25.8.21

Luces Matutinas: 13. Cuando miro al cielo...



"¡Qué sórdida me parece la tierra cuando miro al cielo!". Así decía San Ignacio de Loyola, el cual después que cayó en la cuenta de esto, miraba tanto al cielo que algunos le conocían por este rasgo: "aquel señor que mira mucho al cielo".

El sitio debe ser precioso. Porque si en este mundo, que es de prueba para buenos y malos, hay tantas preciosidades, ¿qué habrá en aquel sitio hecho para regalo, para felicidad, para gloria, y un lugar que ha sido ganado por los méritos de Jesucristo? Luz, bienestar, esplendor, lujo, delicias, bellezas sin igual...

La compañía será deliciosa. Todos buenos. Ni uno sólo con pecado. Todos santos. Los mejores hombres y las mejores mujeres. Los ángeles, los confesores de Cristo, las santas vírgenes, los santos mártires, los apóstoles... Abraham, Moisés, David, Isaías, los Macabeos, San Agustín, San Jerónimo, Santo Domingo, San Ignacio, San Luis, San Estanislao, Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Teresa de Jesús, etc. etc. ¡El glorioso Patriarca San José!, el santo más amable de todos. ¡La gloriosísima y buenísima Virgen María, nuestra Madre del Carmelo! ¡Nuestro Señor Jesucristo! Dios, en fin, con toda su bondad y santidad.

La unión con esta compañía será íntima. De la más estrecha amistad y más alegre caridad, conociéndonos, tratándonos y amándonos todos.

La vida la más deleitosa y alegre en todos los sentidos, llena de amor sin concupiscencia, llena de afecto sin peligro, llena de deleite sin bajeza, llena de placer sin hastío, llena de libertad sin tropiezo, llena de todo lo bueno, sin sombra de malo.

La ocupación, amar. Amar y alabar a Dios. Amar y conversar con los santos. Y gozar. Gozar de la vista siempre nueva de Dios, y de las infinitas cosas que Dios nos enseñará en toda una eternidad segura que nos resta... ¿Qué hará Dios en toda esa eternidad? En fin, gozar en el alma y en el cuerpo, en las potencias y sentidos. Pero todo con suma dignidad y limpieza, con insigne pureza y delicadeza, aunque con sumo placer en todo.

Sobre todo ver a Dios, amar a Dios, verle que nos ve, verle que nos ama, verle que se complace en todos y cada uno de nosotros, en que le veamos, le amemos y seamos felices...

Cuando miro al cielo..., ¡qué sórdida es la tierra!

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24.8.21

Luces Matutinas: 12. Purgatorio



¿Será digno de detenerse a meditar en el purgatorio todo un caballero? ¡Oh, sí, ya lo creo! Porque pareciera que la meditación es más de beatas... ¡Pero no, es más de caballeros y de personas mundanas!

Porque las personas de delicada conciencia han de tener poco purgatorio, y suave.

El purgatorio se ha hecho principalmente para los que aquí viven mundanamente, sobre todo cometiendo pecados, y por la misericordia de Dios se salvan, se convierten lo bastante para no condenarse, o poco más, y pasada una vida regalada, casi sin pensar en Dios, casi sin religión, casi sin caridad, casi sin cristiandad, casi se condenan y apenas se salvan.

Para estos es el purgatorio. Para estos el purgatorio de fuego. Para esto el purgatorio largo, de años y acaso de muchos años.

Los que viven vida mundana, disipada, lujosa. Los que van a todos los espectáculos, reuniones y peligros sensuales. Los que difieren su conversión hasta la vejez o incluso hasta el momento de la muerte.

Los que, dueños de grandes riquezas, no dan a los pobres, o no dan sino poco, y todo lo devoran ellos en su gusto y regalo.

Los que cometen, sin mirar, toda clase de pecados veniales y alguna vez mortales, y descuidan mucho sus obligaciones.

Estos muchas veces se condenan. Pero muchas veces o por sus mujeres, o por sus hijos y madres, o por sus amigos, y siempre por la misericordia de Dios, se salvan.

Se salvan del infierno, pero no del purgatorio.

En el purgatorio hay que pagar el castigo temporal que señale la justicia divina por el pecado aún perdonado.

En el purgatorio hay penas terribles. El fuego es el mismo que el del infierno, sólo que tiene fin.

También hay penas suaves, y muchos no irán al fuego. Pero estos son los que aquí sirven a Dios con sinceridad.

No deje usted de meditar en el purgatorio, sea o no caballero.

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23.8.21

Luces Matutinas: 11. Dies irae, dies illa



¡Día de ira! ¡Día de justicia! ¡Día de rigor es el día del juicio!

¡Yo seré juzgado!

¿Por quién? Por mi Señor Jesucristo. Por tanto he de amarle, he de servirle, he de confesarle, he de respetarle... Para entonces.

¿De qué he de ser juzgado? De todos mis actos buenos y malos, grandes y pequeños. Por tanto he de mirar lo que hago, porque todo queda anotado; he de reflexionar, he de examinar mi conducta. Y he de enmendar lo que esté mal hecho, para que allí junto a la deuda figure la paga, junto al pecado la penitencia, junto a la prevaricación la enmienda.

¿Según qué código he de ser juzgado? Según el Evangelio, no según el mundo. Según el código de la voluntad de Dios, no según el de la voluntad nuestra. Según la ley del Decálogo y la de la Iglesia y de la legítima autoridad, no según los usos malos del mundo, ni por lo que hacen todos, ni según la corriente o la moda. Por tanto he de atender a los juicios divinos, no a los respetos humanos, ni a los que hace y dice el mundo que hay que hacer.

