Hay un mal que no tiene remedio, y es el infierno.
El que no sirve a Dios en esta vida, no solo no obtiene la vida eterna, sino que es condenado a las penas eternas del infierno.
¿De qué te serviría no creerlo si es así con toda verdad?
¿Qué hay en el infierno? Tres cosas:
- Primero, no hay felicidad ninguna. Los días buenos se acabaron. Las músicas y diversiones se extinguieron. Los placeres de la amistad y de la familia se rompieron. Los opíparos banquetes se consumieron. Los deleites de los amores cesaron. Riquezas, fausto, honores..., todo pasó. Compañías, no hay ninguna buena. No están allí los honrados, ni los inocentes, ni los castos, ni los Santos, ni las Vírgenes del Señor, ni los Mártires, ni los Padres de la Iglesia, ni los Apóstoles, ni San José, ni la Virgen María, nuestra madre, ni Nuestro Señor Jesucristo, amantísimo padre nuestro, ni Dios. Sobre todo, ¡falta allí la dicha eterna, la felicidad para la que estábamos hechos! ¡Aquello es una vida sin vida, es una muerte viva! Un muerte consciente.
- Segundo, no solo no hay felicidad, sino que hay penas y castigos. Pena es la oscuridad, pena el encierro, pena la mala sociedad y compañía. Allí están reunidos los peores hombres de la humanidad, Judas, y según es de temer de sus muertes y vidas, Herodes, Caifás, Anás, Nerón, Arrio, Juliano, Zuinglio, Voltaire, etc. Todos los más deshonestos, blasfemos, ladrones, homicidas, malos hijos, malos padres, malos esposos, malos gobernantes, malos jueces, malos administradores. Pena es el remordimiento y la conciencia clarísima de estar allí por propias culpas y pecados, que los conoce muy bien el condenado. Pena, en fin, el ver qué fácilmente pudo uno salvarse, y no se salvó.
Mas el castigo hecho por Dios para el pecado es el fuego. Fuego intenso hecho para castigar, fuego que abrasa, pero no destruye; fuego que penetra hasta el interior del corazón y, como dice San Agustín, "miris sed veris modis", por modos admirables, pero verdaderos, llega hasta el mismo espíritu.
- Tercero: y todo esto es... ¡eternamente! ¡Siempre condenados! ¡Siempre infelices! ¡Jamás felices! ¡Oh justicia de Dios! ¿Tú no la temes? Tranquilo, ya la temerás. Otros ha habido más sabios, más animosos, más grandes que tú, y lo han temido. Otros también ha habido tan descuidados o tan espíritus fuerte como tú, y acabaron por temerlo a tiempo. Otros murieron sin temerlo o sin creerlo. Pero, ¿de qué les sirve el no haberlo creído, si ahora sufren igualmente lo que no quisieron creer?
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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