¿Con rigor o con benignidad he de ser juzgado? Con justicia: sin excesivo rigor ni excesiva compasión. Como cada cosa sea. Por tanto no seas ni laxo ni remiso, ni angustioso ni escrupuloso.

¿Con qué sentencia? Con sentencia inapelable, de gloria eterna o de condenación eterna. Por tanto procura salir bien de este juicio donde o todo se pierde, o todo se gana.

¿Cuál será mi sentencia? Dime, cuando cortan el árbol, ¿de qué lado cae? De donde tiene los frutos y está más pesado. Tú, árbol de Dios, ¿tienes frutos de bendición hacia el paraíso? Hacia allá caerás. ¿Tienes frutos de maldición hacia el infierno? Hacia allá caerás. Por tanto si tienes frutos de maldición, pódate sin piedad, pódate a tiempo.

¿Cómo me darán la sentencia? De uno de estos dos modos, examínalos palabra por palabra:

- Ven, bendito de mi Padre, a recibir el reino que te está preparado desde el principio del mundo.

- Vete, maldito de mi Padre, al fuego eterno que se preparó para el diablo y sus ángeles.

Por tanto, piénsalos y elige el que te plazca. Ese se te dará.

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22.8.21

Luces Matutinas: 10. Tenemos que morir, ya lo sabemos



Apagadas las luces, acostados todos los monjes, cerradas todas las celdas, pasa en algunas comunidades el sereno antes que nadie haya pegado el ojo y dice amigablemente: "¡Morir tenemos!". "¡Ya lo sabemos!", responde el monje desde dentro de su celda, "Deo gratias".

Si lo sabes, vive como quien ha de morir. ¿Sabes lo que es un cristiano? Escúchalo en dos palabras:


Un hombre que vive como quien algún día ha de morir, y muere como quien siempre ha de vivir.



La muerte es el paso del tiempo a la eternidad.

La muerte es el fin de todas las cosas. ¡Todo pasa! Así el mal como el bien. Riqueza y pobreza; delite y dolor; gloria y adyección..., todo.

La muerte es el comienzo de la vida verdadera, de la posesión, de la felicidad, de la gloria, del vivir en Dios: o de la muerte sempiterna, o de la infelicidad sin fin, del infierno.

La muerte es el descanso para quien ha trabajado o padecido por Dios, y el fin de la fiesta para el que ha gozado y disfrutado contra la voluntad de Dios.

La muerte es el nacimiento al cielo o el aborto al infierno.

La muerte es el punto más importante de la vida, pues de él depende una eternidad.

Procura, pues, morir bien.

Y si quieres morir bien, procura vivir bien.

Si quieres morir bien, prepárate a tiempo a morir.

Sobre todo, siempre que caigas enfermo piensa en morir bien, y recibe a tiempo el viático y la unción. Que para recibir los sacramentos no hace falta estar muy grave, basta estar sencillamente grave. Y por recibirlos pronto no te morirás, antes al contrario.

Así que... Morir tenemos, hermano.

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21.8.21

Luces Matutinas: 9. Lo que no tiene remedio



Hay un mal que no tiene remedio, y es el infierno.

El que no sirve a Dios en esta vida, no solo no obtiene la vida eterna, sino que es condenado a las penas eternas del infierno.

¿De qué te serviría no creerlo si es así con toda verdad?

¿Qué hay en el infierno? Tres cosas:

- Primero, no hay felicidad ninguna. Los días buenos se acabaron. Las músicas y diversiones se extinguieron. Los placeres de la amistad y de la familia se rompieron. Los opíparos banquetes se consumieron. Los deleites de los amores cesaron. Riquezas, fausto, honores..., todo pasó. Compañías, no hay ninguna buena. No están allí los honrados, ni los inocentes, ni los castos, ni los Santos, ni las Vírgenes del Señor, ni los Mártires, ni los Padres de la Iglesia, ni los Apóstoles, ni San José, ni la Virgen María, nuestra madre, ni Nuestro Señor Jesucristo, amantísimo padre nuestro, ni Dios. Sobre todo, ¡falta allí la dicha eterna, la felicidad para la que estábamos hechos! ¡Aquello es una vida sin vida, es una muerte viva! Un muerte consciente.

- Segundo, no solo no hay felicidad, sino que hay penas y castigos. Pena es la oscuridad, pena el encierro, pena la mala sociedad y compañía. Allí están reunidos los peores hombres de la humanidad, Judas, y según es de temer de sus muertes y vidas, Herodes, Caifás, Anás, Nerón, Arrio, Juliano, Zuinglio, Voltaire, etc. Todos los más deshonestos, blasfemos, ladrones, homicidas, malos hijos, malos padres, malos esposos, malos gobernantes, malos jueces, malos administradores. Pena es el remordimiento y la conciencia clarísima de estar allí por propias culpas y pecados, que los conoce muy bien el condenado. Pena, en fin, el ver qué fácilmente pudo uno salvarse, y no se salvó.

Mas el castigo hecho por Dios para el pecado es el fuego. Fuego intenso hecho para castigar, fuego que abrasa, pero no destruye; fuego que penetra hasta el interior del corazón y, como dice San Agustín, "miris sed veris modis", por modos admirables, pero verdaderos, llega hasta el mismo espíritu.

- Tercero: y todo esto es... ¡eternamente! ¡Siempre condenados! ¡Siempre infelices! ¡Jamás felices! ¡Oh justicia de Dios! ¿Tú no la temes? Tranquilo, ya la temerás. Otros ha habido más sabios, más animosos, más grandes que tú, y lo han temido. Otros también ha habido tan descuidados o tan espíritus fuerte como tú, y acabaron por temerlo a tiempo. Otros murieron sin temerlo o sin creerlo. Pero, ¿de qué les sirve el no haberlo creído, si ahora sufren igualmente lo que no quisieron creer?

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